viernes, 22 de junio de 2012

Analisis de la Situacion Politica - mayo 2012


Domingo Mercante 
Cnel. Domingo Mercante

El oficialismo parece gustoso de definirse como Kirchnerismo. Recientemente ha convocado al Congreso del PJ para ajustar las clavijas de una conducción partidaria que parecía no preocupar, habida cuenta de la iniciativa residente en el Gobierno. Si a priori esto podría contener el riesgo del aislamiento, lo cierto es que cualquier otro Peronismo o Justicialismo no es capaz de organizarse y menos aún de generar expectativa. Si esto ocurriera en algún futuro mediato, se debería a alguna declaración de independencia de los hasta hoy leales.

Que remanentes del Justicialismo disconforme- ¿será esto sinónimo Justicialistas sin cargos?-se arrimen al PRO, les resta identidad para dar batalla desde su ideología o incluso desde una postura popular. Quienes así actúan parecen resignados a formar “el partido de la oposición”. El deseo de impulsar a Scioli tiene poca sinceridad en sí mismo. Claramente busca abrir un espacio para el retorno de todos los que fueron y ya no son.

El resto de la oposición, ajeno a estos pobres manejos, tiene dos componentes. El Radicalismo vive una crisis de credibilidad para todo lo que supere el nivel de una Intendencia. El Socialismo, con la figura de Hermes Binner parece la única opción seria, pero por el momento no muestra vocación para proyectarse fuertemente hacia la expectativa popular. La oposición social, ese heterogéneo conglomerado de gente irritada por razones justas o no, no tiene quien le hable.

Así las cosas la única oposición del oficialismo parece por el momento residir en la realidad misma, con sus asechanzas y restricciones. O en sus propios errores.

El oficialismo tiene mucho a su favor.
Es la única fuerza con capacidad de movilización.
Tiene el voto popular.
Muestra permanente iniciativa y vocación de gobernar enfrentando los problemas, aunque esto en ocasión algo tardíamente.
Y ha concretado notables realizaciones que, aunque pretendan de ser reducidas por sus críticos neogorilas a la presunta astucia de “Soja y Paga Dios”, son más que trascendentes.

El país no habría tenido la evolución de los últimos diez años sin un tipo de cambio diferenciado para el agro y las demás actividades y sin la captación de parte de la renta agropecuaria para reasignarla al resto de las actividades productivas.

Otra cosa es que sus virtudes logren hacerse conscientes en el imaginario colectivo, mientras sus instrumentos de propaganda y difusión tengan el nivel y las discutibles prioridades de 6,7,8.

Hay también debilidades, más allá de que aún no hayan sido capitalizadas políticamente.

La principal está dada por un puja distributiva que no se detiene y que genera una inflación cuyo mayor riesgo no es su magnitud absoluta sino su efecto de apreciación del tipo de cambio, y con ello sobre una disminución de la protección efectiva de las actividades productivas hasta aquí en expansión.

Es cierto, como afirma el Gobierno, que la inflación no es el resultado de la emisión monetaria, al menos cuando ésta no se hace para financiar un excesivo déficit fiscal.
La emisión no hace más que reconocer los nuevos precios resultantes del traslado de los incrementos salariales. El salario tampoco es el culpable, porque sólo busca resarcirse de los incrementos de precios previos.

Pero, desgraciadamente, la inflación está lejos de ser un problema de culpas. En ella el culpable-el formador de precios no restringido por la competencia- no es condenado y sale ganando, por lo menos mientras con su desmesura no genere su propia quiebra.

Las convenciones colectivas de trabajo no encuentran formas efectivas de que la recuperación salarial no se traslade a precios. No se piensan formas de ingreso indirecto no salarial (distribución de utilidades?). Los controles de precios, si bien loables, sólo lo son cuando son efectivos. No parece que así sea.

El manejo controversial de los índices de precios por el INDEC, tiene por objetivo bajar expectativas y desindexar la economía. No es la primera vez que se hace y no será la última. La Inglaterra de Churchill conoció el fenómeno, pero no había sindicatos y empresarios que se tomaran los índices oficiales a la ligera. Sustancial diferencia por cierto.

Está por verse si una devaluación que restituya el tipo de cambio competitivo aceleraría la inflación. Pero el riesgo es grande.

Tendencialmente esta situación acumula desequilibrio, aunque se trata de un problema de inconsistencia muy diferente y menor al de otras crisis de la economía argentina, donde el aparato productivo estaba congelado. Argentina tiene hoy una razonable situación de ingresos por exportaciones y todavía buena situación de las cuentas de la Tesorería, además de haber estado disminuyendo su endeudamiento externo. Por mucho, no somos la Europa del Sur con su presente condenado a la desocupación y el colapso de la actividad.

Pero algo hay que hacer.

Porque además, el apoyo popular manifestado en las últimas elecciones, con todo lo valioso que pueda resultar, no deja de contener la amenaza ominosa de una volatilidad electoral que alguna vez hizo que un personaje lábil como Francisco De Narváez le ganara a Néstor Kirchner, nada menos que en la Provincia de Buenos Aires. El mundo vive tiempos donde ante cualquier atisbo de recesión, el que gobierna es expulsado, no importa quien lo reemplace.

Hay cosas que se pueden arreglar con sólo decidirlo. Otras, en cambio en que la mera voluntad no alcanza.

Entre las primeras se encuentra la reconstrucción de la credibilidad y la transparencia. El Gobierno tiene todo para ganar con ello. El nivel de corrupción existente es infinitamente menor al de otros tiempos recientes. Pero la comunicación social de tipo entornista no ayuda a desmontar la mitología neogorila. Detrás de las sonoras declamaciones de ciertos comunicadores oficiales y de sus complacientes análisis no hay más que la contratara de los Sarlo, Lanata y compañía. La precariedad del periodismo actual le brinda hoy al gobierno la posibilidad de construir un relato verosímil que instaure un mito positivo y edificador de cultura nacional. Pero esto requiere urgentes ajustes. No es lo mismo, por ejemplo,  Aldo Ferrer que Guillermo Moreno. Y peor sería si, por alguna desmesura se pensara que el segundo es superior en algo.

Hoy el Gobierno vuelve a ser susceptible de “ataques de indignación” de grupos dispersos pero activos. Estos ataques no se reducen, como quieren creer los voceros oficiales, a las clases altas. Con razón o sin ella atraviesan en una peligrosa transversalidad a la sociedad. El problema principal no es determinar si dicha indignación es objetivamente justa, que no lo es al menos si se compara con otros actores políticos alternativos y con otros lugares del mundo.  El problema es que, aunque  subjetiva, la indignación es  real y puede que esté alimentada por la complacencia de algunos cuadros políticos oficiales que en lugar de enfrentar el desafío lo interpretan como la prueba de su éxito revolucionario (ladran Sancho…).

Pues bien, aquí los perros ladran, y son perros. En determinadas circunstancias se les dispara el deseo de morder, es  decir de dar rienda suelta a su europeismo de colonizado (justo ahora ¡…) Pero la mentalidad tilinga colonial es un dato de la realidad y no se lo enfrenta con epítetos. Se la debe desarmar subliminalmente, reconstruyendo el orgullo del propio ser de la comunidad nacional. Lo cual requiere otros voceros y otros ejemplos. Porque por otra parte no hay aquí ninguna revolución.  Hace tiempo que no se sabe como hacer la revolución  Apenas hay aquí un proceso de módicas e importantes reformas que, llevado sin sectarismo y sin infantilismo, debiera ser muy tranquilo. Que la derecha sin partido trate de agitar a sectores de las clases medias con problemas existenciales, convenciéndolos de que su infelicidad es fruto de que gobierna Cristina, es algo esperable. Lo que no es aceptable es que se reaccione ante eso con la irrupción masiva de respondedores ironicistas.

Tampoco vamos a creer que es un problema sólo de comunicación. Hay falencias reales y gratuitas, torpezas y agresividades inútiles.

El futuro próximo depende en gran parte de que el Gobierno sepa escuchar a sus mejores cuadros y a los mejores hombres y mujeres del país, no a los más entusiastas en la confirmación rápida y el aplauso en primera fila del lado de arriba. Entre estos suele haber, ahora y siempre, traidores. Nunca se debiera olvidar entre los que reflexionamos políticamente esta Nación, la historia del desplazamiento del Coronel Domingo Mercante.

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