martes, 22 de julio de 2014

Capitalismo, Socialismo y Poscapitalismo, El Gran Malentendido - capitulo 7



7. Teoría Económica y Sistemas
Ideológicos.


“Ya he averiguado lo que es la Economía;
es la ciencia de confundir los flujos con los stocks”
Michal Kalecki





7.1 La Gran Falacia. La Teoría Económica dominante.

Cotidianamente, los medios de comunicación nos colocan frente a
afirmaciones, debates, réplicas, sobre cuestiones económicas. La
competencia política es en gran parte lucha de ideas sobre como solucionar
los problemas económicos. Izquierda y Derecha parecen confrontar sobre
muchas cuestiones, pero una y otra vez recaen en temas de empleo,
desigualdad, poder adquisitivo, bienestar, financiación de la seguridad
social, inflación, crecimiento o recesión. Más aún, en el tiempo presente es
muy frecuente que el destino de una elección nacional, presidencial o
parlamentaria, esté decidido en función de si hay prosperidad o recesión.
La primera confirma al gobernante de turno a pesar de sus pecados, la
segunda lo condena a pesar de sus virtudes. Las políticas económicas a su
vez, discurren por un estrecho sendero que, a diferencia de décadas atrás,
hacen imposible percibir las diferencias programáticas. En el pasado no tan
lejano, las diferencias programáticas expresaban en forma directa los
intereses de las clases sociales, o de los bloques de clases. Las semejanzas
programáticas se remitían a aquello que era apreciado como de todos, tal
como la Defensa o el Urbanismo. En la actualidad, el ciudadano no puede
identificar de modo transparente que propuesta económica favorece a su
sector o interés colectivo.



En resumen, se habla mucho de economía, pero no se entiende de qué
se habla. La Economía es omnipresente pero a la vez inasible. Muchas son
las razones para que esto sea así en los últimos tiempos, en los que las reformas
estructurales identificadas fácilmente con programas políticos de
izquierda, centro o derecha, han desaparecido del imaginario popular, para
dejar su lugar a unas políticas insípidas que se presumen neutrales.
Pareciera por momentos que se han encontrado políticas económicas eficientes
más allá de las ideologías. Parece, pero no lo es.
En primer lugar, las reformas estructurales relativas a la oposición de
intereses entre asalariados y capitalistas, parecen en suspenso. Los incrementos
salariales legales o convencionales se ven limitados por la capacidad
empresaria de trasladarlos a precios más allá de un cierto valor, o bien de
trasladar actividades productivas a países con salarios bajos. No implica
esto que los sindicatos no tengan ya capacidad de negociación, sino que la
misma encuentra un techo y un límite temático.
Por otra parte, las políticas o acciones de redistribución del capital productivo
parecieran históricamente suspendidas. Reformas agrarias, nacionalizaciones,
expropiaciones, estatizaciones, no cuentan hoy con el favor
que sí tuvieron luego de la Segunda Guerra Mundial, cuando fueron llevadas
adelante por todo tipo de gobiernos, y generaron un notable desarrollo
económico y una mejora del bienestar general en los países desarrollados.
Si se trata de producciones que constituyen monopolios naturales se supone
que bastaría con el poder regulador del Estado, es decir evitando su presencia
como productor. El tema es que su rol regulador también se ha desdibujado.
La inoperancia o la corrupción que suelen acompañar al Estado productor,
invaden la acción regulatoria.
También incide en esta confusión el hecho de que ciertos objetivos parecen
universales y las diferencias de políticas económicas que se proponen
para concretarlos, no resultan evidentes para el discurso periodístico.
Todos parecen coincidir en que se debe mejorar la producción, el salario, la
estabilidad de precios, la ocupación. Las diferencias se dan en el contexto
del análisis económico y de su proyección vulgarizada, la ideología económica.
Es entonces que la comunicación mediática, incapaz de dar cuenta de
lo que se está debatiendo en esencia, recurre a la transmisión de sistemas de
creencias.
Llegados a este punto debemos alertar sobre dos rasgos de carencia que
la Economía presenta en todas sus escuelas, incluso las que a lo largo de este
trabajo reconoceremos como más aceptables. No existe en el conocimiento
económico actual una Teoría de la Población ni una Teoría del Progreso
Técnico. Esto hace implícito, no por suposición expresa sino por ignorancia,
que los economistas trabajan con la idea de una población y una técnica
que, o bien son constantes, o varían por fuera de las determinaciones de la
economía. No siempre esto fue así. Malthus y Ricardo no ignoraban el tema,
pero luego quedó en el olvido. Para lo que sigue de aquí en adelante, no
debemos olvidar esta carencia. Sólo los estructuralistas latinoamericanos y

Schumpeter se aproximaron al tema pero no en forma satisfactoria.
Por otra parte, y más allá de los diversos manuales de microeconomía y
macroeconomía existentes, el estudiante y el estudioso de Economía se ven
llevados continuamente a volver su mirada a la Historia del Pensamiento
Económico, donde de modo más o menos analítico, más o menos anecdótico,
se traza un esbozo del pensamiento de los economistas paradigmáticos.
Sin embargo, esta necesidad refleja en nuestro caso una carencia. En
Economía, a pesar del uso del lenguaje y el cálculo matemático, está pendiente
la tarea de colocar los aportes de dichos autores en un plexo didáctico
comparativo universalmente aceptado, que permita someterlos a la validación
imparcial. Esta tarea se hace en forma parcial en cualquier texto,
pero no existe un manual estándar de la comunidad profesional. En parte
esto ocurre por el desconocimiento mutuo entre distintos paradigmas, pero
también por la falta de un instrumental adecuado. Hay en la Economía
mucha matemática, pero debe decirse que su uso no tiene la calidad que en
otras ciencias.
     


La obra de Piero Sraffa constituye la piedra fundante de la
reconstrucción de la Economía como Ciencia. Con la aparición
de Producción de Mercancías por medio de Mercancías, se nos
ofrece la fórmula nuclear para varios objetivos simultáneos:
-la solución del problema del valor y los precios.
-la crítica rigurosa a la teoría neoclásica.
-la construcción de una matriz de intercambios con partida
doble, continuadora y superadora de la de Vassily Leontieff, a
partir de la cual conocer la realidad económica con certeza.
El despliegue de esta fórmula permitirá en su momento
desarmar el espejismo de la economía como ciencia de la
escasez, reemplazándola por la ciencia de la producción. Así,
la Oferta y la Demanda quedan situadas en su rol limitado de
orbitadores en torno a una realidad más profunda determinada
por la tecnología más eficiente a disposición de una sociedad
histórica.

Tampoco la macroeconomía de inspiración keynesiana, con todo lo
recomendable que es tenerla en cuenta, escapa a notables limitaciones.
Contra lo que podría pensarse, sus modelos aceptan la posibilidad de desequilibrios,
pero estos sólo son observables en variables flujo, o sea en el
acumulado anual del giro económico, por ejemplo Ingreso Nacional,
Ahorro, Gasto Público y demás. Es como si en la evolución de una empresa
tomásemos sólo en cuenta el Cuadro de Resultados y sus componentes
positivos y negativos. Ocurre que en realidad los stocks, es decir los activos
y pasivos acumulados y sus variaciones, tienen una importancia notable,
por cuanto sus variaciones de valor por causas múltiples, pueden no ser
captadas por una macroeconomía que no las contabilice. Es decir sólo un
muy especial Cuadro de Resultados (flujo) podría incorporar todas las
variaciones habidas en los Activos y Pasivos (stocks). Nótese que en las
habituales técnicas de valuación de inversiones, se suele tener en cuenta
solamente el “tiempo de retorno de la inversión” o el “flujo descontado de
rendimientos futuros” con escasa consideración de los efectos que la aplicación
de la inversión haya tenido sobre la revalorización de activos.
Las recientes aportaciones de Winne Goodley y Marc Lavoie apuntan en
esa dirección, pero aún no han logrado prevalecer frente al hábito-y la
comodidad- de los economistas. Estos trabajos implican una reivindicación
de la Contabilidad aplicada a la macroeconomía, aunque vayan más allá.
Siempre se ha criticado a la Contabilidad su presunta estrechez de miras, en
razón quizás de que se la supone estática y no facilitadora de la creación de
nuevos bienes. También porque cierto uso incorrecto de las Cuentas
Nacionales ha sido causa de políticas recesivas. Lo que es responsabilidad
en realidad, de teorías económicas que abogan por equilibrios forzados y
baja de salarios, y no de la contabilidad y las estadísticas que son usadas
para justificarlas. No faltan por supuesto los que desearían verse libres de
las restricciones que impone el registro contable y sus normas, pero estos
son sólo, en el mejor de los casos, irresponsables.
La contabilidad con su maravilloso descubrimiento de la partida doble
por Luca Paccioli, exige que cualquier afirmación sobre flujos sea consistente
con sus efectos sobre los stocks. Si estos son crecientes, por una mejora
de la productividad de la sociedad, no tendrá ningún inconveniente en
reflejarlo. La certeza de la Contabilidad para evaluar la situación de una
empresa, aún no ha sido replicada en una certeza semejante de la Economía
para reflejar el estado de una nación y esto es porque los contables nacionales
aún no han completado su tarea. Las actuales Cuentas Nacionales, en su

mejor versión como es quizás la de la Reserva Federal de los EE UU, despliegan
matrices de transacciones intersectoriales, que son reflejo de relaciones
stock-flujo precisas y que reflejan Balances y Cuadros de Resultados,
aunque en su equivalente macroeconómico, pero no proporcionan información
suficiente sobre transacciones monetarias y financieras. No deberíamos
encubrir esta imperfección de la Economía atribuyéndole una presunta
versatilidad, que no es más que incerteza y que permite la sobrevivencia
de posturas opuestas, todas ella con pretensiones científicas. Los modelos
stock-flujo poskeynesianos tienden a reconocer esta carencia y buscan
remediarla. Quizás a partir de que este intento se consolide, podremos
hablar de ciencia económica en sentido estricto.
Mientras la utilización de matrices stock flujo realistas, continuadas y
completas, la economía seguirá siendo una superposición de discursos contrapuestos
cada uno exigiendo la Fe de sus creyentes. Esto es así por cuanto
todo lo que se dice en economía remite a dos tipos de formalizaciones en
las que supuestamente están basadas las afirmaciones:
Identidades contables, es decir igualdades necesarias ex post, pero también
ecuaciones de comportamiento, es decir funciones matemáticas en las
que se vincula un resultado presunto a priori o ex ante a variables que también
presuntamente determinan la magnitud del resultado. Trátase de ecuaciones
matemáticas muy vistosas pero que contienen implícitas suposiciones
no siempre matemáticas. En las ecuaciones de comportamiento puede
haber variables dependientes (las que son determinadas) e independientes
(las que determinan) o bien lo que se denomina ecuaciones simultáneas,
donde todas las variables se determinan mutuamente sin jerarquía precisa
de unas sobre otras. Cuando el estudiante es confrontado con una ecuación
de algún libro de economía, muy raramente se le aclaran estas cuestiones, y
puede incluso graduarse sin comprenderlo. Todos sabemos hasta que punto
la graduación universitaria es más la captura de un fuero que la acreditación
cierta de conocimiento. Una vez inscripto en la teología económica recibida
la graduación es bienvenida por cuanto significa un acólito más.
Pues bien, lo que se nos dice en las ecuaciones de comportamiento debería
resultar de la observación econométrica pero de una en que los balances
intersectoriales, tanto reales como financieros, reflejen la realidad. Las
regularidades observadas nos dirán si podemos formular una ecuación de
comportamiento realista. La teoría económica dominante, con algunas
excepciones como los trabajos de James Tobin pero aun en este caso con
limitaciones, nos dicen que las ecuaciones de comportamiento deben ser
asumidas pues constituyen el deber ser del agente racional. Pues bien, no se
trata siquiera de que existan agentes no racionales, sino sencillamente que
los agentes actúan con una racionalidad que habrá que deducir primero
empíricamente.

La ciudadanía tendría, si los stocks fuesen considerados adecuadamente,
tanto una idea de cual es su riqueza social (stock) como la idea que hoy
tiene de su producto interno (flujo). Esto es importante no sólo para tener
ambas realidades, algo así como el patrimonio social a la vez que el ingreso
periódico. Serviría también para tener conciencia de la calidad de los diferentes
flujos de inversiones y su efecto sobre la riqueza disponible. No es lo
mismo disponer de un millón adicional de metros cuadrados que cien mil
nuevos automóviles, aunque su valor de mercado fuese el mismo.
No es lo mismo tampoco una inversión que además de su propio costo
ponga en valor un conjunto de bienes, que una inversión que no lo haga.
Todas son necesarias pero hoy, si deseamos conocer su impacto, tenemos
que realizar investigaciones ad hoc. Pero por sobre todo, no parece que una
teoría económica satisfactoria pueda ser aquella que sólo trabaja sobre la
base de flujos, cuya medición es harto discutible y no considera su consistencia
y efecto sobre los stocks.
Pero además de una más correcta apreciación de las transacciones intersectoriales
y de las ecuaciones de comportamiento, la consideración adecuada
de los activos sociales exige nuevas formas de valoración. La economía
no toma en cuenta con frecuencia el verdadero valor de las inversiones,
por cuanto las justiprecia por su magnitud de costo más que por su efecto
social. Por cierto podría suponerse que dicha carencia se subsana cuando se
considera el producto interno neto, es decir una variable flujo clave, por
cuanto se supone que el mismo si es elevado lo es en razón de inversiones
previas que, al elevar la productividad social, o sea el producto por tiempo
de trabajo, explican su nivel. Sin embargo no siempre esto es así. El producto
interno, por múltiples razones, no puede computar en los ejercicios
futuros sucesivos, el valor que para el ciudadano significa disponer o no
disponer de un activo social. Además dos economías tienen muy diferentes
grados de capacidad de evolucionar si parten de unos activos sociales escasos
o abundantes, aunque en un período el producto interno haya sido el
mismo para ambas. Su producto potencial es diferente. Tiene esto múltiples
consecuencias tanto para la calidad de vida como para la potencialidad
productiva que los indicadores usuales no reflejan. Por poner un solo ejemplo,
la alta calidad de vida generalizada y la homogeneidad social producen
una elevación del valor de realización de los inmuebles, ajeno a cualquier
burbuja financiera. Mostrar estas realidades implicaría unos balances de
activos sociales con criterios de valuación que no son los de las empresas ni
los de las familias y que están a la espera de su creador. En consecuencia, el
volumen del producto anual debería ser complementado con alguna ilustración
de la disponibilidad neta interna de bienes, también año tras año.
Con ello no sólo se mostrarían los muy diferentes efectos que el producto
puede tener según sea su composición (bienes duraderos, bienes de consumo)
sino también se nos aportaría una idea de los bienes económicos a
disposición de la sociedad.

Actualmente, el sistema de creencias más eficaz es el del Neoliberalismo,
cuyo soporte teórico suele ser, aunque esto tiene excepciones, el pensamiento
y la producción académica Ortodoxa o Neoclásica, con algunos
aportes menores del anarcoliberalismo austríaco. Poco importa que la
reciente crisis financiera acaecida en 2008, así como la crisis de las deudas
externas de fines de la década del 90, hayan sido señaladas con razón como
responsabilidad de tal postura ideológica. Ocurre que el pensamiento que
podríamos señalar como alternativa, las escuelas Clásica y el Keynesianismo,
han tenido menos eficacia propagandística a la hora de difundir sus posturas.
Quizás la derivación de la crisis del 2008 en la Europa del Euro, y que
está en pleno desarrollo, sea capaz de correr algunos velos, y permita comprender
que detrás de las “austeridades” está la búsqueda de la baja del
salario real.
Esta menor eficiencia mediática del keynesianismo no es resultado sólo
de la dominancia del establishment financiero en los ámbitos periodísticos,
propenso a estimular cualquier posicionamiento económico que enfatice el
interés del capital financiero por sobre el productivo y laboral. Se debe también
a que las afirmaciones de la corriente oficial de la economía, sobre
todo en sus formas vulgarizadas, suelen coincidir bastante con ciertos fenómenos
aparentes pero no reales. Por el contrario, las afirmaciones heterodoxas,
suelen aparecer como paradojales y más complejas, lo que es lógico
pues buscan dar respuesta a problemas que son efectivamente complejos.
Después de todo, no conviene olvidar que por mucho tiempo el elogiado
sentido común, le indicó a la especie humana que la tierra era plana y que
los planetas se movían en epiciclos.
Examinaremos algunas de estas cuestiones, en tanto tengan presencia y
relevancia en el debate político y la construcción socio-cultural.
En las Universidades del mundo y sus ámbitos de ciencias económicas,
confrontan dos paradigmas principales. La primera dificultad para explicar
esto nos surge en forma inmediata cuando queremos darle nombre.
Pedimos paciencia al lector, pero no es esto resultado de una limitación
expresiva, sino de que la confusión y tergiversación enunciativa están instaladas
en forma generalizada, y tienen que ver con la propia historia del
pensamiento económico.
El hecho es que en el inicio de la economía como ciencia, los autores
comenzaron a estudiar la producción y la causa del precio de los bienes a
través de alguna forma de valor, que por tener su explicación en los costos,
se denominó valor objetivo. A esta tradición se la denominó escuela clásica.
Esta escuela contaba entre sus principales protagonistas a Adam Smith,
David Ricardo, John Stuart Mill y Karl Marx, este último en oposición
política a los anteriores pero en comunidad de método. Con posterioridad,
hacia 1870, sobre la base de estudios que pretendían ser más profundos al
basarse en el fenómeno del comercio o cambio entre bienes, surgió el

estudio de las preferencias del consumidor y su ordenamiento en prioridades,
lo que se denominó utilidad marginal, por cuanto los distintos bienes
quedan ordenados según su deseabilidad. A esto se lo llamó utilidad
marginal y al poco tiempo obtuvo una difusión sorprendente, sobre cuyas
razones hablaremos más adelante. Lo cierto es que con estos autores
apareció la escuela neoclásica y el valor subjetivo. Sus figuras destacadas al
principio fueron Jevons, Menger, Bohm Wawerck y cuando el marginalismo
fue extendido a la teoría de la producción, a través de Walras y Pareto,
terminó de configurarse como paradigma integral, lo que implicó una
política económica definida.
La escuela neoclásica no fue una actualización de la clásica, sino su oposición.
El valor no tenía que ver con el trabajo incorporado sino con la
escasez, contraposición que desarrollaremos. Su predominancia en los
ámbitos académicos hizo que se le denominara también ortodoxa. A las
corrientes que aún perseveraron en analizar los fenómenos desde los intereses
teóricos clásicos se les pasó a llamar heterodoxos. Como se ve, los
ingredientes para la confusión, primero inocente, luego intencionada, estaban
en la mesa. Lo ortodoxo si se lo piensa en general, refiere al cuerpo
central de una doctrina, lo heterodoxo a lo marginal. Por este desafortunado
juego de palabras, y por intereses ideológicos, lo clásico perdió su status
central. Esto dura hasta hoy, pero ya no con la misma pretendida evidencia.
Para colmo de males, y esto sí es un hecho aleatorio, cuando John
Maynard Keynes lanza su demoledora crítica a la economía ortodoxa, la
llama clásica, con lo que quería significar aquella que había prevalecido, lo
que deriva en que el cuerpo de pensamiento iniciado en Cambridge de
Inglaterra pase a ser reconocido como keynesiano. Sin embargo, y esto se
fue develando con posterioridad, los avances keynesianos y de otros autores
afines, en realidad rehabilitaban la economía clásica original y efectiva, la
del origen del pensamiento económico. Así se lo reconoce en nuestros días.
Al día de hoy, los neoclásicos se han defendido tratando de integrar los
aportes keynesianos a través de la llamada síntesis neoclásica o neoclásicokeynesiana,
cuya figura destacada es Paul Samuelson. Por medio de este
intento, se trata de demostrar que lo expuesto por Keynes es cierto, pero
sólo es un caso especial en una teoría neoclásica general que así mantendría
su validez. Los keynesianos puros rechazan este intento y se organizan en lo
que se llama heterodoxia o poskeynesianismo. Para estas escuelas, es
importante señalarlo, la heterodoxia no es el campo donde se manifiestan
algunas situaciones especiales que escapan a la previsión ortodoxa. Es sencillamente
un sistema de conceptos alternativo e integral.
Toda esta larga pero inevitable disquisición, que aún podría ser más
extensa si quisiéramos ser más rigurosos, viene a cuento de señalar que la
confrontación entre los dos principales paradigmas está lejos de ser integrable.
Ambas corrientes de pensamiento no se oponen como Newton y

Einstein, donde el primero es el caso particular y el segundo lo integra en
una teoría más general. La oposición se parece más a la de el pensamiento
ptolemaico y el pensamiento copernicano. Son mutuamente excluyentes.
Los ptolemaicos se vieron obligados a imaginar círculos complementarios
en las órbitas de los planetas para justificar las diferencias entre teoría y
observación. Los copernicanos simplemente desecharon las premisas
vigentes y construyeron un sistema nuevo sobre la base de la observación.
Este era el procedimiento correcto y honesto.
En lo que sigue se desarrollarán los argumentos por los cuales se cree
que la heterodoxia poskeynesiana junto con el aporte de otras investigaciones,
constituye la base de una futura economía científica, mientras que la
escuela neoclásica y su producto anómalo, el neoliberalismo, son un sistema
de creencias idealista, no observable ni tampoco normativamente útil.
Por cierto esto se escribe en tiempos en que el debate está abierto, siendo en
tal sentido nuestra postura no imparcial. Es así porque no parece que en un
debate científico las posturas conciliadoras tengan utilidad, si lo que se discute
no son meras variantes o casos, sino las premisas mismas y los datos
de la observación.
Suele enseñarse a quienes estudian ciencias económicas, sea para graduarse
en economía o para otras profesiones, que el objeto de su estudio se
rige por la Ley de la Oferta y la Demanda. A lo que luego sigue la admonición
de que la economía también constituye la ciencia de la eficiencia, ya
que estudia como asignar en forma óptima recursos escasos a fines alternativos,
lo que se logra respetando dicha ley. Hay en esto un lenguaje y un
metalenguaje. Es cierto que cualquier cálculo económico tiene que tener en
cuenta oferta y demanda así como la eficiencia. Pero el metalenguaje, que
actúa por omisión, logra que en el imaginario de quien escucha se instale la
idea de que los precios que muestra el Mercado, uno de los cuales es el del
Trabajo, son el resultado de un mandato de eficiencia, que si es violado lleva
a una situación no deseable o incluso desastrosa. La omisión consiste en
muchas omisiones, pero adelantemos al menos la omisión de no decir que
existen muchos mercados posibles, con distintos perfiles de oferta y
demanda y con distintas situaciones de dependencia mutua entre oferentes
y demandantes, y que no está nada dicho de antemano sobre cual debería
ser el perfil normal.
Así se logra que la gente, lo cual incluye a muchos economistas graduados
pero sin pensamiento propio, crea que si el precio de algunos productos
les resulta elevado y el precio del trabajo les parece bajo, es porque, se les
dice, se niegan a ver la realidad del mercado de oferta y demanda, y que por
tanto deben aceptar la realidad so pena de ser considerados infantiles. Ya se
sabe, en este valle de lágrimas no se puede pedir el cielo.
Existe otra forma de ver las cosas. Si la Economía fuera la ciencia que
estudia el fenómeno de la producción y el fenómeno de la distribución del

resultado de la misma, sin presuponer que su forma actual es el resultado
de una optimización previa y garantizada, puede que el mensaje sea muy
diferente. Se estaría invitando a la gente, y al economista despierto, a
reflexionar sobre la forma de incrementar la producción, si se lo desea, y la
productividad con que la misma se lleva a cabo, lo que significa disminuir
el tiempo de trabajo humano por unidad producida. Es claro también que
supone interrogarse sobre las causas de las distintas formas de distribución
del Ingreso que se observan en las diferentes sociedades, y sobre como
hacer para que los deseables incrementos de la productividad producidos
por el avance técnico no generen desocupación y exista pleno empleo. En
esta segunda visión también hay mercados, oferta, demanda y eficiencia,
pero no se dan por sentadas, se analizan y eventualmente se propone transformarlos.
El primer enfoque es el llamado neoclásico. El segundo es el llamado clásico.
En el enfoque clásico, en su núcleo, los precios de los bienes y el salario se
determinan comenzando por analizar las cantidades de cada bien utilizado
como insumo en la producción de otros bienes y de sí mismo. Como resultado
tenemos las relaciones insumo/producto (o coeficientes técnicos, que se
suponen fijos en el corto plazo, es decir sin cambio en las técnicas) y los productos.
Sabemos también por observación cual es la cantidad de Trabajo que
conlleva cada bien. Si la producción permitiese algo más que reponer el estado
inicial de insumos, equipo y trabajadores con que se inició, habría un
excedente. Podemos incluso considerar lo gastado en la reproducción humana
durante el proceso, por ejemplo de un año, como un insumo.
El sobrante ha de ser distribuido, en una economía capitalista, entre
trabajadores y propietarios. El excedente se dividirá de algún modo
entonces, en salarios y beneficios. Esto nos da un sistema de ecuaciones
donde se pueden determinar matemáticamente los precios relativos entre
los bienes y el beneficio total de la comunidad y el salario total. Para la
teoría clásica, es muy importante recordarlo, la distribución del ingreso ( o
del excedente) entre salarios y beneficios es exógena al sistema productivo,
o sea que viene dada desde afuera por una relación de fuerzas circunstancial
entre trabajadores y empresarios. Desde un punto de vista puramente
lógico, podemos movernos desde una situación en que el empresario se
lleva todo el excedente a otra en que los trabajadores hacen lo propio. El
sistema de ecuaciones matemático que se determina con los coeficientes
técnicos no prejuzga ninguna distribución. Por el contrario, según sea la
distribución del ingreso que se da por fuera del sistema, los precios de los
bienes serán afectados en razón de su contenido en trabajo. La distribución
se introduce desde afuera según la constatación empírica, si la hay en las
estadísticas disponibles, o según la creencia de cada teórico. En una
sociedad esclavista, por caso, todo el excedente lo llevan los propietarios. En
una sociedad socialista teórica el excedente lo llevan los trabajadores. Esto

no significa que lo han de consumir íntegramente, por cuanto pueden
dedicar una parte a expandir los medios de producción futuros, pero según
quien se lo apropie serán los derechos posteriores a su usufructo.
Una vez que se conoce la tasa de salario como porcentaje del excedente
(el salario relativo), es posible con algunos agregados, construir un sistema
de ecuaciones que permite obtener los precios monetarios y la tasa de beneficio,
también como porcentaje del excedente. Para el sistema teórico clásico
entonces, la economía se muestra como un sistema lineal de n ecuaciones
con n+2 incógnitas, los n precios de los bienes, el precio del salario y el
“precio” del capital o beneficio. Estos precios son llamados normales o
naturales, por cuanto la oferta y la demanda los afectan, a través de los precios
efectivos de mercado, pero de modo tal que estos últimos gravitan
alrededor de los precios normales, que constituyen el hardware del sistema.
Por cierto, si la demanda o la oferta afectan muy sostenidamente los precios
de algún bien, alejándolo en forma que parezca definitiva del precio normal,
en una secuencia posterior habrá cambiado la cantidad de ese bien a
producir. La demanda afecta las cantidades, no los precios, al menos no si
se tiende a un equilibrio. Su única función es trasladar medios de producción
de una industria a otra, según las preferencias del consumo. El precio
o valor está determinado por el costo de producción que como surge de este
marco teórico, depende de los coeficientes físicos de insumos y la distribución
social del ingreso, pues según como éste se distribuya el costo del trabajo
afectará los precios. Es un valor objetivo. La subjetividad de los demandantes,
que tiene que ver con sus ingresos familiares, dado que en función
de los mismos ordenan sus prioridades, modifica las cantidades demandadas
pero no fija precios. Para los clásicos, existe la demanda subjetiva pero
no el valor subjetivo, al menos no en el mercado. Esto implica también, vale
decirlo, que las necesidades humanas se consideran más o menos universales
si se las piensa ordinalmente y en igualdad de oportunidades o sea de
poder adquisitivo. Su forma de definir su teoría de los precios, se asemeja
en mucho a la que usan los empresarios para calcularlos a la hora de sacarlos
al mercado.
Esta forma de tratar los precios, el salario y el beneficio es observable,
por cuanto los coeficientes técnicos están en las matrices de insumo producto
de las Cuentas Nacionales, que se deben a los trabajos del economista
ruso Vassily Leontieff. La distribución del ingreso también es ponderable
como parte de las estadísticas de lo que llamamos Producto Nacional.
Este reconocimiento del carácter científico de la economía clásica, debe
ser entendido en sus justos términos. No decimos que cada afirmación de
Adam Smith o David Ricardo, ni siquiera alguna de las más connotadas,
sean necesariamente ciertas y rigurosas. Los clásicos apenas asomaban a
una ciencia nueva y trataban de superar el desorden de las apreciaciones
económicas hasta ese momento conocidas, fruto del trabajo de los

Fisiócratas y de los Mercantilistas. Afirmamos sí que su método es científico
frente a otro, el neoclásico, que consideramos no merecedor de tal adjetivación,
no porque sus partidarios no trabajen con formas propias de una
disciplina científica, sino porque en el núcleo de tal teoría hay supuestos y
premisas falsas.
Los clásicos también se equivocaron, y en ocasiones notoriamente. Es
usual escuchar hablar de la atribución de Adam Smith según la cual el progreso
era el resultado de la “división creciente del trabajo”. Como afirmaba
con acierto Lewis Mumford las hormigas tienen una muy avanzada división
del trabajo y no progresan nunca. En realidad lo que Smith creía percibir
era avance técnico y economía de escala. Era la máquina y no el obrero
reducido a la condena de repetir infinitamente una sola tarea, en general
deshumanizante, lo que permitía el progreso. Supusieron además que la
libre concurrencia, su forma de ver la libre competencia en el mercado, era
la tendencia inexorable, y al hacerlo subestimaron la futura competencia
imperfecta o monopolista. Ricardo, al analizar la racionalidad del comercio
exterior tuvo intuiciones notables, como el concepto de ventajas comparativas,
pero las sobreestimó al creer superadas las ventajas absolutas. No por
casualidad, frases o afirmaciones de Smith o Ricardo son usadas con frecuencia
por los conservadores, previo recorte muy cuidadoso, para favorecer
sus intereses. Pero la lectura directa de ambos y de los demás autores
clásicos, revelería a quien lo hiciera, cuán opuestos eran estos a las frases
hechas que en ellos se justifican.
Es su visión del valor o los precios como fenómenos objetivos lo que
retiene rigor investigativo y práctico. Son los costos los que determinan el
valor y la demanda indica que producir. En cambio, para los neoclásicos es
la demanda la que determina el valor y este es subjetivo. Existe una versión
extremista del enfoque neoclásico, que si bien lo deforma no deja de tener
un cierto parentesco ideológico. Es la que afirma que las personas de diferentes
niveles sociales tienen diferentes necesidades subjetivas, motivo por
el cual el ingreso diferenciado de las diversas clases sociales se justificaría
en razón de las diferentes necesidades que hay que atender en una persona
humilde y en una persona de nivel social alto. Como en nuestro trabajo no
nos interesa la teoría pura por si misma, sino por los efectos que produce,
no podemos dejar de mencionar esta derivación ilegítima desde la teoría,
pero sin embargo actuante en la realidad y presente también en ideologías
más compasivas.
El mundo teórico del enfoque neoclásico adopta una visión en gran
medida opuesta al anterior y que es resultado de un artificio intelectual
difícil de explicar y también de comprender en cuanto proceso lógico, pero
que, conociendo sus conclusiones de salida, es repetido una y otra vez, hasta
hacerse un patrón cultural que se asume sin reflexionar sobre sus implicancias
reales. Trataremos de resumirlo en una primera aproximación, para

luego adentrarnos en las críticas que se le han formulado.
La primera diferencia con lo anterior surge de considerar que la teoría
neoclásica de la producción supone dos factores de producción, trabajo y
capital, susceptibles ambos de oferta y demanda en el mercado. Sobre la
pertinencia de pensar al capital como factor de producción en términos
reales, mucho se puede discutir, dado que como es obvio esto depende de
los derechos legales sobre lo que constituye el capital en una sociedad determinada.
En una sociedad de trabajadores propietarios de sus medios de
producción, es decir trabajadores libres no asalariados, pensar el capital
como factor se reduce a pensar las herramientas como factor. Por cierto
incrementan la producción posible y también la productividad, pero nadie
se preocuparía mucho en esta sociedad por determinar que parte del valor
de los bienes se debe a la contribución del trabajo y que parte se debe a la
contribución del instrumento. Se pensaría sí en apartar un fondo para reponer
capital desgastado, y aun para inversiones en mayor equipamiento, pero
no es este fondo en el que está pensando la teoría ortodoxa cuando habla de
“remuneración del factor capital”, sino de una justificación de los ingresos
del capital capitalista, que se justificaría por su contribución social a la
mayor productividad, haciendo del capitalista el representante a todos los
efectos de las máquinas y sus derechos presuntos. El capitalista aparece en
esta visión como el propietario de algo más de que el dinero. Sería el propietario
del valor moral de los instrumentos. El trabajador propietario y su
instrumento forman un todo indiscernible y el producto obtenido le pertenece.
Pero aún si pensamos en el Capitalismo como sistema particular,
donde los propietarios del capital detentan derechos sobre el mismo, la idea
del Capital como factor productivo físico es objeto de debate.
Pues bien, cuando la teoría neoclásica intenta determinar la formación
de precios apela a una metáfora que le permite sostener que hay una parte
del producto que se debe a la contribución del trabajo y otra que se debe a
la contribución del instrumento. Como el instrumento, o conjunto de instrumentos
es de los propietarios capitalistas, estos cobran por facilitarlo. Así
surge y se justifica su ingreso, el beneficio o si se quiere el alquiler del equipamiento.
Los trabajadores obtienen su salario. Para que esto tenga un
precio de equilibrio, actúa la oferta y la demanda de trabajo y de capital,
respectivamente. El precio de equilibrio del trabajo y del capital puede no
ser agradable según consideraciones morales, pero los neoclásicos creen
haber determinado una especie de justicia técnica que si no es reconocida,
acarrea los males de la ineficiencia, entendida como un producto social y
un bienestar menor al que se logra con el equilibrio. Ya vamos viendo como
de a poco se nos impone una caracterización ominosa de cualquier redistribución
más igualitaria del ingreso nacional. Éste estaría determinado por
unas relaciones técnicas, que pueden ser desechadas, pero sólo con alguna
pérdida de bienestar social.

Para poder sostener esto necesita que existan infinidad de técnicas diferentes
para hacer un mismo bien, ordenadas desde la más mano de obra
intensiva hasta la más maquinizada, todas ellas con la misma productividad
física total. Según los precios del trabajo y el capital en cada momento se
aplicará la tecnología que ahorre más costo. Además se requiere que la sustitución
entre dichas técnicas sea posible sin costo. A partir de estos supuestos
se procede a determinar un ente llamado productividad marginal del
factor. Existirá presuntamente una productividad marginal del trabajo y
una productividad marginal del capital. Si estas se igualan, y así deben
hacerlo en “equilibrio” al salario y al beneficio respectivamente, el sistema
de ecuaciones neoclásico nos dirá cual es el óptimo en la utilización de los
recursos o sea aquella situación en que se obtiene el máximo producto con
recursos escasos. Si los trabajadores pretenden una remuneración superior
a la de este equilibrio así determinado, habrá desocupación, pues algunos
quedarán desempleados. Si los capitalistas pretendieran un precio excesivo,
verían disminuidos sus beneficios totales por déficit en el uso de su capital.
En la bibliografía didáctica que citaremos se explica ampliamente como
se determinan estas productividades marginales. Trataremos aquí de
explicar el ejercicio mental que se hace para tal fin. Se supone primero que
el capital es un factor fijo y que el empresario va incrementando la dotación
de personal que trabaja con ese mismo e igual capital fijo, lo cual, se supone
permite obtener un producto creciente. Tomará obreros hasta llegar al
punto en que el valor de la producción obtenida le genere algún beneficio.
Luego de ese punto un obrero adicional le generaría una pérdida, pues los
incrementos de valor del producto serían de ahí en más inferiores al salario.
Con esta “convincente” historia parece quedar claro que la ocupación
depende de una realidad inexorable, pues nadie pone una empresa para
perder o ganar menos de lo que permite el capital. Si quisiera hacerlo la
competencia lo sacaría del mercado por ineficiente. Ese producto logrado
por el último trabajo que generó beneficio, es el producto marginal del
trabajo.
Del mismo modo, aunque esto casi no se trata en los manuales al uso, la
productividad marginal del capital debiera surgir de dotar a una cuadrilla
de trabajadores de crecientes dosis de equipamiento. Este equipamiento
sería incorporado hasta que una dosis adicional sea más cara que el producto
adicional obtenido. Así como antes con la incorporación de trabajadores
intensificábamos el capital, ahora con la incorporación de capital intensificamos
el usufructo de los trabajadores, en el sentido que, hasta un punto,
rinden un producto mayor. Así se obtiene la productividad marginal del
capital y su precio “justo”, que será el que resulte de igualar el valor del producto
adicional con el precio de la última unidad de capital incorporado.
Esto se trata mucho menos, porque en realidad la productividad marginal
del capital es sumamente dudosa. Mientras que es algo razonable encontrar
casos de intensificación por incremento de mano de obra sobre un bien de

capital fijo, por ejemplo usándolo más horas, se hace difícil encontrar ejemplos
en continuidad de aplicación de dosis progresivas de capital. En general
existen pocas técnicas alternativas y resulta difícil imaginar que no se
aplique la más ahorradora en trabajo. Sólo cuando el bien de capital más
moderno y productivo es inaccesible, se posterga su uso, pero no se juega
en un recorrido de ida y vuelta con muchas paradas desde sistemas artesanales
a sistemas mecanizados. Si las productividades marginales son cuestionables
como fuente de valor, la del capital es cuestionable por casi inexistente.
Creer en la PMK y PMT implica creer en la sustitución perfecta entre
técnicas productivas. Primero es necesario que sean muchas y luego ordenarlas
desde la más mano de obra intensiva hasta la más capital intensiva.
Para decirlo con un ejemplo condescendiente con la comprensible fatiga del
lector, es como suponer que si el salario baja los hormigonadores aparcarán
la mezcladora mecánica y retornarán a la mezcla manual con baldes, dejando
inmovilizado el equipo antes adquirido. Por otra parte genera dificultades
notorias pensar en la productividad marginal del capital, pues si se lo
hace hay que distinguir entre la retribución que recibe como “alquiler” del
equipo o el interés del dinero, por un lado y el beneficio tal como se da en
la práctica y que lo supera. Se apela a hipótesis ad hoc como el riesgo
empresario, pero todo se complica. Por eso se lo desarrolla poco.
Cuando se vinculan las funciones matemáticas teóricas que surgieron de
postular estas productividades marginales, aplicadas a los productos que
demandan los consumidores de cada bien en función de sus “utilidades
marginales” con las cuales ordenan los bienes a comprar, se determinan por
fin en el mundo neoclásico los precios del trabajo y el capital que reparten
el excedente social. A través de esto, tendríamos también los precios de los
bienes, surgidos ahora de un mercado de oferta y demanda que arbitra
entre diversas técnicas productivas según el precio que vayan mostrando el
capital y el trabajo. Si por caso, el capital, a través ahora de la tasa de interés
está muy caro, los empresarios se trasladarán a técnicas más trabajo intensivas,
y viceversa. Este juego de oferta y demanda de factores hace nacer los
precios.
Para quien haya podido superar esta difícil parte del relato, tenemos una
sorpresa. Los economistas neoclásicos no detectan en ningún lugar
observable productividades marginales empíricas del capital y del trabajo.
Actúan al revés, y este revés es un juego de magia. Sólo suponen que si hay
un precio y una determinada distribución entre el trabajador y el capitalista
como porcentaje del precio de ese bien, es porque, caja negra mediante, las
mentadas productividades marginales de cada factor debieron existir. Es
decir, resumiendo, si somos mortales, supongo matemáticamente un
pecado original para explicarlo. Me resulta fácil pues el precio, el salario y
el beneficio los observo en la práctica. Todo lo que tengo que hacer es
atribuirlo a un fenómeno como el descripto. No se puede decir que el
salario es bajo o alto sino que debe corresponder al fenómeno subyacente

no observable. Esta disquisición es propia de los economistas neoclásicos
en el plano teórico, para a partir de ahí sacar recomendaciones de política
económica, bastante lacónicas, como veremos. El empresario concreto, a
todo esto y muy por el contrario, determinó el precio en base a un método
de costos bastante similar al de los clásicos, y no el de los neoclásicos, por
suma de insumos y la aplicación de un plus de ganancia que supone que el
mercado aceptará.
El esquema neoclásico tuvo otras astucias, que sedujeron incluso a pensadores
progresistas. Se creyó que, aunque no se correspondía con la realidad
social por no existir algunos de sus premisas, podía sin embargo constituir
un esquema normativo a partir del cual construir un modelo a perseguir.
Es que, entre las muchas premisas que deben cumplirse para que el
esquema se comporte adecuadamente, se supone la existencia de competencia
perfecta en todos los mercados. Este concepto implica varias cosas,
como la existencia de múltiples oferentes y demandantes, con información
completa, en cada mercado de modo tal que nadie pueda imponer su posición
dominante. Caso contrario existe algún grado de monopolio que torna
inelásticas las demandas y altera los precios de eficiencia. Fue así que economistas
socialistas de renombre como Oskar Lange, supusieron que el
Equilibrio General Neoclásico (EGN) podía constituir una guía para la
planificación estatal de tipo soviético. Se creía de este modo que la falla del
EGN residía no en su rigor lógico, que por un tiempo se dio por sentado,
sino en que en los mercados reales había muchas situaciones de monopolio,
oligopolio, en definitiva una situación de competencia imperfecta.
Como se verá, las fallas del EGN no pasan sólo por la triste realidad. Al
parecer tienen inconsistencias lógicas que más abajo desarrollaremos en
una síntesis, dirigida a que se conozca la controversia existente.
Pero merece un cierto examen la creencia de que el EGN podía brindar
un marco normativo hacia el cual aproximar las economías reales para
hacerlas más eficientes y justas. Resultará ilustrativo acerca de como una
teoría es tergiversada, no sólo por un uso inadecuado esporádico, sino por
su conversión en paradigma cultural, ignorando sus premisas y ocultando
que resultados surgirían si tal omisión no se cometiese.
El EGN supone que en el mercado de trabajo se hacen presentes trabajadores
y empleadores, pero de una manera tal que unos y otros pueden
aportar o no su “factor de producción”. Es decir, el empleador puede poner
a disposición su campo para la faena agrícola o dedicarlo a su recreación.
El trabajador por su parte, puede ofrecer ciertas horas de su tiempo para
trabajar o quedarse en su casa disfrutando del ocio. Si a alguien le mueve a
risa esta descripción, nos anticipamos a jurar que no es antojadiza. Es una
premisa básica del análisis neoclásico. Si esto no ocurre, la funciones de
oferta no son bien comportadas, es decir no tienen la típica forma SurOeste-
NorEste en el primer cuadrante de las coordenadas cartesianas que suele

ilustrar cualquier manual de economía. Para decirlo con toda crudeza, con
el ejemplo del trabajo, si el trabajador necesita su ingreso para subsistir, por
cuanto no tiene una propiedad donde generar autoproducción, es muy probable
que su curva de oferta de trabajo sea vertical o incluso que en algún
momento se incline en forma anómala y tenga la forma de una C, indicando
que ante la baja del salario está obligado a trabajar más horas y no
menos. Algunos autores, como Ferguson, para citar uno de los manuales
más conocidos reconocen esta posibilidad pero no la tratan y siguen adelante
con el caso bien comportado. Hacen esto porque sino el libro debería
terminar en esa página. Es decir recurren a un acto de Fe. El lector sabrá
apreciar en cada caso si el trabajo en relación de dependencia es tal que el
trabajador puede permitirse no ofertarlo.
Pero otra implicancia surge de lo anterior. Si los actores de una economía
son personas con independencia económica, es decir que pueden aportar
o no sus factores de producción, no estamos hablando de una economía
capitalista. Esta implicancia escapó a los autores neoclásicos, alguno de los
cuales tenían inquietudes sociales ponderables, por cuanto ellos también
estaban imbuidos de la confusión entre propiedad privada y propiedad
capitalista. Ya Marx había señalado, aunque no fue consecuente con su
señalamiento, que el Capitalismo había venido a desalojar al productor
“libre” es decir poseedor de sus medios de producción, para hacerlo dependiente
y asalariado y supuso que esto era irreversible. La consideración que
Oskar Lange brindó al esquema neoclásico, tuvo que ver también con este
aspecto, pues supuso que llevar hasta sus últimas consecuencias el EGN
requería devolver de algún modo la propiedad de medios de producción a
los trabajadores. Vale esto como reflexión lógica que fortalece nuestra comprensión
de la realidad. La claridad en las implicancias de premisas económicas
sirve no sólo para evitar errores, sino también para vislumbrar respuestas
inesperadas. E l mismo esquema neoclásico que resulta útil a la
justificación neoliberal, sería fundamento de algún tipo de socialismo.
Lástima claro que, si es falso, lo es en ambos casos.
Los neoclásicos, pese a las dificultades y las inconsistencias, continuaron
con su esquema, el cual alcanza su cúspide con la función de producción de
la que surge una aparentemente neutral retribución a los factores, trabajo y
capital (éste con el tiempo absorbe a la tierra, como uno de sus componentes,
lo cual es discutible). Según lo que surge de esta función, cada factor
recibe algo así como la paga por su contribución material a la producción,
la que está dada por su productividad marginal. Este logro implica no sólo
suponer, como dijimos, trabajadores libres sino también un particular
comportamiento de la función de producción, la que nos permite vincular
el uso de “factores” y el resultado, o sea el output o producto. Este comportamiento
presupuesto como condición, y no resultante de la observación,
nos dirá que la función agregada, es decir aquella que nos muestra la distribución
y la contribución de cada factor en el ingreso nacional, deberá ser

homogénea y convexa, (Teorema de Euler). Al estudiante se le comenta que
estas condiciones, matemático geométricas hacen a la competencia perfecta
o algo así. En realidad son una necesidad para que ocurra algo muy conmovedor
y simétrico. Si la curva de la función de producción tiene primero
pendiente positiva y luego negativa, esto implica rendimientos constantes a
escala y rendimientos decrecientes a la variación de las proporciones de los
factores. Así se integran la Productividad Marginal del Trabajo (PMT) y la
Productividad Marginal del Capital (PMK) en una función que las engloba,
pero que además garantiza a priori varias cosas, entre ellas la fácil y siempre
disponible sustitución entre infinitos métodos de producción, igualmente
eficientes, con distinta combinación de Trabajo o Capital, lo que permite un
arbitraje perfecto e imaginario según suba o baje el precio de estos.
Si la función cumple con estas condiciones pasa algo todavía más maravilloso
para el deseo neoclásico. En la función de producción que no cumpla
necesariamente el teorema de Euler, podrían ocurrir dos cosas. Si se
toma la PMT como dato a optimizar, el salario no deberá superar la PMT,
y el capitalista se queda con el residuo o resto y ese es su beneficio. Si se
toma la PMK como dato a optimizar, los trabajadores libres (empresarios de
su propio trabajo) pagarán un beneficio o alquiler del capital no superior a
la PMK, y el resto quedará para ellos. Con la función neoclásica forzadamente
“arreglada” y no resultante de la observación, se logra que la distribución
se dé entre dos partes, trabajadores y capitalistas, que parecen haber
hecho un aporte al producto común, cual amigos de toda la vida, aporte que
es remunerado sin residuo, es decir sin explotación. Como además esto es
una maximización del producto dados los insumos iniciales, cualquier
intento de alterar esta distribución implicaría disminuir el producto, por
retraimiento de alguno de los factores.
Como se aprecia en esta descripción, el esquema así presentado racionaliza
a la sociedad capitalista, pero al capitalismo de los mercados autorregulados,
al decir de Polanyi. Para hacerlo tiene que fundarse en un teorema
que en forma oculta y no explícita tiene supuestos que no son los de una
economía capitalista, sino una economía de productores libres y propietarios
de equipo ocioso. Para decirlo en relación a otras implicancias, este
capitalismo es antikeynesiano, pues en él cualquier intervención es contraproducente.
Por supuesto, los autores neoclásicos no ignoraban estos
supuestos ni pretendían hacerlos pasar de soslayo en sus trabajos científicos.
Reconocían que la dotación inicial de factores, o sea el stock al principio
del proceso productivo, no era igualitario y que por tanto podía haber
dependencias asimétricas. Pero afirmaban que su logro servía para optimizar
la situación de la producción a encararse, dada la distribución inicial, y
en algunos casos propusieron que por fuera del sistema productivo, por vía
de impuestos a la propiedad, se corrigiesen las eventuales injusticias. El
proceso productivo propuesto por ellos era en apariencia, óptimo y justo,
en todo aquello que no tuviera que ver con las condiciones iniciales, algo así

como si se tuviera la esperanza oculta, y no demostrada, de que en el largo
plazo desaparecieran las asimetrías por si solas.
Veremos que esta petición de inocencia y neutralidad científica es falsa
de dos maneras.
De un modo fáctico, las teorías neoclásicas basadas en tan particular
función de producción, fueron usadas para diseñar la Política Económica
ortodoxa (recordemos, anticlásica en esencia) y de ahí en más el tema de la
distribución inicial se ignoró sine die.
De modo teórico la función de producción también resultó falsa, lo que
quedó demostrado en la famosa Controversia de los Dos Cambridge, o
Controversia del Capital.
Esta controversia enfrentó a los mayores economistas de su tiempo en
diversas etapas, con una sede en Cambridge-Massachusetts para los neoclásicos
y otra sede en Cambridge-Inglaterra para los clásicos. Estos últimos
cuestionaron primero la función de producción neoclásica al postular que
el capital, para ser tenido en cuenta como un “factor” debía ser medido en
alguna unidad física, como el trabajo lo era en tiempo de trabajo. Las enormes
dificultades que encontraron sus oponentes para solucionar este cuestionamiento
los llevó a postular el capital como un “valor” no físico pero
capaz de comportarse como tal y ser medido. Para eso desarrollaron con
Paúl Samuelson las llamadas “parábolas neoclásicas” la principal de las cuales
supone que existe una relación inversa entre beneficio e intensidad de
capital. En buen romance esto nos quiere decir que si la tasa de beneficio es
momentáneamente alta es porque el capital escaso es muy necesario para
aumentar la producción en beneficio de todos, y su remuneración elevada
incrementará la relación capital/producto, es decir habrá más maquinización
y modernización. Este comportamiento se daba, presuntamente y
aunque ya no se pudiera medir el capital en términos físicos, de manera
habitual, con lo que el resultado neoclásico en la distribución seguía siendo
válido. La controversia finalizó cuando en base a los descubrimientos de
Piero Sraffa, se demostró que no existe en general una relación monótona e
inversa entre tasa de beneficio e intensidad de capital, hecho éste que fue
reconocido por Samuelson pero no por otros de los contendores, para los
cuales la Fe neoclásica era irrenunciable, por temor al vacío o por conveniencia
profesional.
En paralelo los estudios econométricos destinados a corroborar la función
de producción de Cobb Douglas y la distribución del ingreso mostraron
que cuando las series se deflactan por inflación, es decir cuando se
toman precios constantes, los coeficientes que miden la elasticidad de producto
a capital y de trabajo a capital sólo reproducen la efectiva distribución
del ingreso, no la distribución normativa que se supone surgiría por productividad.
Es decir, si suponemos a priori que la remuneración del trabajo

es el resultado de su productividad marginal, y luego concluimos a posteriori
que la remuneración es la productividad marginal, si haber medido
ésta independientemente, todo nos coincidirá. Por supuesto nadie niega
que algo es igual a sí mismo, pero eso es una identidad y no una igualdad.
Costará al lector creer que sobre este fundamento se estructura la parte
dominante de la teoría económica. Sólo podemos instarlo a que lo constate
en los manuales existentes. El asombro será así al menos compartido.
Paralelamente, la ortodoxia anticlásica era atacada por fuera de la teoría
de los precios y la distribución que hemos estado viendo y examinando.
Keynes afirmaba desde la Macroeconomía, en gran medida creada por el
mismo y hasta ese momento inexistente, que los equilibrios ortodoxos no
existían en general. Esto se dio a partir de la constatación de las repetidas
crisis económicas del capitalismo, donde en forma periódica la economía de
los países desarrollados mostraba caídas de producción, desocupación y
quiebras, junto por supuesto con el incremento del conflicto social. Keynes,
y antes que él Kalecki, habían desarrollado una teoría económica sobre la
base del análisis de los grandes agregados económicos observables (principalmente
el total de la demanda agreagada y el empleo total) y postulaban
que era posible que existiera desocupación de factores y por tanto producción
inferior al potencial, y que esto podía constituir un equilibrio que no se
corrigiera por sí mismo. Hay que entender aquí que entre otras de las conclusiones
que se sacaban del esquema Neoclásico, estaba aquella según la
cual, no podía existir desocupación de factores en equilibrio, pues este
equilibrio era atractor, es decir que cualquier alejamiento del mismo era
autorregenerado por las fuerzas automáticas del mercado. Si había obreros
desocupados, el salario bajaría y los empresarios encontrarían conveniente
contratar más trabajadores porque la PMT se habría movido hacia arriba. Si
esto no ocurría era porque el salario se mostraba rígido, es decir resistente a
la baja, con lo cual los trabajadores en actividad eran culpables de la desocupación
de sus congéneres sin ingresos. Esto era así pensado, entre otras
cosas, porque el juego de las PMT y PMK y perfecta sustitución de técnicas
productivas incluidas en la bendita función de producción lo indicaban.
Tenemos aquí un buen ejemplo de cómo en Economía, al igual quizás
que en Historia, los paradigmas creados en parte con neutralidad, pueden
ser usados con la parcialidad de la racionalización del imaginario de clases
sociales. Hacer a los trabajadores, en especial industriales, culpables de su
propio drama con la apelación a un argumento científico, ignorando sus
condiciones muy estrictas de pertinencia, hacía de éste un argumento “científico”,
parte de una pseudo verdad exitosa en su finalidad mistificante.
Mientras que el ataque interno de los economistas de Cambridge-
Inglaterra resultó triunfante en lo académico y fue combatido con la acción
de soslayarlo y sacarlo de la agenda como caso anómalo poco importante o
no determinante, la economía keynesiana no podía sufrir el mismo destino

porque sus recomendaciones habían surtido efecto en evitar o amenguar las
crisis, y con ello nada más ni nada menos que salvar al Capitalismo, a estar
de algunas interpretaciones, del avance de las insurrecciones socialistas.
Pero la astucia de la razón, al decir de Hegel, y entendiendo dicha razón
como la discursivamente predominante, habría de subsumir a Keynes en un
esquema neoclásico macroeconómico llamado Síntesis Neoclásicokeynesiana.
Los desequilibrios señalados por Keynes pasarían a ser reconocidos,
era imposible no hacerlo porque se vivían en las calles, pero sus
remedios serían aceptados sólo como temporarios, es decir hasta salir de las
crisis. La otra implicancia que tenían, es decir que el capitalismo normalmente
está en desequilibrio, es decir con una desocupación innecesaria
aunque no haya una crisis grave, lo cual requiere un tipo de intervención
estatal permanente, era demasiado.
Sin embargo se siguió usando el paradigma oficial con el argumento, no
pertinente, de que los casos citados en la crítica eran excepción o variación
momentánea. Los críticos sostenían y sostienen, por el contrario, que los
casos anómalos son la generalidad y que por el contrario el caso neoclásico
es una excepción. Cada parte siguió por su lado y a diferencia de los que
ocurre en otras ciencias, el paradigma cuestionado sobrevivió a sus inconsistencias,
hasta hoy. El motivo de esta sobrevivencia no es otro que el ideológico,
con lo que queremos significar no sólo la ideología de la derecha
social y política, sino también la ideología institucional de los economistas
de los organismos internacionales de crédito, que hermanados con el capital
financiero, favorecen en los ámbitos universitarios la predominancia de las
cátedras y estudios neoclásicos o de “keynesianismo” reconvertido a la síntesis
neoclásica en sus diversas formas.
Por último, y para señalar con mayor claridad las falencias del pensamiento
económico actual, referiremos brevemente otra carencia. La economía
del EGN parte de hacer extensivo los conocimientos presuntos de la
llamada Microeconomía al conjunto de la economía, como si, con el agregado
de algunas condiciones muy estrictas en la teoría, fuese posible dar por
válida la composición que va de los casos micro sumados a lo agregación
macro. Es decir se supone que la sumatoria de todas las realidades micro da
por resultado una cierta macroeconomía. Como sabemos, en la ciencia no
siempre las agregaciones se producen manteniendo las leyes de comportamiento,
y en este caso esto, según los críticos del EGN, no ocurre. Los
neoclásicos solucionan esto introduciendo al Keynesianismo o déficit de la
Demanda Efectiva, por un tiempo, como si se tratase de un desequilibrio
temporario, tal como hemos visto.
Por su parte los estudios de raíz keynesiana, trabajan directamente
sobre los grandes agregados de la Macroeconomía, tal como surgen de las
Cuentas Nacionales del Gobierno, sin pasar por la realidad de cada empresa,
mercado o familia.

En consecuencia, la formación profesional en Economía se escinde en
Micro y Macro, sin un ensamblaje entre ambas. Alguien podría ver una
cierta similitud con lo que ocurre en la Física, donde lo micro es estudiado
por la teoría Cuántica y lo macro por la Relatividad General. Sin embargo,
la diferencia es que los físicos reconocen el limitado estado actual de su
conocimiento, en razón del cual aun no cuentan con una teoría unificada.
Los economistas, por su parte, se hacen los distraídos y siguen adelante
como si nada pasara.
Algunos autores han propuesto, con buen criterio pero con improbable
éxito, una Mesoeconomía, que logre su conexión con la macro realizando un
agregado compositivo de los mercados de las distintas ramas de producción,
con sus comportamientos distintivos, de los competitivos a los monopólicos
pasando por los semimonopólicos, según la teoría de la competencia
imperfecta o monopolística. Esto implicaría una modelización de la
economía real más afiatada que todo lo que se conoce hasta el momento. Su
consecución aparece lejana, pero a diferencia del problema de la Física,
donde hay un déficit teórico por ahora insalvable, en el caso de la Economía
es sólo porque no se lo ha intentado. El comportamiento de los mercados
de la competencia imperfecta es conocido. Falta hacerlo agregado en un
sistema global.

7.2 La dinámica del Capitalismo moderno. El Crecimiento Económico.

El Keynesianismo como renacimiento de la Economía Clásica.
Estudiar la dinámica de la producción año tras año y por tanto con
miras en el largo plazo teórico, supone la construcción de un modelo válido
que dé cuenta del movimiento del sistema en el tiempo y de la evolución de
sus magnitudes. Se suele hablar de Crecimiento como diferente de
Desarrollo, en tanto y en cuanto este último supone virtudes de sustentabilidad
social y tecnológica que pueden merecer un análisis más cualitativo.
Si embargo ambos conceptos se superponen en gran medida. No puede
haber Desarrollo sino no ha habido Crecimiento, aunque la inversa no sea
válida siempre.
Cuando vimos el esquema económico con que David Ricardo describía
el valor y la distribución, dijimos que el mismo valía en tanto que modelo
que trataba de representar la realidad, despejando lo prescindible, para a
partir de ahí obtener leyes de funcionamiento del sistema, en este caso el
capitalista de la Inglaterra del siglo XIX. Dijimos también que el esquema
era, en cuanto a sus supuestos, apto para ser modificado por cuanto los
mismos aparecían explícitos. El modelo era susceptible de falsación, en el
sentido popperiano, a diferencia del modelo neoclásico, que por ser normativo,
no se hace cargo de la realidad concreta.

La principal falencia del modelo ricardiano, de la que el autor no era del
todo inconsciente, era la suposición de que toda oferta generaría su propia
demanda. Y la falencia podía ser señalada, aun en su tiempo histórico, por
cuanto Malthus la había marcado y se la había comunicado a Ricardo.
Malthus se interrogó si el móvil de acumular de los capitalistas podía
frenarse por falta de demanda. Es decir, sospechó que la igualación de oferta
y demanda podían no darse y que esto no era del todo exótico. Llego a
afirmar que se requería que una clase improductiva consumiese bienes de
lujo en forma abundante para que la demanda total y la acumulación de
capital productivo no se frenasen antes de su límite físico. No pudo demostrar
con un modelo analítico la posibilidad del subconsumo sistémico y no
ocasional, pero sus reclamos teóricos constan en la correspondencia con
Ricardo, que constituía para la época el equivalente al debate académico. La
posición de Ricardo triunfó y con ello se vio frustrado el estudio de la dinámica
del capitalismo.

La ciencia económica se desarrollaría de ahí en más en una puja entre el
marxismo y el marginalismo, donde el primero mostraba el fenómeno de la
explotación y el segundo trataba de racionalizar de una manera extrema la
mano invisible de Adam Smith. Ambos caminos habrían de conducir a
callejones sin salida desde el punto de vista científico. Políticamente en
cambio, ambos paradigmas tuvieron cada uno su notable éxito. Las formulaciones
de Marx parecían explicar el capitalismo “científicamente” para el
movimiento obrero y los pensadores de izquierda, y el marginalismo
neoclásico parecía explicar “científicamente” el capitalismo para la derecha
y los sectores del capital.
Donde unos veían crisis cada vez mayores y el fin de un sistema por
autodestrucción, los otros veían un reino del mercado en continuo perfeccionamiento
donde las crisis no eran más que destrucciones creativas.
Cada una de estas posturas tenía sus creyentes, que por cierto aun subsisten.
Pero la ciencia no recibe contribuciones muy valiosas de los sistemas
de creencias.
Habría que esperar a los años 30 del siglo XX para que dos autores retomaran
las dudas de Malthus y, en lugar de emparchar el sistema teórico
vigente propusieran uno alternativo en forma totalmente paralela, con conceptos
nuevos. Con Keynes y Kalecki nacía la economía científica, retomando
la tradición clásica de modelizar la realidad y lo harían a partir de
la detección de un fenómeno central como era la demanda efectiva.
Aparecían los Copérnico para los cuales había que ignorar los epiciclos de
Ptolomeo. El sistema solar era lo que se medía, no lo que indicaba un presunto
deber ser apriorístico. El sistema había tenido sus por fin sus críticos
definitivos.

7.3 La crítica marxista.

No sólo Marx, el más agudo en sus adjetivaciones, sino los teóricos del
Subconsumo realizaron magníficas descripciones de las recurrentes crisis
del sistema capitalista y de sus crónicas desocupaciones y marginalización,
pero fueron arrasados por la mejor prensa de un esquema teórico, el
neoclásico, que aparecía como muy riguroso formalmente, aunque luego se
demostrara que era no relevante para describir la realidad. El problema de
los críticos socialistas fue que no pudieron construir un modelo simbólicamemente
eficaz para superar la aparente cientificidad de sus adversarios. No
debiera ignorarse la importancia de este detalle. Cuando el pensamiento
logra construir un esquema eficaz para explicar la realidad, puede haber
resistencias como ocurre en el caso del darwinismo, pero en algún momento
la resistencia es vencida por la evidencia. El descubrimiento científico,
cuando es logrado en profundidad, tiene además eficacia simbólica y desarma
las ideas erróneas prevalentes. El problema del marxismo y del movimiento
socialista fue que no lograron en la Economía lo que Darwin logró
en la Biología, más allá de lo comprensible de sus críticas. El Capital de
Marx fracasó como explicación operativa del capitalismo, aun cuando constituía
una crítica genial y plena de talento y pasión. Sus intentos de hacerlo
se vieron frustrados por la confusión entre voluntad y finalismo político, y
la descripción desapasionada que la realidad siempre exige. Su descripción
de la plusvalía como realidad de la explotación fue monumental y movilizante.
Sin embargo sus intentos por determinar la dinámica del sistema
fracasaron. Su modelo formal contenía dos afirmaciones que se demostraron
erróneas. Por un lado, como creía necesario ética y políticamente
demostrar que todo precio derivaba del valor trabajo incorporado, trató de
desarrollar fórmulas que permitiesen transformar los valores en precios de
mercado, intento que derivó en una resolución que se demostraría errónea.
Los precios no eran proporcionales al trabajo del último período más allá de
que todo producto derive del trabajo. En los precios intervenían otros factores
como la intensidad de capital en las diferentes industrias, que impedían
la reducción proporcional de precios a valores.
El error que llevó a interminables discusiones sobre el “valor” era en
realidad un intento de demostrar que los precios eran tergiversaciones de
una realidad más profunda llamada valor, y que este era el “valor trabajo”.
Se introdujeron aquí un sinnúmero de confusiones que exigieron largos
y por ahora infructuosos debates sobre la cuestión de la transformación de
valores en precios. Esta parecía ser la condición para la demostración de la
teoría del valor trabajo y además para la demostración de la explotación
capitalista.
Nada de esto sirvió por cuanto la exposición que Marx realizó, confunde
Plusvalía con Excedente, entre otros errores. Para realzar el fenómeno de la

explotación trató de subrayar el volumen de la masa de plusvalía en su relación
con el (mal) llamado capital variable, es decir, en su particular acepción,
sólo el trabajo pagado al trabajador. Así, por ejemplo la llamada plusvalía
relativa podía ser del 100% aunque la ganancia fuese del 10%.
Se creaba una particular y arbitraria forma de surplus, la plusvalía, en la
que los costos no salariales no se tomaban en cuenta. El excedente, en la
parte del mismo que vaya a parar al capitalista menos la remuneración de
su trabajo como organizador, y no la masa de la llamada plusvalía, es el
concepto correcto para medir la explotación, si suponemos que el capitalista
es sólo un organizador de la producción cuyo capital es resultado de otras
explotaciones previas. Y éste, es el residuo que queda después de pagar la
masa salarial y de reponer el capital (materias primas e instrumental) a su
situación inicial. En estos conceptos, que Marx llamaba capital constante,
existen plusvalías previas de otros ejercicios, que sumadas, previo llevarlas
a valor presente, podrían dar una explotación menor o mayor que la que
Marx encontraba erróneamente en el último periodo anual. Más allá de que
el propio concepto de “capital constante” es equívoco porque el mismo sólo
debería ser aplicado a los bienes instrumentales que duran más de un período.
Las materias primas, son capital variable, claro que en otra acepción
más universal del término. Más aún, el rédito, llámese beneficio, interés o
como se quiera, del capital capitalista, se mide sobre una variable stock, el
capital acumulado, y no sobre una variable flujo, el capital gastado en el
ejercicio, como sin darse cuenta imputa Marx al crear su particular concepto
de “capital constante”.
Era esto, y no sólo la diferente capital intensividad de cada rama de la
producción, lo que impidió calcular la transformación de valores a precios.
Todo producto surge del trabajo y basta considerar que al capital como un
patrimonio social, para cuestionar la ganancia capitalista si se lo desea. El
empresario podría por ejemplo, recibir una remuneración por trabajo de
organización de la producción, en lugar de quedarse con todo el residuo
luego de pagar salarios y costos. Pero el capital, aun el capital instrumental
apropiado por los trabajadores en un cierto socialismo, exige reposición y
el verdadero excedente del proceso productivo, sea quien sea el que se lo
apropie, debe tenerlo en cuenta.
La famosa transformación de valores a precios, que según Marx
demostraría la esencia del Capitalismo, si fuese realizada correctamente
se debería llevar a cabo, como dijimos a través de un proceso de reducción
hacia atrás de todos los componentes a cantidades de trabajo fechado.
Pero si esto se hace, lo más probable es que valor y precio de producción
(es decir sin el efecto de desviaciones temporarias por exceso/déficit de
oferta y demanda) nos dieran lo mismo. Un precio/valor atribuible al
trabajo humano “en última instancia” pero no dos vectores distintos, precios
por un lado, valores por otro.

La razón de estos errores reside en la ambición de Marx de mostrar más
de lo que había que mostrar. Su método debía “revelar” como la apariencia
burguesa del valor de cambio encubría el valor de lo producido por el trabajo.
Y esa revelación, resultado ambicionado de su ciencia superior “no
burguesa” tenía que mostrar algún hallazgo sorprendente. El resultado no
fue sólo esta mistificación. La economía marxista, que había tenido el mérito
de mostrar el fenómeno de la plusvalía y al capitalismo como un sistema
particular y no universal, quedó estancada y convertida en una lectura sólo
útil para la agitación política. Los soviéticos, a la hora de construir su nueva
sociedad no encontraron en El Capital ninguna orientación válida. Tuvieron
que producir genios propios, como Leontieff, para poder andar su camino.
Es cierto que el libro de Marx era un estudio del Capitalismo y no del
Socialismo, pero también era cierto que ese estudio debía señalar las falencias
más evidentes de este sistema y con ello ayudar a la construcción de
una sociedad mejor. Pues bien, como se sabe, fue más útil el tímido señalamiento
de Keynes sobre la insuficiencia de la Demanda Efectiva, que la
ensoñadora esperanza de Marx colocada en la tendencia secular a la depresión
de la tasa de ganancia, con que la Historia en su esencia “dialéctica”
esperaba el tiempo de los trabajadores. No diremos que lo anterior constituye
un ejemplo de soberbia intelectual, por cuanto dicha afirmación tiene
condimentos fascistas y reaccionarios. Pero sí nos enseña que intelectualidad
y ciencia son dos subconjuntos diferentes, aunque compartan algún
espacio.
En realidad, también la teoría del valor de Ricardo se había encontrado
antes con limitaciones semejantes. La postulación clásica de una teoría de
los precios sin productividades marginales espurias, debería esperar a la
aparición del trabajo de Piero Sraffa, Producción de Mercancías por medio
de Mercancías, y su resultado no era la proporcionalidad salvo en el caso de
que todo el excedente fuera al trabajo, es decir cuando no había beneficio.
Y en un sistema capitalista, suele haber beneficio. Pero dicha proporcionalidad
no ignora la reposición de las mercancías utilizadas como materias
primas o como bienes instrumentales.
El otro error de Marx consistió en suponer que el sistema capitalista
mostraba una tendencia contradictoria irredimible. Esta consistía en que la
continua introducción de mejoras técnicas y la competencia, debían producir
una caída de la tasa de ganancia acercándola a su desaparición y con ello
a la del incentivo para la inversión capitalista. Si bien se señalaban tendencias
“contrarrestantes”, y la propia mejora técnica aumentaba al principio la
tasa de beneficio por ahorro de salario, la disminuía luego por incremento
de la intensidad de capital. Dado que la “plusvalía” sólo surgía del trabajo,
al bajar la participación de este en el valor del bien, la tasa de ganancia tendía
a decrecer y desaparecer. El final del sistema parecía surgir de todos
modos, de manera endógena. Las crisis parecían ser entonces momentos de
extinción generalizada de la tasa de ganancia, que el sistema trataba de

compensar con la destrucción de capital financiero. Algún día, una gran
crisis final del capitalismo sería de tal magnitud que afectaría a todo el sistema
y a su propio centro, haciendo necesaria su sustitución por el socialismo.
Marx era aquí víctima tanto de su propio finalismo como de la herencia
ricardiana en la que había abrevado, y que en este punto planteaba algo
semejante como era el estado estacionario en que todo beneficio capitalista
desaparecía. En el caso de Ricardo el planteo no indicaba fin del sistema,
sino fin de su proceso expansivo. Marx fue más entusiasta con los efectos
del estado estacionario. Para Ricardo, la ganancia desaparecía en el largo
plazo por competencia de otros capitalistas dispuestos a ingresar al mercado
con menor retribución de su inversión, haciendo las sucesivas inversiones
asintóticas a cero en cuanto a su rentabilidad. Capitalistas, terratenientes
y asalariados seguirían conviviendo con sus luchas pero más o menos
estabilizados. Crítico ante esta visión, Marx supuso que el la tendencia
decreciente de la tasa de ganancia y la necesidad de crisis cíclicas, había de
ser la cara contable de la insostenibilidad del sistema, es decir de la contradicción
entre intensidad de capital y propiedad privada de los medios de
producción.
Esta cuestión teórica puede hoy, a la luz de la experiencia histórica, parecer
un tanto irrelevante. Muchas décadas de evolución del capitalismo sin
crisis final, así como la no desaparición de la tasa de ganancia, quitaron
relevancia empírica al problema. Sin embargo, esto son estas sólo conclusiones
empíricas, y por tanto no acabadas. En primer lugar, el teorema de
Marx sobre la tendencia a la caída de la tasa de ganancia era erróneo. Los
cambios técnicos no tienen porque incrementar siempre la “composición
orgánica del capital” en la terminología que Marx empleó. La tasa de beneficio
no desaparece por mejoras de productividad física o productividad
precio, simplemente porque los capitalistas mantienen su ganancia si son
capaces de no permitir la mayor participación de los trabajadores en el
excedente, pero además porque la masa de excedente sube en general cuando
se realizan nuevas inversiones. Estas se hacen sólo si aumentan la productividad
económica o sea si baja el costo. Sencillamente la fórmula de
Marx estaba mal. Al suponer que el beneficio era igual a la masa de plusvalor
(m) dividido el flujo de capital constante (c) más el de capital variable
(v), supuso también que el numerador era fijo. La fórmula b= (m/c+v)
conduce a la extinción de la tasa de beneficio si c se incrementa y lo demás
es constante. Pero esto implica suponer que con las nuevas técnicas (m) no
subirá y (v) no será reducido. Un buen ejemplo de cómo el voluntarismo se
vale de la mala matemática. El fin del sistema no será, si algún día ocurre,
de tipo contable.
Pero lo que tanto la proyección de Ricardo como la de Marx nos plantean,
es un interrogante que subsiste. Si el trabajo humano se vuelve más y

más productivo por la incorporación de nuevas técnicas, o bien existe la
capacidad de generar indefinidamente nuevas necesidades o bien el trabajo,
cuantitativamente considerado, tenderá a disminuir. En una sociedad robótica
futura el problema de la compatibilidad del capitalismo con dicho sistema
se torna inquietante. Pero este es un problema del Poscapitalismo.

7.4 Kalecki, Keynes, Sraffa o la resurrección de la Economía Científica.

La constatación de que en la realidad la economía capitalista convivía
diariamente con desocupación de hombres y máquinas, no podía menos
que conducir en algún momento a la idea de que producía por debajo de su
potencial. Además, dadas sus particularidades institucionales en cuanto a
los derechos de propiedad sobre el producto social, esto generaba algo más
que algún bienestar debajo del óptimo. Generaba desocupación, pobreza y
exclusión. Más que productividad marginal había marginados y esta constatación
dramática sólo aparecía diluida por la convicción académica de
que la desocupación no podía ocurrir en el largo plazo, es decir si se tenía
paciencia, según los dictámenes del mundo académico. Así ocurrió al
menos hasta la Gran Crisis de 1929 y los años treinta, y parcialmente, hasta
mucho después. Puede esta tardanza parecer sorprendente, pero no lo es
más que la tardanza que tuvo la Humanidad en comprender que descendía
del mundo animal, pese a las evidencias visuales. El narcisismo herido tiene
un poder enorme de velar la realidad evidente.
Surge entonces la noción de que el producto social depende, en una
economía industrial y por ende capitalista, muy fuertemente de la demanda
efectiva, es decir de la demanda que en la práctica se materializa como tal,
al margen del poder adquisitivo total que exista. Se comienza a comprender
que no todo el poder adquisitivo de materializa como demanda y que esta
situación no constituye un desequilibrio. Por el contrario, puede ser una
situación de equilibrio, es decir una vez producida la subutilización, no hay
fuerzas que, a modo de resorte, traccionan hacia el equilibrio de plena ocupación.
El nuevo concepto de equilibrio es consistente con desocupación
de máquinas, hombres o ambas cosas. Lo que la nueva economía propone
es comenzar el análisis desde esta constatación. Volviendo al símil astronómico,
la observación de órbitas elípticas no es la observación de una anomalía
frente a la perfección de la órbita circular. La realidad es elíptica y el
circularismo tendrá que aceptarlo. De igual modo la demanda efectiva casi
nunca sería igual a la demanda potencial y, si su insuficiencia implicaba
desocupación se planteaba la necesidad de analizar como intervenir. Por
supuesto. El actor de esa Intervención era el Estado, y esto no podía dejar
de producir oposición de parte de quienes, ya para esta época y a partir del
marginalismo que había sabido contraponerse a la crítica marxista, no estaban
dispuestos ahora a dejarse vencer por una crítica interna, es decir surgida
desde un pensamiento reformista y no revolucionario.

Sin embargo, fueron vencidos, al menos en la batalla principal, y más allá
de que hasta el día de hoy han logrado recuperar posiciones parcialmente,
pero esto último sólo por preeminencia institucional y no por ciencia.
Fueron vencidos, entre otras cosas, porque los teóricos de la nueva economía,
enraizada en la vieja economía clásica, supieron construir un instrumental
analítico eficaz, más simple, más realista y por sobre todo más
contrastable que el dominante hasta ese momento, donde el reinado del
EGN parecía innegable más allá de su irrelevancia.
En lugar de partir del análisis de la empresa o microeconómico, se
empezó por el nivel macroeconómico, con independencia de cualquier
supuesto anterior. La simple constatación de que el Producto debe ser la
suma del Consumo más la Inversión (ex post: Y=C+I) nos exige una teoría
del consumo y otra de la inversión.
La teoría del Consumo nos dirá que los consumidores gastan lo que
necesitan como es obvio, pero que a partir de un determinado momento,
gastan sólo una fracción de su poder adquisitivo y el resto lo ahorran. Es
decir distribuyen sus ingresos en consumo y ahorro. La Inversión en
cambio, se determina en forma separada y no es la contratara exacta del
Ahorro. Como las decisiones de los que ahorran y las de los que invierten
se toman en general en forma separada, pueden no coincidir. Se trata de
una economía monetaria donde el dinero importa y produce defasajes. No
es una economía de trueque a la que agregamos, a veces, dinero neutral,
como la neoclásica. Y la Inversión depende de las expectativas de ganancias
de los empresarios. Según sean esas expectativas, en las que incide
básicamente su percepción de cuanto les han de comprar en valor, deciden
la magnitud de la inversión de su capital ahorrado y/o del ahorro que tomen
prestado. Estas expectativas pueden ser ajustadas a la realidad o no, pero en
general están afectadas por la experiencia de períodos anteriores. El
empresario de la demanda efectiva no es maximizador racional, sino
maximizador psicológico. Pero sus decisiones psicológicas, aunque
subjetivas, producen efectos reales. Si supone que la demanda será baja,
reducirá la inversión, pero en este caso será el profeta de una profecía
autocumplida. Su decisión de baja inversión creará en efecto déficit de
demanda efectiva. Sus apreciaciones en relación a cual sea la demanda
futura en el mercado de sus productos, tiene que ver con el ingreso que la
comunidad tuvo en el pasado y alguna idea de cual puede ser para los
próximos ejercicios. Su demanda puede estar compuesta por el mercado
interno, que mucho tendrá que ver con el nivel de salarios y el gasto en
bienes de lujo de los propietarios, y el mercado externo, que en general el
país no controla. Se presenta aquí una primera e interesante posibilidad de
contradicción. Si todos los empresarios tratan, en orden a la eficiencia
micro, de bajar los salarios y lo logran al mismo tiempo, su demanda
efectiva se verá mermada salvo que los propietarios y personas acomodadas

concurran a compensar la pérdida de demanda por el lado de los
trabajadores a través del gasto suntuario de complemento, lo cual no parece
probable, pues estos tienen una propensión a consumir menor al que el
total de sus ingresos. El consumidor por excelencia es el trabajador, por
cuanto sus necesidades son más imperiosas.
Existe además en una economía industrial monetaria una retribución al
préstamo de dinero. Esta retribución es el interés. Si el interés, que surge de
la conjunción del gobierno y el sistema bancario, es alto, la gente tenderá a
retener menos saldos monetarios. Por el contrario, si es bajo aumentará la
demanda monetaria y la preferencia por la liquidez, en razón de que, en
apariencia ésta brinda posibilidad de especular con más éxito. La tasa de
interés actúa como costo de oportunidad, es decir que el capitalista sólo
llevará adelante aquellas inversiones que le parezca pueden darle un beneficio
mayor a la colocación pasiva de su capital remunerada con el interés.
Nuevamente surge aquí una posibilidad de desequilibrio entre Ahorro e
Inversión. A partir de este señalamiento, se ha incorporado a las políticas
económicas incluso neoclásicas, la idea de que si ha recesión se la puede
combatir exitosamente mediante la intervención de la autoridad monetaria
bajando la tasa de interés de referencia. Es la política monetaria. Pero como
la recesión tiene que ver también con la percepción de que es insuficiente la
demanda efectiva por ser bajo el poder adquisitivo de la población en general,
el capitalista puede postergar decisiones de inversión aunque le lleven
la tasa de interés a cero. Actuará así cuando tenga expectativas de deflación,
es decir caída generalizada del nivel de precios, ya sean precios nominales
o a valor constante. En ese caso la liquidez le permite aprovecharse comprando
más por menos. Es la trampa de liquidez. Pero al hacerlo, es decir
al postergar inversiones, nuevamente aparecerá la profecía autocumplida y
la recesión se profundizará. Esta puede arrastrar incluso a su empresa a la
quiebra, pero ya será tarde. El empresario no está en condiciones de resolver
por sí la contradicción entre micro y macroeconomía. Esto sólo puede
hacerlo el Estado a través de la política fiscal, es decir generando demanda
adicional autónoma desde el mismo Estado, comprando obras públicas,
armas u otro tipo de gasto.
Uno de los resultados teóricos más sorprendentes de la nueva economía
keynesiana es que contra lo que indica al sentido común la preexistencia del
Ahorro a la Inversión, bien puede ocurrir y ocurre que las decisiones de
inversión, al determinar el nivel de la demanda efectiva y por ende el producto
determinan también el Ahorro como un residuo de lo no consumido.
Es cierto que en el tiempo existe un ahorro previo, si se considera un único
período, pero si la economía no funciona adecuadamente, en el sentido de
estar por debajo de su potencial, y se consideran sucesivos períodos el volumen
del ahorro, como flujo de período, en el largo plazo se va adecuando a
lo determinado por la inversión, dado que la carestía produce absorción del
ahorro como stock por vía del consumo.

En el sistema keynesiano, al igual que en toda la teoría clásica precedente,
la formalización matemática no usa ecuaciones simultáneas interdependientes,
sino por el contrario ecuaciones independientes. Esto significa que
no es cierto el supuesto neoclásico en el que todo depende de todo y se
ajusta simultáneamente. Por el contrario, en las ecuaciones clásicas se identifica
la variable independiente, es decir la que manda, de la variable dependiente,
es decir la que resulta afectada como consecuencia. En el caso que
hemos visto, el keynesianismo nos viene a decir que la Inversión determina
el ahorro y que la inversa no es cierta. Por tanto queda identificada una
variable sobre la cual intervenir. Cuando es así, la sugerencia sobre lo que
hacer con la política económica se presenta como una relación de causa
efecto clara, no como un objetivo teórico a alcanzar. Los objetivos teóricos
neoclásicos son por demás peligrosos por cuanto si no se alcanzan existe
siempre la presuposición de que aún no se ha insistido lo suficiente con el
remedio utilizado, dado que el “equilibrio” existe, en algún lugar como artículo
de fe. Si en el proceso el paciente se agrava, o incluso muere, la teoría
no se hace cargo de tal situación reconociéndola como falla. Simplemente
se supone que algo interfirió, y el candidato obvio es el gobierno. En el caso
de las políticas keynesianas si se generan problemas hay que cambiar de
rumbo. Se trata de propuestas verificables.
La Demanda Efectiva no es sólo un fenómeno que puede mostrar una
performance subóptima como consecuencia de un indeseado atesoramiento
de dinero. Cuando se entra a considerar el Crecimiento Económico los
modelos inspirados en la macroeconomía intentar analizar un proceso
secuencial de varios años para determinar las condiciones en las cuales una
economía ha de crecer satisfactoriamente según sus basamentos por el lado
de la oferta, sin que la demanda obstaculice dicho sendero. Se entiende por
crecimiento tanto el absoluto global como el per cápita, siendo este el más
importante por razones obvias. Para los autores kaleckianos y keynesianos,
las condiciones de demanda no pueden ser satisfechas por el sistema
capitalista más que por casualidad y temporariamente. Sin intervención
exógena el sistema tiende a equilibrios subóptimos, cuya manifestación más
evidente son las fluctuaciones económicas o ciclos, sea que estos constituyan
crisis o simples auges seguidos de recesiones. Estas recesiones, para estos
autores no serían necesarias sino más bien la expresión de la pérdida de
producto potencial inherente al sistema, si se lo deja librado a las fuerzas del
mercado autorregulado. El más común de los modelos que trata de
determinar las condiciones de demanda suficientes para que la oferta se
realice enteramente, es el de Harrod-Domar, aunque las fluctuaciones han
sido estudiadas en forma exhaustiva por Kalecki. Ciertas fluctuaciones
pueden ser el resultado del crecimiento mismo y de los cambios en la
demanda que produce. Una economía donde aumenta el producto per
cápita, y donde al menos segmentos importantes de la población se
benefician de esto, alterará la nómina de bienes demandados y la adaptación
puede producir fluctuaciones. Otras fluctuaciones en cambio son el

resultado no de procesos adaptativos del sistema, sino de verdaderas
ineficiencias del mismo resultado de no seguir un sendero de crecimiento
continuo maximizado por la política económica, es decir por la existencia
indeseada de subconsumo o subinversión. Recuérdese que esta apelación al
crecimiento y al producto máximo no implica necesariamente una
expansión exacerbada a toda costa. Bien puede tratarse de una maximización
de la productividad en relación a las horas trabajadas y a los recursos
naturales empleados.
Preocupaba el fenómeno de la desocupación de mano de obra por sus
obvias consecuencias sociales y políticas. La desocupación de equipo productivo
tuvo en el keynesianismo un tratamiento menos claro. Preocupaba
la desocupación humana, también por el hecho de que ya se sospechaba
que no era un fenómeno temporario. Por lo demás, aunque caso nadie lo
explicitaba, preocupaba por el fantasma del Comunismo, que en las primeras
décadas del siglo XX era una presencia bien real. Antes de Keynes la
ortodoxia suponía que la desocupación no era posible si el salario real bajaba
lo suficiente, restituyendo el equilibrio perdido. Algunos reconocían que
existían rigideces, como por ejemplo resistencia sindical de los trabajadores
con empleo al descenso de su salario nominal. Keynes postuló, con bastante
éxito, que el sistema de una economía capitalista monetaria podía mostrar
desocupación por otras causas, que en resumen convergían hacia una
demanda efectiva insuficiente, por baja propensión a consumir y pobre
demanda de inversión por percepción pesimista sobre el futuro. La actuación
de Keynes tuvo un notable impacto. Pero en el plano teórico su pensamiento
dejó espacio para posteriores tergiversaciones, casi todas consistentes
en aceptar el desequilibrio puesto de manifiesto por Keynes, como un
caso particular. No tuvo Keynes en persona el tiempo necesario para construir
una crítica general a la teoría neoclásica, a la que validó en alguno de
sus dichos. De algún modo quedó flotando la idea de que el salario era
inflexible a la baja o que había otras causas para la desocupación. Pero no
se hizo la afirmación fundamental. ¿Es seguro que la baja del salario real
aumentará el empleo? Aceptar esto implica aceptar que hay sustitución
factorial (se toman hombres que reemplazan máquinas) y no reconocer que
el salario puede bajar y la cantidad de fuerza de trabajo demandada ser la
misma, sin incremento alguno.

7.5 La dinámica del crecimiento a partir y después de Keynes y Kalecki.

Si el estudio de las fluctuaciones constituyó en definitiva un campo
complejo para la teoría, la determinación de senderos de crecimiento fue
posible gracias, como dijimos a las aportaciones de dos autores, Harrod y
Domar, al dotar a los esquemas keynesianos de parámetros dinámicos. Su
estudio partió de considerar, bajo que condiciones tres grandes agregados
pueden maximizar su crecimiento en equilibrio de largo plazo. Este

equilibrio implica que los tres agregados -ingreso nacional, consumo total
y stock de capital- deben crecer a un ritmo constante. Se partió de la simple
constatación de que el límite al crecimiento está dado por la tasa de
crecimiento de la fuerza de trabajo (tasa de crecimiento de la población
económicamente activa) más el crecimiento de la productividad del trabajo
(que no es la productividad marginal del trabajo neoclásica, por
intensificación de un factor variable sobre otro fijo, sino simplemente el
mayor rendimiento por evolución de la técnica.) Luego, se dedujo que dada
la anterior tasa técnica de crecimiento potencial, la misma requiere, para
ser concretada, una propensión al ahorro de determinada magnitud, y esta
debía ser aquella que permita un incremento del stock de capital suficiente
para realizar el nuevo producto máximo. Lo importante a los efectos que
nos interesan es que la aportación de Harrod y Domar a los modelos
keynesianos demostró que el equilibrio de largo plazo sólo se obtiene por
casualidad, o si una acción deliberada lleva la inversión a un determinado
nivel. La oferta y la demanda producían equilibrio por causalidad, la
intervención garantizaría el equilibrio.
Se volvía así al tema que Ricardo había dejado en situación de estancamiento.
Concretado un proceso de acumulación, nos decía éste, la tasa de
beneficio tendía a reducirse por la competencia en el estado estacionario,
porque los salarios per cápita no aumentaban al incrementarse la población
ante mejoras de la productividad. Esto era más o menos como si el papel
social del capitalista fuera movilizar el capital necesario para aplicar a la
producción una nueva generación de innovaciones, una vez realizadas las
cuales, su acción se suspendía. Ahora bien, esto, en el modelo Harrod-
Domar significa que los capitalistas se apropian de todo el excedente y el
sistema entra en depresión. Es decir existe una distribución del ingreso
entre capitalistas y asalariados tal que se obtiene el sendero máximo de
crecimiento o, si no hay crecimiento, por lo menos el pleno empleo en las
condiciones técnicas existentes. Por encima o debajo de dicho nivel el equilibrio
no se alcanza. La única forma de mantener el pleno empleo y el crecimiento
potenciales, en definitiva, permitir que los salarios suban. Tanto
los salarios unitarios como el volumen de salarios deben aumentar a la
misma tasa de crecimiento de la productividad si no se desea el desempleo.
Una vez que los beneficios, por su parte, permitieron la acumulación de
capital para invertir en la aplicación generalizada de las nuevas técnicas más
el consumo de los capitalistas, los frutos del progreso técnico van a los trabajadores.
Dos notas al margen suscitan los párrafos anteriores. Suele decirse,
cuando hay negociaciones colectivas de salario, que los salarios no pueden
crecer por encima de la productividad, a fin de desalentar los reclamos.
Debe entenderse que esta afirmación es una vulgarización del análisis de
Harrod-Domar, pero también que esto significa en el modelo que los
salarios que aumentan según la productividad son salarios reales y no

nominales. En otras palabras, para que no haya déficit de ahorro, los
salarios en poder adquisitivo deben aumentar en el mismo porcentaje que
el producto interno, entendido este en valores contantes sin inflación.
La segunda nota al margen surge del consumo de los capitalistas. Los
economistas han tenido la tendencia a suponer capitalistas austeros de tipo
calvinista luterano, tal como surgen de las descripciones del origen del capitalismo.
De esto se deducía, aunque sin mucha explicitación, que el consumo
de los pocos individuos que constituían la clase propietaria (al margen
de los terratenientes) podía omitirse en los modelos más estilizados. Sin
embargo, creemos por nuestra parte, que el consumo diferenciado y suntuario
de los capitalistas más aquel que realizan las capas medias supervisoras,
no puede ser ya más considerado despreciable. Por el contrario, y si
tenemos en cuenta fenómenos tan importantes como la valorización inmobiliaria,
que constituye una suerte de fuente de renta creciente, que puede
ser contabilizada por convención como inversión pero que es en realidad
consumo conspicuo, al decir de Veblen, la mirada sobre el fenómeno debería
ser modificada. Nuevamente, la sociedad capitalista, al menos en los
países con algún desarrollo significativo, que es donde el capitalismo muestra
su faceta más progresiva, está lejos de la proletarización supuesta por
Marx, pero tampoco es la sociedad keynesiana que traslada benefactoramente
los incrementos de productividad a los trabajadores de buena gana.
Existe un complejo perfil del consumo social en el que participan muy
diversos estratos, en configuraciones que inciden sobre la demanda agregada
no sólo en volumen, sino también estructurando segmentos sociales,
con sus arquetipos exitosos y arquetipos depreciados, es decir, si se es realista
en el análisis, con diferenciaciones evolutivas que producen distintas
humanidades parciales sólo vinculadas en los espacios públicos, pero aisladas
en los privados. Es más, creemos que deben pensarse modelos de crecimiento
en los cuales el equilibrio de largo plazo del sistema incluya hipótesis
de consumo suntuario de importancia en capas medias altas, lo que
significaría equilibrios macroeconómicos que sin embargo pueden identificarse
como no deseables si se desea una sociedad más igualitaria. No se
trataría sólo de alcanzar el nivel de Inversión suficiente para garantizar la
plena ocupación, sino de pensar además los diferentes tipos de sociedad
con plena ocupación posibles. Después de todo, los modelos del tipo poskeynesiano
sólo describen economías industriales y monetarias, no necesariamente
capitalistas. Puede pensarse en dichos modelos qué estructura es
todavía capitalista y qué estructura no lo es. Se han formulado modelizaciones
para el caso de una economía socialista en el sentido de economía de
propiedad estatal, con el evidente resultado de que en tal sociedad la suma
de los salarios es igual al consumo y al suma de los beneficios es igual a la
inversión, en equilibrio, el cual es logrado por el planificador central. Tal
ejemplo era ineludible cuando tal socialismo estatalista existía y parecía
sostenible. Hoy día se nos exige no sólo pensar en las distintas configuraciones
de clase dentro del capitalismo sino en un hipotético poscapitalismo.

Michal Kalecki puso de manifiesto el Prinicipio de la Demanda
Efectiva en paralelo con Keynes. Inspirado en los economistas
rusos de la Teoría del Subconsumo, es además el autor de una
de las descripciones más lúcidas de la dinámica del Capitalismo.
Sus trabajos son constante inspiración para la escuela
Poskeynesiana, en la que los desequilibrios del sistema no son
sólo de corto plazo, sino que, coma había señalado ya Keynes,
sólo la socialización de las decisiones de inversión en una
economía de mercado, pueden garantizar un sendero de vitalidad
económica sin crisis. Autor de notables señalamientos
que quedaron plasmados en frases célebres.
“Los capitalistas ganan lo que gastan.” (consumo propio más
inversión)
“Una de las funciones importantes del fascismo, tipificado por
el sistema nazi, fue la eliminación de las objeciones capitalistas
al pleno empleo”.
Tanto en el caso de la economía socialista como en los capitalistas los
modelos nunca avanzaron en la distribución personal intrasalarial, es decir
en las causas de la remuneración de las distintas calificaciones laborales.
Extraña omisión, cuando es al menos evidente que las diferencias entre
categorías son distintas según los países que se observen, y que cualquier
apelación a la “productividad marginal” de cada categoría choca con la
constatación de que en un equipo de trabajadores todas las categorías y
especialidades suelen integrar un colectivo no desagregable, o sea donde
todos, maestros y ayudantes pueden ser necesarios. Se han ensayado teorías
marginalistas a fin de intentar vincular el diferencial positivo de salario de
una categoría superior con el rendimiento anualizado del capital incorporado
en la capacitación. Por cierto que se trata de ejercicios teóricos que no
Michal Kalecki

son los que usa el empresario para decidir las diferentes remuneraciones.
Ejercicios que, por otra parte, muchas veces demuestran lo que a priori se
quiere demostrar. Es decir si al constatar una diferencia salarial, suponemos
que la misma es el rédito de una capitalización previa, será extraño que el
análisis vaya más allá, por ejemplo intentando verificar si algún cálculo
confirma la hipótesis. El estudio de las diferencias en remuneraciones constituye
una asignatura pendiente, lo que, a la vista de la evolución probable
de los sistemas económicos, no debiera ser postergada indefinidamente.
Retomando la anterior descripción según el modelo, éste supone que
sólo los capitalistas ahorran y que los trabajadores sólo consumen. Pero en
realidad lo que el modelo está exigiendo es un volumen óptimo de ahorro
(ni mayor ni menor) y éste puede ser realizado también por la suma de
ahorro de capitalistas y ahorro de trabajadores, en el supuesto de que el
segundo pueda existir. Y sabemos que en la realidad algunos trabajadores
ahorran. Por tanto debemos estar atentos a que la distribución del ingreso
nacional entre beneficios y salarios, no tiene porque ser necesariamente
idéntica a la distribución entre capitalistas y trabajadores. Es más, se puede
construir un modelo y se lo ha hecho, que determina que, si se diera una
propensión al ahorro más intensa en proporción a sus ingresos, los asalariados
podrían con el tiempo eliminar a los capitalistas, convirtiéndose ellos
en trabajadores propietarios. Mucho se ha discutido a partir de este tema, si
en condiciones normales de comportamiento según necesidades de cada
clase, existe la posibilidad de que haya dos clases sociales que acumulen.
Pero esto implica, como mínimo, que si hubiese una intervención exitosa,
por ejemplo de carácter tributario, se podría lograr en el tiempo la desaparición
del stock de capital de la clase capitalista y su reemplazo por una clase
trabajadora propietaria. El stock de capital de la sociedad, sea como sea que
se lo mida es una magnitud que puede o no coincidir con el patrimonio de
los capitalistas no trabajadores. Si bien este tipo de investigación es en principio
puramente lógica y no institucional, nos está indicando como en el
contexto de la economía clásica, las relaciones entre las clases sociales
nunca están omitidas y negadas como si no interesasen o como si la distribución
del ingreso fuese un resultado técnico neutral de la “aportación de
los factores”. Una y otra vez vamos viendo como la diferencia de método
implica también dos actitudes, una que supone a la estructura de clases
como un fenómeno de interés, otra que trata de ignorarlo o justificarlo.
También nos percatamos que la superación del capitalismo como formación
histórica, al menos desde el punto de vista lógico, puede pensarse de
modo diferente a la apropiación estatal generalizada de los medios de producción.
La conclusión central que han dejado estos análisis en el pensamiento
económico es que, cuando se los aplica a un sistema capitalista, se requiere
que los salarios crezcan junto con la productividad, aunque no lo hagan en
la misma proporción pero al menos sin un retraso excesivo, si se desea

evitar que el sistema entre en depresión y quizás colapso. Los trabajadores,
o algunas capas de trabajadores, mejoran su situación con el progreso
técnico, no por bondad de los capitalistas, sino por la necesidad de los
mismos de realizar su plusvalía. Tampoco es una acción consciente de parte
de la clase dominante, sino más bien la comprensión cultural de que se debe
buscar algo tendiente al pleno empleo para evitar la excesiva conflictividad
social y para que las fracciones del capital vinculadas al consumo masivo no
sean eliminadas. Además, la demanda efectiva se acerca a su valor razonable
también con el consumo suntuario, tal como peticionaba Malthus cuando
advertía sobre la importancia del consumo de los terratenientes.
Quizás los verdaderos capitalistas “marxistas” sean los de los países periféricos
que se benefician de las rentas agrarias y extractivas. Con alguna
razón, aunque sea perversa, suelen llevar adelante políticas económicas de
desindustrialización.
Se debe llamar la atención al hecho de que la distribución del ingreso
entre las clases y los sectores sociales en el contexto keynesiano parece interesar
sólo a los efectos de lograr una sana “propensión al consumo” que
garantice el sendero de crecimiento o de realización del producto potencial.
Nosotros no estamos obligados a sostener esa limitación. El pleno empleo
es, en principio, simplemente eso, es decir que todos los trabajadores disponibles
se encuentren produciendo como recurso que no debe ser desaprovechado.
Su calidad de vida no forma parte de los esquemas a partir de ahí.
No quiere decir esto que los autores keynesianos desearan algo así, pero la
preocupación más inmediata era evitar la desocupación y las recesiones, y
cualquier consideración adicional quedó postergada. También es cierto
que, en un ambiente duradero de pleno empleo, la clase trabajadora se vuelve
más exigente, no sólo en cuanto a encarecer el salario exigido en actividades
críticas, sino también por que cubiertas sus necesidades básicas,
pueden comenzar a pensar en el compartimiento del excedente. Quizás sea
por eso que cada tanto se adoptan políticas neoliberales que en apariencia
van contra los intereses de algunos capitalistas. Con la recesión encuentran
mermada su masa de ganancias, pero también ven mermadas las aspiraciones
de los trabajadores en participar del producto social, en razón del
aumento de su vulnerabilidad. Es esta la gran sugerencia de Michal Kalecki.
Kalecki es una figura que aparece como una isla en el pensamiento económico.
Sus contribuciones forman hoy parte de la nueva economía clásica
y tienen una impronta propia que las hacen siempre convocantes de la
reflexión fructífera. En forma totalmente paralela o incluso con cierta anterioridad
a Keynes, emprende un análisis macroeconómico que ignora totalmente
la economía neoclásica y sus imaginarios mercados y productividades
marginales. Todos los interrogantes pasan a tener respuestas en el
marco macroeconómico kaleckiano, dados ciertos supuestos bastante realistas
y explícitos, es decir modificables si no se los encuentra satisfactorios,

circunstancia esta que hay que demostrar a partir de la estadística y no del
homo economicus racional.
La economía que modeliza es la de grandes agregados macroeconómicos
en el marco de competencia imperfecta. Las empresas producen en
distintas situaciones de monopolio que les permiten obtener rentas por su
posición dominante, lo que expresan según sea esta mayor o menor, en un
también mayor o menor margen (mark up) sobre el costo variable de producción
(salarios más materias primas). La diferencia entre costo variable y
precio, el mark up, se destina a beneficios y Sueldos y Gastos Generales para
mantener la posición en el mercado, de los que los gastos de venta son los
principales. Sueldos y gastos son relativamente fijos, no así los beneficios y
los costos variables.
Los sueldos son separados de los salarios por ser gastos fijos. Pero nos
están diciendo también que nos encontramos ante una sociedad donde ya
no hay sólo burgueses y proletarios o campesinos. Hay empleados que comparten
con los capitalistas el mark up y que cumplen una función de supervisión
y mercadeo. Es la clase media, asalariada, pero con todos sus intereses
bien diferentes de los trabajadores manuales. Esta clase media, además
de su rol de supervisión y protección de los capitalistas, cumplirá el rol de
consumidor realizador del excedente. Su actuación política se acercará a la
de los trabajadores productivos directos cuando por las crisis sus ingresos
o sus ahorros se vean amenazados. Se alejarán de dichos trabajadores e
incluso los enfrentarán, cuando estos cuestionen el margen o mark up queriendo
compartirlo, en los auges del ciclo económico.
Toda esta estructura le permitirá a Kalecki determinar por forma separada
a Keynes la Demanda Efectiva. En efecto, con simples pasajes de términos
en las ecuaciones del modelo y un poco de realismo, se determinará
que es el Consumo de los capitalistas sumado a la Inversión, también realizada
por estos, lo que determinará el nivel de producción por el lado de la
Demanda y no por la oferta. También que el Ahorro será, en forma contraintuitiva
pero cierta, un resultado indirecto de la Inversión. Si esta es alta,
el producto y el ahorro son altos. Lo contrario si es baja. La inversión determinará
también a través de un razonamiento algo más complejo el sesgo del
ciclo económico, el que resultará de la propia naturaleza del Capitalismo y
de su modo de decidir los proyectos de inversión en razón de la no socialización
de la misma. Pero estos ciclos, aun con crisis, no conducen de modo
alguno al fin de la acumulación y crisis final del sistema por causa de una
depresión final.
Otro señalamiento crucial de Kalecki es su concepto de ciclo económico
de carácter político. Según esta afirmación los gobiernos suelen expandir la
producción antes de las elecciones mediante la política fiscal y/o monetaria
pero lo deprimen luego para disciplinar las aspiraciones de los sindicatos de
una mayor participación en el ingreso y en el excedente, restituyendo así la

mayor tasa de beneficio. Supo en consecuencia anticipar el keynesianismo
mutilado, o sea aquel que se utiliza con el sólo fin de amenguar las crisis
pero no el de utilizar en plenitud el potencial económico.
Los capitalistas ganan lo que gastan constituye una de sus afirmaciones
más notables. Suponiendo para simplificar que los trabajadores no ahorran
y no incrementan su consumo, la suma de consumo capitalista e Inversión
determina el volumen de los Beneficios. Si son escasos existirá exceso de
ahorro y el producto y los beneficios de los siguientes ejercicios se ajustarán
a la baja, por falta de demanda o sea por falta de órdenes de trabajo.
Como vemos el sistema kaleckiano combina la Demanda Efectiva con la
Competencia Imperfecta y el ciclo económico determinado por la Inversión
capitalista, es decir una inversión que por ser de tal carácter no sigue el “filo
de navaja” de crecimiento máximo de Harrod-Domar.
Resulta difícil escapar a la tentación de creer que, a partir de un esquema
como el que plantea Kalecki, ampliado a las diferentes variantes institucionales
que permiten las diversas formas de capitalismo, y articulado con
los esquemas de reproducción de Sraffa, constituiría por fin una representación
adecuada del sistema económico en que vivimos. Articular mercados
con diferente grado de monopolio, y sus diferentes rendimientos a
escala, permitiría tener una visión de la estructura económica, es decir una
visión de la totalidad más allá de la que dan los grandes agregados. Es una
tarea aún no concretada y cuyas dificultades no podemos todavía precisar.
La realidad económica ha sido presentada hasta aquí de dos maneras
que se contraponen.
Por un lado la economía clásica antes de reconocer la caída de la Ley de
Say y también la neoclásica, trabajaron sobre el supuesto de competencia
perfecta o libre concurrencia, que aunque no son idénticos, nos dicen
ambos que en el “largo plazo”, cuando todos los oferentes ingresen al mercado
movidos por las señales de precios, las rentas no tendrán importancia
e incluso la misma ganancia normal debería desaparecer hasta reducirse a
la remuneración del capitalista por su tarea de organizador y administrador.
Algo así como si el capitalista se convirtiese en un trabajador gerente, bien
remunerado pero asalariado al fin. Ya se comprende, aunque sea por vía de
la duda, que esto no es una economía capitalista del mundo real.
Por otro lado los macroeconomistas no neoclásicos (keynesianos y
kaleckianos) fueron directamente a las relaciones entre los grandes agregados
tal como se dan en la realidad, con lo que promediaron la formación de
precios de competencia, donde la hay con la de monopolio, oligopolio, etc.
Esto se parece más al capitalismo pero aún no lo descubre en la formación
de precios de cada industria y cada mercado.

Kalecki en cambio se aproxima mucho más. Su concepto de mark up nos
está indicando que muchos precios se forman no con ganancia normal de
capitalista competitivo, sino con rentas que surgen de posiciones dominantes.
Estas rentas, lo mismo que las de la tierra más fértil en relación a la
menos fértil, surgen de cualquier posición de ventas que habilite a obtener
un beneficio extraordinario o superutilidad, fenómeno que la contabilidad
empresaria reconoce con frecuencia en el llamado Valor de Llave. Este valor
de llave es un intento de activar en el balance, aunque sea de forma muy
rústica, el valor actual de las superutilidades futuras. El cálculo es impreciso
por cuanto nadie sabe a ciencia cierta cuanto durará ese futuro, que en
algunos casos puede ser perecedero pero en otros puede ser casi infinito. Y
puede que las rentas monopólicas no estén presentes sólo en aquellos casos
en que la oferta se concentra y manipula precios (también lo puede hacer la
demanda de un producto), sino que se trate de un fenómeno más extendido
a casi toda actividad productiva donde el vendedor tenga relativamente
cautivo un mercado. Esto puede darse por fenómenos tan nimios como la
distancia, la fuerza de la cadena de ventas, el conocimiento de marca, pero
sobre todo por el hábito más o menos generalizado de los vendedores de no
ceder a la tentación de competir, llevando a cabo acuerdos tácitos de precio
mínimo. Aunque la principal renta es la que se obtiene normalmente de la
contratación del trabajo asalariado, desde el momento que el mismo no es
en general resultado de una oferta que el individuo hace libremente desde
una posición simétrica, sino de su necesidad de un sustento para sobrevivir.
Si esto es así y creemos que lo es, se plantea nuevamente la gran importancia
de la propiedad del capital productivo frente a la condición de asalariado
del trabajador. El acervo patrimonial del vendedor que le permite, aun en
caso de pequeñas empresas obtener renta, tiene un valor que en promedio
excede siempre al valor de compra del mismo. El valor de llave puede servir
para estimar el fondo de comercio, o la capacidad de la fábrica o la tierra
productiva, pero nadie puede asegurar que la venta de activos productivos
se realiza por el valor exacto presente de las superutilidades futuras. Por ello
todas las sociedades definen algunos bienes como inalienables a modo de
protección del futuro de la comunidad. En general la transacción se realiza
por otros motivos, entre los que cuenta la decisión personal de abandonar
la actividad productiva como decisión en algún momento de la vida personal
o familiar.
En consecuencia, un sistema de competencia como el que suelen considerar
los neoclásicos, requeriría entre otras cosas para ser en alguna medida
real, un perfecto impuesto a las ganancias extraordinarias que retirara la
superutilidad. Bella idea pero de difícil implementación.
El surgimiento de la Macroeconomía, como es sabido, conlleva la idea
implícita o explícita de que la economía es conducida por la Demanda y que
la Oferta se adecua a los movimientos de la primera. Dicho así esto parece
no ser motivo para polémicas agudas. Sin embargo, si conocemos todas las

implicancias de dicha afirmación comprenderemos mejor lo que está en
juego. En primer lugar, la Demanda puede ser insuficiente, y generar desocupación
de hombres y máquinas, siendo esto lo normal, pues los mercados,
que no operan con la máxima de que “toda oferta crea su propia
demanda”, pueden no ser vaciados en razón de insuficiencia de poder
adquisitivo o de retracción del consumo por cualquier motivo.
Pero además Harrod demostraría luego, llevando el análisis keynesiano
a una coherencia que el propio Keynes no tuvo, que el equilibrio macroeconómico,
diferente del equilibrio general neoclásico de carácter natural, sólo
podía lograrse normalmente si la Inversión autónoma era suplementada
por una inversión inducida que cubriese el faltante para el pleno empleo.
Kalecki, quien formuló en paralelo la teoría de la demanda efectiva, fue
mucho más claro que Keynes en la formulación de su esquema macroeconómico.
Diversas circunstancias hicieron que las aportaciones del inglés
tuvieran mayor repercusión. Ahora, retrospectivamente, vemos que la
capacidad de anticipación de Kalecki, no ponderada en su tiempo tendría
una lógica más integral.
En Kalecki desaparece toda excusa para lo que luego sería la síntesis
neoclásica-keynesiana, por cuanto no hay en el rendimientos decrecientes
de los factores, separados o en conjunto. Al suponer que, en situaciones
normales los rendimientos del modo de producción moderno son constantes
o incluso crecientes, hace desaparecer cualquier posibilidad de volver a
la ley de Say y a la idea de que el equilibrio viene de la mano de la flexibilidad
descendente de los salarios. Por el contrario, demostrará que la tan
mentada PMT, si existe, es superior en general a la remuneración del trabajo.
Su consideración explícita de la función generalizada de la posición
monopólica lo llevó a hacer notar que es la rigidez de los precios, y no los
salarios, la causante del desequilibrio. Al contrario de Kaldor, indicó que
aún en las depresiones, el control sobre los precios de los monopolios les
permite, dentro de una cierta franja, evitar la baja de los mismos ajustando
en cambio las cantidades. Esto implicaba que, por fenómenos reales y no
monetarios, el equilibrio macroeconómico era solo una casualidad.
Anticipaba así a Harrod y su filo de navaja. Hay en Kalecki una visión depurada
de cualquier componente neoclásico, a diferencia de Keynes, y por
tanto más clara. Las razones de que la economía de la Demanda Efectiva
prevaleciente haya sido la keynesiana y no kaleckiana son muchas, entre
ellas la mayor corrección política del pensamiento del inglés, y la enorme
contundencia didáctica de su graficación de la relación entre demanda efectiva
e ingreso. A los autores poskeynesianos les cuesta mucho admitir,
inmersos como están en sus análisis cuidadosos, que la didáctica y la representación
gráfica accesibles, más allá de su validez, constituyen herramientas
muy efectivas de difusión e imposición de una determinada visión por
sobre otras. Casi todos los profesionales y aun quienes no lo son, tienen

presente el gráfico de curvas de oferta y demanda en su forma de presentación
más habitual. No saben que es de existencia improbable, pero creen en
él y actúan en consecuencia.

7.6 Keynes asimilado. La Síntesis neoclásico-keynesiana.

Casi cualquier estudiante de Economía al que se introduzca en la
Macroeconomía, será informado que esta parte de la profesión, por cierto
determinante, se debe al genio de Keynes. Serán ahora los grandes agregados
nacionales (Inversión, Consumo, Ahorro, Producto o Ingreso) los que
interesan. El estudiante creerá que por fin, habiendo superado los aburridos
cursos de Microeconomía donde fue aleccionado con las moralejas del
Equilibrio General, puede ahora estudiar la realidad.
Vana ilusión. La astucia de la Razón Neoclásica es infinita, o casi.
Se le explicará algo de las ecuaciones keynesianas, sin informarle casi
nunca cuándo las mismas son identidades, cuándo ecuaciones independientes,
cuando ecuaciones simultáneas.
En la segunda clase aparecerán unos gráficos, en principio en dos cuadrantes
cartesianos positivos, en los que se le ilustrará el modelo denominado
IS-LM, y se lo invitará a estudiar macroeconomía desde ese aparato
de análisis. Lo que nunca se le informará, a veces por desconocimiento del
profesor, es que Keynes ha sido tergiversado. Si el profesor es un poco más
sofisticado, se le dirá que el modelo IS-LM coloca al caso keynesiano como
un caso particular, y que dicho modelo, al ser más general, constituye la
verdadera “teoría general”. Agradecido por tan importante iluminación, el
alumno continuará con sus preocupaciones habituales, pero satisfecho de
haber superado a Keynes. Si luego se recibe, y tiene éxito en su carrera profesional,
recitará con suficiencia que Keynes fue una persona muy perspicaz
que descubrió algunos casos “anómalos” en los cuales las recomendaciones
de la Economía tradicional no se cumplen, y que por un tiempo, sólo por
un tiempo, hay que usar algunas recetas heterodoxas. Esta aparente apertura
mental, que le permite ser según las necesidades, sabiamente ortodoxo u
heterodoxo, le aportará seguridad y prestancia.
Lamentablemente estará equivocado y por mucho.
La Síntesis Neoclásico-keynesiana, también conocida como síntesis
neoclásica, es un modelo teórico elaborado inicialmente por John Hicks y
continuada por Samuelson, Modigliani, Mundell y Fleming, casi todos ellos
y otros más, premiados por relumbrantes premios Nobel. Incluso dos
recientes laureados, Stiglitz y Krugman, aunque contestatarios por cuanto
hacen una lectura de las extensiones del modelo IS-LM en la que otorgan
más relevancia y frecuencia al caso keynesiano, son neoclásicos. De este

modo participan de un modo y otro de la tergiversación y domesticación
del paradigma macroeconómico.
El modelo IS-LM establece en la primera parte un comportamiento para
la relación entre Inversión y Ahorro mediatizada por la tasa de interés y en
la segunda se describe el mercado del dinero a través de la demanda monetaria
según como varíen la tasa de interés y el producto. Se determina una
curva IS(inversión en relación al ahorro) normalmente con pendiente
negativa y una curva LM, normalmente con pendiente positiva y que ilustra
la unión de todos los puntos en que hay equilibrio entre la oferta y la
demanda de dinero. Ambas se cruzan decorosamente “por lo general” tenemos
en consecuencia el sagrado EGN, pero ahora expresado en forma
macro, o sea de agregados nacionales, y partiendo de los conceptos creados
por Keynes.
El Lord inglés que había revolucionado la economía en tiempos de la
Gran Depresión, queda reducido a un caso del EGN, donde existen algunas
rigideces que impiden a las variables macro comportarse adecuadamente.
Tal jibarización es obra, esencialmente de Lord John Hicks. El escándalo es
comprendido, relativizado y queda en casa.
Pero la manipulación no puedo ser mantenida en secreto indefinidamente.
El caso keynesiano no es un caso particular, salvo que se hagan
alteraciones y supuestos adicionales que él nunca hizo, y peor aún, a los
cuales se oponía.
La función de Consumo (C=f(Y)) o sea que el consumo es una proporción
del Ingreso Nacional es cambiada por otra donde C=f(Y, i) es decir
empieza a intervenir la tasa de interés donde antes no estaba y no debía
estar. Con esto se quiere decir que el consumo, o su inversa el ahorro, están
también influidos por la tasa de interés. Puede sostenerse que esto es así, lo
que no puede es proclamarse que eso sigue siendo keynesiano. Es más,
implica volver a la idea prekeynesiana. Luego, la teoría keynesiana de la
Inversión, donde I=f (E, i) es función del rendimiento esperado de los distintos
proyectos de inversión existentes y de la tasa de interés como costo
de oportunidad, es reinterpretada como si esto fuera la deseada y esquiva
PMK. Finalmente se trabaja como si el sistema fuera uno de ecuaciones
interdependientes, o sea que se las supone de ajuste automático. Ya no hay
variables independientes. Como todas las variables, en particular precios y
salarios, son supuestas como flexibles, obtenemos un artilugio por medio
del cual vuelve la ley de los mercados, la igualdad supuesta apriorísticamente
de Oferta y Demanda Agregadas. Ya no hay desequilibrio, si no actúan
las malvadas rigideces. El señor Juan Bautista Say vuelve a imponer su ley.

John Maynard Keynes, es señalado como el descubridor de la
Demanda Efectiva en economía. Esto no es así si lo pensamos
en forma absoluta. Casi todo gran descubrimiento es en alguna
medida impulsado por más de un pensador, y no es ésta la
excepción. Antes otros sospecharon que el Capitalismo
Autorregulado era inestable y susceptible de crisis.
Pero Keynes fue beneficiado con la fortuna de que sus aportaciones
hicieran visible la Demanda Efectiva como determinante
del equilibrio o desequilibrio de la Economía. Estar cerca
de la Gran Depresión, y desempeñarse en la City y el
Cambridge londinenses explica su fortuna.
Aun así y pese a ser con toda probabilidad uno de los salvadores
del Capitalismo, es denostado por los enunciadores del
Neoliberalismo, el último intento de un Capitalismo
Aurorregulado. Buen ejemplo de las limitaciones de la inteligencia
humana.
La principal de dichas rigideces, digámoslo frontalmente, es el salario. Si
por alguna circunstancia, los salarios nominales o reales son inflexibles a la
baja, ya conocemos la causa de la desocupación, según los pseudo keynesiasnos.
Lo que Keynes (y Kalecki) nos venían a decir era, en esta particular
y acotada acepción, que habría un cierto desequilibrio temporario si los
salarios, o más ampliamente algunos precios fueran inflexibles. O que en
algunos casos, la tasa de interés dejaba de ser un elemento adecuado para
arbitrar entre la demanda y oferta de ahorro, por expectativas no racionales.
Pero esto no es Keynes ni la teoría de la Demanda Efectiva. Para éste, aunque
los salarios bajen, si las expectativas de los empresarios son conscientes
de que los bajos salarios disminuirán la demanda, la demanda efectiva se
situará por debajo del potencial y habrá desocupación y esta será estable. A
su vez, en el keynesianismo auténtico, la tasa de interés no se determina en
John Maynard Keynes,

el mercado de dinero, sino principalmente por la oferta estatal y el deseo de
mantener saldos para transacciones y especulativos. Más aun, las expectativas
de caída de precios, supongamos por causa de una política ortodoxa
exitosa, generan especulación monetaria y suspensión de consumo e inversión
a la espera de la baja de precios. Es el purgatorio de la Deflación y
Depresión con desocupación creciente.
Un punto importante que señalamos aquí pero que es válido en numerosos
pasajes de la crítica a las teorías ortodoxas, es que en forma constante
estas recurren a funciones algebraicas que se representas en los gráficos
como “curvas bien comportadas”. No parece casi necesario aclarar, que tal
buen comportamiento no tiene nada que ver con la frecuencia estadística,
o con cualquier otra forma de observar el caso normal, repetido y por tanto
que configuraría una estilización aceptable de la realidad. Las “curvas bien
comportadas” muestran inclinaciones y curvaturas adecuadas para que la
teoría demuestre lo que quiere demostrar. En el caso keynesiano, casi ningún
texto dejará de advertir que las pendientes keynesianas son inelásticas,
es decir rígidas, pero se dejará la sensación de que es una posibilidad entre
otras y no la más concreta. Por el contrario, el keynesianismo pretendía en
origen y pretende entre los poskeynesianos auténticos, que las curvas son
las que son porque surgen como el modo más probable en que se manifiesta
la realidad y luego la curva lo representa. Como se ve, la diferencia de
método es, en este caso, crucial.
Los esforzados intelectuales neoclásicos, cuyo esfuerzo se entiende
mejor si se conocen las remuneraciones que reciben y que tienen mandato
expreso y promesa de premio anual en Estocolmo, han intentado también
colocar al modelo de Harrod-Domar dentro de sus rejas conceptuales.
Molestos quizás porque este modelo nos indicaba que el crecimiento equilibrado,
es decir sin desocupación, requería lo que dio en llamarse el filo de
navaja de Harrod-Domar, en virtud del cual sólo un volumen garantizado
(y por tanto en muchos casos dirigido) de Inversión era compatible con el
equilibrio, y no el que arbitrasen las fuerzas del mercado regidas por la tasa
de interés entendida como el “premio a la postergación del consumo”, decidieron
actuar.
Samuelson y Solow, para poder llevar a cabo esta tarea, decidieron suponer
en las ecuaciones de Harrod Domar, que el ingreso o producto nacional
es función de los dos factores neoclásicos L y K (trabajo y capital) a través
de la conocida función de producción neoclásica con las conocidas y simétricas
productividades marginales (PMT y PMK) con la forma de Euler y
rendimientos decrecientes. No es fácil explicar este artificio ni nos proponemos
hacerlo, lo que puede ser subsanada con la consulta de la bibliografía
recomendada, pero si hay que señalar que para lograr introducir el EGN en
las proyecciones de crecimiento del modelo hay que suponer que Harrod-
Domar es ahora un modelo con infinita sustituibilidad entre factores K y T,

y sin embargo con una relación K/P (Capital/Producto) fija. Además hay
que suponer que la tasa de interés arbitra entre las distintas tecnologías
cuando en el modelo original se rechazaba esta hipótesis. No son estas páginas
el lugar para determinar por medio de teorema y/o observación empírica
cual es el modelo más apto. Sí en cambio, es el lugar para advertir como
se ha intentado, con cierto éxito al menos en la dimensión de la difusión,
alterar los planteamientos de una nueva economía que buscaba resolver
interrogantes de la realidad y no racionalizarlos a la fuerza en un esquema
normativo pero justificador del mercado autorregulado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario