Hechos y palabras.
No debieran buscarse tenebrosas conspiraciones
para entender porqué un país como el nuestro padece sus particulares males
políticos. Más conducente parece en cambio encontrar y señalar lo que quizás
está a la vista, pero se omite con mala conciencia. En la cultura de las
comunidades, entendida ésta en un sentido antropológico, se debe considerar el sistema
de creencias de sus miembros, pero al hacerlo se debe saber que todo
sistema de creencias tiene un desdoblamiento que opera, cuando la brecha es
amplia, a modo de gran hipocresía colectiva: En un primer nivel, nos
encontramos con lo formal o verbalizado en público y que coincide con el
deber ser impuesto por la educación y la moral oficial, luego, en un segundo
momento otro nivel, que sólo se manifiesta en privado, donde se expresan
entre otras cosas las transgresiones a los valores públicos que se dice
respetar.
No es necesario que ambos niveles sean
contradictorios en un todo para que el desdoblamiento adquiera significación.
Unas pocas diferencias pueden ser suficientes, para a través de ellas intentar
determinar la cultura actuada, una tercera dimensión que es la que se
debe ser puesta al descubierto e iluminar. Las expresiones privadas, a
resguardo de la sanción moral desde lo público, constituyen entonces el puente
entre lo confesado y lo actuado.
Por dar apenas un ejemplo entre muchos
posibles, un científico social no debería atenerse simplemente a la opinión
declarada en las clases medias sobre el delito económico, por caso el
enriquecimiento ilícito a través del Estado. Debería de algún modo tratar de
determinar lo actuado al respecto. Descubriría no sólo contradicciones, sino
posturas muy diferentes según la distancia estructural con otros miembros de la
sociedad. El político corrupto merecería distinta persecución moral según su
partido político. Pero a su vez, si fuera una persona cercana, su ilícito sería
omitido cuando no “comprendido”. Se diría con un guiño que “se movió bien”. Podría
también el científico en cuestión descubrir la enunciación de falsas denuncias,
para justificar cualquier posterior opinión interesada. La mayor o menor
frecuencia de estas discordancias con lo predicado en público, dirá cual es la
cultura real y efectiva.
Del mismo modo no es lo mismo lo que se piensa
de las variantes étnicas, raciales y fisonómicas (fenotípicas) según lo formal
y lo privado. Todos somos argentinos pero en privado puede que se afirme que
hay dos tipos de argentinos. Se proclama el trabajo como el medio para el
progreso, pero se intenta la cuasi estafa a condición de que el riesgo sea bajo,
como es habitual en las quiebras. Esto es evidente también en el tratamiento
que se da a las minorías accionarias. Se define como delito el del delincuente
habitual, pero se convalida el delito decisivo y de gran magnitud realizado de
vez en cuando. Se cuestiona la aceptación de coima, pero sólo si el coimero y
coimeado son distantes. Se envía un hijo a la escuela y el club de élite para
que, se dice, se forme mejor, pero en realidad es para que se case y se vincule
mejor. Se manifiesta una conducta sexual, pero se es “boludo” si se la cumple a
rajatabla. Se disfruta la trampa deportiva y un sinnúmero de logros “por
izquierda”. De la cultura tributaria huelga hacer comentarios, sólo baste decir
que en otros países la evasión es condenada con alta sinceridad mientras que
eso no ocurre por nuestras tierras. Pero lo que queremos señalar no es que al
actuar de este modo una sociedad o una clase hacen el mal o el bien. Tampoco que
estas conductas sean privativas de las clases medias, más allá de que estas
representan la mayor frecuencia estadística. Sólo queremos determinar cómo
actúan en realidad, en la integralidad de su conducta y su pensamiento, muchos
segmentos de nuestra sociedad que para nada son excepcionales. Esto incluye a
los denunciadores que en realidad quieren desplazar al denunciado para ocupar
su lugar y reiterar sus conductas bajo otra nominación y con la esperanza de
tener cobertura mediática. Ocurre, en definitiva, que la transgresión y la
corrupción también tienen su génesis que debe ser explicada. La creencia de que
el pecado es por entero autogenerado por el culpable, es buena para sancionar y
castigar, pero no para entender.
Este desdoblamiento cultural tiene su
manifestación en la Política y determina hechos notorios, a veces anecdóticos,
a veces trascendentales. Las elecciones son una ocasión para la expresión del
interés promedio de la ciudadanía o pueblo, aunque aspiren a expresar el interés general de la
Nación. Cuando se observan resultados considerados anómalos desde alguna
perspectiva normativa, se suele recurrir a explicaciones que dejan mucho que
desear. Sea que se culpe a los medios de comunicación, a la ignorancia, al
clientelismo, al populismo o al imperialismo, el fenómeno a denostar no quedará
suficientemente explicado si, al cabo de algún tiempo, las presuntas anomalías
del voto perduran.
En todos estos casos existe una notable
insinceridad, manifestación de aquel desdoblamiento de la cultura en general,
aplicado aquí a la esfera política. El núcleo de ese desdoblamiento reside en
que el lenguaje político es intencionadamente ingenuo y simplificador, pero no
hablamos aquí sólo del lenguaje de los políticos militantes, muchos de ellos
sinceramente ingenuos porque se expresan a través de las ideologías, que son en
alguna medida sistemas de creencias demasiado sesgados. Hablamos más bien del
lenguaje político crudo y cotidiano de las clases medias que arbitran entre los
sectores dominantes y los trabajadores efectivos, o sea las mayorías no del
todo silenciosas, a estar de sus actuaciones últimas.
Vamos a analizar en este caso como este
desdoblamiento genera una cultura política con múltiples dobleces de la
personalidad política de la Nación. Y como influencia en gran medida los proyectos políticos principales, así como la
conducta de los políticos cuando se subordinan
a este clima, renunciando a la Conducción Política como acción transformadora.
Nuestra tesis es que el sistema de
creencias privado predominante en Argentina es un serio obstáculo
para la constitución de un proyecto nacional efectivo, es decir compartido y
actuado, más aun cuando dicho proyecto nacional no tienen ante sí una amplia
gama de opciones. Este sistema de creencias encuentra su soporte en la Historia
y la Estructura Social dependientes y en las actividades de sobrevivencia de
cada estamento social, y no es el resultado de alguna insuficiencia de los
intelectos, aunque algunas tonterías repetidas incansablemente como presunto
saber así lo hagan creer. Este sistema de creencias es precisamente la expresión, racional en lo que
no evoluciona, de los intereses mayoritarios en una visión de corto plazo. Su
contratara son los intereses de largo plazo, con los que la comunidad comulga,
pero no todos los domingos en la misa civil, sino sólo en una tenue esperanza
que se aviva en momentos excepcionales. Ese sistema de creencias privado se
guía y se pronuncia a través de un vector de deformación y desinformación como
es el sentido común político, el reino de lo aparente, el mundo
de la explicación fácil, ajena al esfuerzo científico. En la particular visión
de estos núcleos decisivos, el “sentido común” es el que manda y por tanto en
sus relojes todavía transcurre el tiempo absoluto de Newton y las
complicaciones del conocimiento científico son innecesarias y molestas. A lo
sumo, suscribirán una filosofía política, no una ciencia política. La razón es
clara, la filosofía permite, cuando no es rigurosa, la elección arbitraria, la ciencia posee
autocontroles más difíciles de violar.
La superación positiva de estas creencias y
conductas no es imposible. La historia es en realidad el muestrario de naciones
que dieron el paso hacia la concreción de su conciencia nacional autónoma
y lograron por tal razón la universalidad,
junto a aquellas que pugnan todavía dolorosamente por lograrlo. No en
todas las geografías existe el malestar de una cultura distorsionada y
frustrante. Y, como veremos, la diferencia no reside en un cambio moral
interior, aunque éste afortunadamente también se manifieste cuando la
construcción colectiva se pone en marcha, pero sólo por añadidura.
Veamos entonces como se constituye el
paradigma del Proyecto conservador que frena y estanca, y como este paradigma bloquea
la institucionalización efectiva de un Proyecto Nacional desarrollante.
El Sentido Común como Falacia Cultural.
- Las mayorías populares.
Resulta usual escuchar en los partidos
populares, tanto en aquellos realistas como el Justicialismo, como los que se
organizan en sectas marxistas, un relato según el cual el escenario político es
una confrontación de mayorías populares y minorías explotadoras.
Hace ya tiempo sin embargo que en los países
desarrollados y en este sentido también en algunos semidesarrollados como
Argentina, los sectores obreros no son mayoría. Un análisis abstracto de los
fundamentos del valor, es decir de quien hace en verdad el esfuerzo de la
producción, podría indicar que, objetivamente, los explotados son el 90 por ciento de los
ciudadanos. Pero no se debe ignorar que dentro de los objetivamente explotados
hay categorías que a su vez explotan a otros, y que no suelen recocerse como
parte de un todo laboral que requiera justicia social. Son los cientos de miles
de empleados que se horrorizarían de que su causa fuese defendida
sindicalmente. Más bien tienden a encontrar discutibles orígenes de sus
malestares relativos, es decir chivos expiatorios. En consecuencia, ante este
hecho que se visualiza en cualquier calle del país, se suele pensar por parte
de las militancias progresistas, que algo difiere la toma de conciencia de los
explotados, por ejemplo los medios de comunicación, los mitos de la historia
oficial o la vulgar tontería social. Pero es en realidad otro fenómeno el que
posterga indefinidamente la conformación de las mayorías populares.
Más válido que ese análisis algo anticuado es
aquel que indica que los explotados podrían ser minoría, si consideramos
a los que lo son en forma absoluta, lo que como veremos hace más lacerante la
injusticia, no menos, porque permite una perfidia social más insidiosa y
oculta. Esta afirmación sólo debiera
sorprender a aquellos que desean persistir en el discurso inercial de la
política. Una visión más crítica nos permite ver, con sólo asomarnos a las
calles del país, que los trabajadores productivos efectivos son pocos. Los
obreros industriales y agrarios por cierto, los trabajadores de servicios que
atienden clientes de forma continuada, y muchos otros cuya tarea
resulta en verdad indispensable. Pero si al total de trabajadores dependientes
y por cuenta propia les restáramos aquellos que hacen tiempo en
actividades de espera, los trabajadores y comerciantes redundantes, los
especialistas que recogen ingresos por una mera convención social, y los
funcionarios estatales que no atienden gente de forma continua, podría
provocar asombro el reducido contingente remanente. Por supuesto que estos
trabajos redundantes implican, aunque no siempre, entrega del propio tiempo de
vida para otro fin y el salario recibido es lógico. Pero la
prescindibilidad de su trabajo y ocupación, en términos de valor producido,
está indicando que existe algún callado pacto social para darles un ingreso
aunque no produzcan, lo que ya nos da otra pista de lo que está ocurriendo.
Sumémosle a estas captaciones de ingreso no productivas las rentas, es decir las
ganancias superiores a la ordinaria, que recogen numerosas actividades por el
supuesto de que su status debe tener un piso fijo, y tendremos conformado una
vasta multitud de “gente” que, tal como los antiguos españoles del tiempo de la
Colonia, creen en su mayoría que pertenecen a un segmento social sagrado y no
contaminado por vecindad o emparentamiento con los obreros, desocupados y marginales. Se pensarán
a sí mismos como detentadores legítimos de sus ingresos, merecedores aun de
algo más y todo ello en función de su arrogante talante moral.
Quien se proponga recorrer la miríada de
comercios de la Argentina donde la actividad es discontinua y similar a la de
los comercios vecinos, dedicados al mismo ramo aquí y acullá en una infinita
repetición, tendrán también la oportunidad de dialogar con una interminable
multitud de seres humanos que se creen especialistas sin serlo, y que se
suponen a sí mismos como diferentes al vulgo o a lo plebeyo.
Determinado este hecho, resultaría imposible
seguir sosteniendo con cierto rigor los análisis políticos de izquierda al
juzgar por ejemplo, resultados electorales. Ciertos procesos específicos, como
los que se dan en países con una mayoría indígena largamante postergada (Ver
Alvaro García Linera-La Potencia Plebeya) y temporarias miserias masivas como
en algunos lugares de Europa poscrisis financiera de 2008, hacen creer que los
explotados “han tomado conciencia”.
En el primer caso puede ser correcto el
análisis. Si los explotados efectivamente son mayoría, en un determinado lugar
y tiempo, nuestro análisis no aplica a dicho caso. Como es fácil deducir
estamos pensando en el caso de Bolivia y en general de los pueblos andinos indígenas
de América Latina.
El segundo caso, el de indignados europeos es
bien diferente. Su emergencia es el resultado de excesos temporarios del
sistema capitalista, donde la dominancia financiera ha provocado crisis evitables
que golpean a sectores usualmente protegidos. La creencia aquí de la izquierda
de que por fin se proletarizó la sociedad no sería más que una vana esperanza.
El esquema de mayorías que “explotan” minorías, como en Argentina, se puede reconstituir con
facilidad. Sólo se requiere la aplicación de un keynesianismo vergonzante y
temporario.
Estas mayorías son usadas para constituir alianzas con las clases realmente dominantes,
que permiten a estas constituir desde los medios y las empresas y algunos
partidos políticos, hegemonía cultural. Es por eso que las derechas
pueden ganar elecciones, a veces aun en medio de una crisis de su propia responsabilidad,
y esto aun en forma repetida. Pero además, es por eso que cuando
circunstancialmente los partidos de centro izquierda acceden al gobierno, sus
programas deben ser muy cuidadosos y renunciar a sus propias banderas. Piénsese
el ejemplo del PSOE español, que en medio de una crisis profunda no fue capaz
de impulsar siquiera la dación en pago de la vivienda hipotecada, a pesar de la
tragedia de un suicidio semanal desde los balcones de la vivienda desahuciada. Véase
por caso la cotidiana victoria de partidos de centro derecha en la Europa
Oriental, donde los niveles de vida aun están lejos de los europeos
occidentales. Incluso allí la coaligación implícita de intereses une a sectores
opuestos a una mayor socialización de la riqueza y el ingreso. Ante hechos como
estos las izquierdas cometen con frecuencia un error doble. Por un lado, se
aglutina un sector contestarlo, que sólo logra convocar a la minoría más
afectada. Por otra parte, los más realistas creen que deben relativizar sus
contenidos socialdemócratas y keynesianos, para sumar algún voto de centro.
Este doble error no hace más que postergar las transformaciones que son
necesarias pero que casi nadie sabe mostrar.
Países como Argentina poseen en parte rasgos
europeos en cuanto a las hegemonías culturales. Los movimientos políticos que
como el Radicalismo y el Justicialismo, elevaron la condición social de
numerosos estratos sociales, son víctimas luego de quienes, una vez ascendidos
desearían retirar la escalera a los nuevos aspirantes a la clase media. Tan es
así que dichos partidos han conocido momentos en que los dirigieron elementos
ajenos y reaccionarios, lo mismo que a algunas socialdemocracias europeas. Es
decir, una parte de sus afiliados y la “gente bien” les piden alejarse de lo
plebeyo, lo que sería correcto quizás como estética, pero no como función
social de la política, que es la búsqueda de la cohesión social. Resulta
gracioso escuchar a izquierdas y derechas hablar de la desaparición de las
clases medias, cuando el espectáculo cotidiano nos muestra día a día la
tendencia contraria, salvo en los momentos de orgía del neoliberalismo. Lo
racional de esta errónea letanía, es que de ese modo se demandan más beneficios
y subsidios para dicha clase media en detrimento de otros sectores sociales. La clase media, cuando no está involucrada en
un proceso de creatividad y producción real, suele pensar que sus insuficientes
ingresos se los llevan los políticos populistas y su clientela de clase baja a
través de los planes sociales. Aun siendo esto cierto aquí y allá, no son
capaces de percibir en general los grandes negociados “legales” que los
esquilman a través de maniobras apenas sutiles. Pensemos por ejemplo en el caso
de las AFJP (Administradoras de Fondos de Jubilaciones y Pensiones, gestión
Menem-Cavallo) que se apropiaban de un 35%
de comisión antes de empezar y para siempre, cuando cualquier fondo de
inversión cobra a los sumo un 1% de comisión. Si además consideramos, como es
sabido, que el aporte era obligatorio para todos los sueldos y salarios del
país, tenemos ante nosotros una estafa de magnitud macroeconómica a la vista, y
que sin embargo no se miraba, porque la mirada de las clases medias tenía
anteojeras culturales, en parte colocadas por algunos medios de comunicación,
pero antes que eso autocolocadas por elección de status, y enfoca mejor al
ladrón que no pertenece al establishment. Quienes les escamotean miles de
millones de dólares son en alguna medida su modelo de vida.
No veían este escamoteo gigantesco tampoco los
políticos de izquierda, que preferían luchar contra la plusvalía tradicional.
Por los mismos días, un Intendente de la Ciudad de Buenos Aires era vituperado
y escarnecido por alguna adjudicación discutible, convirtiéndolo en un enemigo
del Pueblo, o un ministro del Interior era consagrado como un malvado
conspirador petroquímico y alguna notorias damas del partido “decente” vaciaba
un banco público pero eran puesta como modelo de vida. El oráculo de Bernardo
Neustadt, supremo gurú de la Libertad, funcionaba a la perfección, y salvo
honradas excepciones, todos concurrían al mismo a pedir bendición.
Nada de lo que aquí describimos debería conducir
a señalar un rol históricamente negativo de dichas clases medias. Su existencia
es una gran fortuna y fue mérito de las luchas populares más algunas decisiones
liberal-socialistas. Lo que sí se quiere poner de relieve es que su conciencia
de clase está determinada por la angustia de la huida de su anterior realidad y
que esta distorsión, favoreciendo a sectores del privilegio injustificado,
posterga el advenimiento de una sociedad más disfrutable para esa misma clase
media y para los demás argentinos todos. Claro que esto requiere ser puesto a
la vista como posibilidad concreta. El infierno de abajo puede ser alejado
huyendo hacia arriba, pero siempre persistirá el riesgo de caer y recaer. Mejor
es desactivarlo. Esta segunda variante, la eliminación integral de la pobreza, harto
diferente del aplastamiento de los pobres, es la que corresponde a la
Civilización.
Las mayorías populares pueden actuar de otro
modo. Pueden ser vector de progreso cuando los contenidos de la hegemonía
cultural dependiente se ven debilitados. Así fue cuando emergieron las fuerzas
políticas integradoras, el Movimiento Obrero, el Radicalismo y el
Justicialismo, más allá de que en algunos momentos de su propia actuación
dichas fuerzas políticas se extraviaran en su accionar. Así fue también en los
años 70 del siglo pasado, antes que los extravíos y la reacción aplastaran a
sangre y fuego un tiempo de renacimiento. En estos momentos fundacionales, las
clases sociales pueden actuar en común y con solidaridad. El racismo se debilita
y el sentido común idiota es tratado como tal. Pero la reacción queda latente y
cualquier error, mientras el subdesarrollo siga presente, se paga con la
contrarrevolución o la regresión. El significado último de los golpes cívico
militares de 1955, 1966 y 1976 reside en las acciones para lograr, en la medida
de lo posible, la restauración de la hegemonía cultural señorial y rentística y
la supresión de una hegemonía cultural donde las clases medias se sumen a los
intereses populares. Nunca lo logran del todo, como lo demuestra la vigencia
política del Justicialismo y la continuidad de las luchas populares, pero sí
logran postergar un desarrollo cohesionado de la sociedad hacia una evolución
sostenida.
Un paso importante para que las mayorías
populares puedan establecerse como tales genuinamente, sería dado si algún día
las experiencias políticas y socioeconómicas escandinavas y del norte de
Europa, fueran tomadas como bandera de lucha por los dirigentes
políticos que se proponen mejorar la vida de la gente. Si analizaran muy en
concreto la historia del movimiento obrero de esos países descubrirían que en
la base del Estado de Bienestar, está la lucha obrera y política y no la
concesión patronal.
El momento sociopolítico al que asistimos,
tanto en el mundo como en nuestra región, en el que las crisis sociales
desatadas por el Neoliberalismo y su intención concretada de desmantelar en
todo o en parte el Estado de Bienestar son el signo de los tiempos, constituye
una gran oportunidad para refundar la política. Es, sin embargo, una
oportunidad que se puede perder. La Historia tiene cierto grado de determinación,
pero ésta actúa en plazos más largos. En lo inmediato, prima la capacidad
política creadora, si se hace presente, o la frustración, si se repiten fórmulas.
Quienes intenten regenerar la polis deberán abandonar cualquier apoyo en la
idea de proletarización masiva y creciente. Aun el más miserable ciudadano de
clase media baja, sueña con el príncipe azul que lo rescate desde el mundo de
los triunfadores. Es la hegemonía cultural de Hollywood. El Justicialismo supo
crear un proyecto nacional que unía a las clases medias y los humildes y por
tanto realizar una construcción evolutiva y revolucionaria. Se trata de
reactivar la convocatoria eficaz de coaliciones nacional populares, con eje en
la tecnificación y la equidad, con la debida actualización del perfil
productivo deseable a la vez que accesible. En un ambiente de ingeniería
difundida, el rebusque es menos necesario y la corrupción no da prestigio.
- El Subdesarrollo.
El sentido común de la cultura privada de
clases medias quiere suponer que el subdesarrollo es resultado de causas de
fácil comprensión. Sólo se explicaría, suponen, por una persistente ineptitud de los
políticos, o por los frenos que el Populismo le ha puesto al mercado, o por
falta de apertura hacia los Estados Unidos, o por los sindicatos que provocan
inflación, o por los trabajadores que no quieren trabajar o cualquier otra
causa simple que los mantendrá en perpetua y justificada indignación. Los
lugares comunes son el idioma de este
Sentido Común y en este caso se manifiestan con el contradictorio
razonamiento según el cual “yo no entiendo nada de economía pero lo que hay que
hacer es………” seguido de una fácil solución y del asentimiento de los
contertulios. Esta ignorancia, grave por ser voluntaria y consciente, puede ser
percibida con nitidez si nos imagináramos por un momento la misma estructura
lógica pero aplicada a los problemas de la oncología o de la física.
En realidad el Desarrollo requiere al
principio nadar contra la corriente, a la inversa de lo que cree el
Neoliberalismo. Todo centro tecnificado tiende a inhibir el desarrollo de su
periferia, aunque esto no sea voluntario como en el caso del Colonialismo. Se
trata de un hecho simple, el centro tecnificado es más eficiente y busca
baratura en la Periferia y colocar sus productos con mano de obra cara en forma
monopólica o al menos dominante. Esos mismos centros capitalistas, invitados
con autonomía a participar de la elevación del mundo subdesarrollado, concurren
a través de sus sectores necesitados de mercado. Cualquiera que elogie a China
por haber elegido el Capitalismo, debería ser más cuidadoso en su terminología.
Es cierto que hace rato ese gran país abandono el comunismo en lo económico,
pero también es cierto que su éxito se debe a la más colosal construcción de
economía mixta dirigida por el Estado.
Reconocer lo anterior y actuar en consecuencia
no implica permitir economías malamente autárquicas sino todo lo contrario.
Pero la vinculación con el Mundo debe tender a avanzar en la tecnificación de
la matriz productiva propia, o local si se prefiere, utilizando para eso los
intercambios, en forma dirigida. Todo proceso de paso al Desarrollo se dio en
economías protegidas pero a la vez agresivamente exportadoras de productos
industriales y servicios. En dichos casos la Inversión Extranjera Directa fue
direccionada a la sustitución de importaciones y la promoción de exportaciones,
es decir a superar la denominada Restricción Externa. Es decir, al capital
externo se le exigió residencia permanente y flujo positivo de divisas. La
especialización en productos de la tierra (agrícola-ganaderos o extractivos) es
válida pero no entendida como excluyente de la industria y los servicios. En
realidad los países deben especializarse en variadas producciones, para evitar
cualquier vulnerabilidad cuando las circunstancias cambian o cuando los
ingresos por una determinada exportación no son suficientes. Los propios
sectores extractivos deben ser industrializados, sea en sus procesos, sea en su
valor agregado, si es posible por los requerimientos del mercado local y
mundial. Los países desarrollados no producen en todas las ramas de producción,
pero retienen la capacidad de producir en cualquiera de ellas cuando lo
necesiten, en forma tecnificada y moderna. Pero además de cualquier virtuosismo
técnico, Estado y sociedad deberán constituir empresas globales capaces de
actuar en todo el mundo.
Podrá pensarse que esta descripción de los
requisitos del Desarrollo es una opinión entre otras. Por cierto lo es, pero no
está formulada al pasar. Quienes así piensen no contarán al menos con nuestro
asentimiento pacífico. Protestaremos que la especialización tiene su ejemplo
supremo en los países bananeros, diciendo también que tienen que producir
cuanto banano puedan, siempre que tenga buen precio en el mercado
internacional. Debiérase saber también que Corea del Sur era en 1960 un país
menos tecnificado que Argentina, incluso en industria electrónica, y su proceso
posterior lo hizo con alta inflación y proteccionismo, paternalismo estatal y
educación técnica a marcha forzada, casi desde cero. La mano de obra barata
inicial explica algo, pero poco. En particular no explica los logros
posteriores y la escasa presencia del capital externo en sus grandes empresas.
La historia de Samsung, Nokia o Toyota debería enseñarse en nuestras escuelas y
mucha tontería repetida con rango de solemnidad cultural desaparecería. Los
alumnos descubrirían maravillados lo que muchos ingenuos solemnes no saben,
como es que Argentina contaba con emprendimientos equivalentes, que las
políticas de apertura unilateral destruyeron. Las zonceras librecambistas del
Subdesarrollo son justamente eso, una cualidad del Subdesarrollo. No es este el
espacio para describir todos esos procesos. En la obra de Ha Joon Chang esto de
explicita y se demuestra científicamente, con el agregado de que, para quienes
creen en el Principio de Autoridad, estamos ante la obra de un académico de
Cambridge ( Gran Bretaña) cuyos estudios sobre el Desarrollo son hoy por hoy lo
mejor que se ha producido al respecto.
Esto explica porque el paso al Desarrollo se
presenta como un proceso tan poco frecuente y tan debatido. Como se trata de un
proceso de progresiva incorporación y autonomización del progreso técnico
aplicado, por cierto nada sencillo, la tentación de la solución fácil es muy
grande. Su supone, en nuestras capas medias, que el “aliento al capital y la
inversión” generan desarrollo por sí mismos. Si al capital se le da lo que
pide, se piensa, invertirá (tecnificará), producirá mucho y los precios bajarán.
Si es capital externo, se radicará con velocidad y fruición. Se ignora que si
no hay Demanda Efectiva (Keynes, Kalecki), el capital fuga hacia el gasto
suntuario no reproductivo o la remisión de utilidades. Y la demanda efectiva
requiere salarios altos. Como la opción del “aliento al capital” es más
sencilla en su explicación, el sentido común como falacia, aunado al interés de
identificarse con los exitosos, encontramos otra de las explicaciones de como
la Derecha adquiere parte de su caudal electoral. El Capital, como bien social,
por cierto que debe ser alentado e incrementado. El capital significa máquinas
mejores y más eficientes, ahorradoras, y
por tanto liberadoras de trabajo, pero por eso mismo el salario debe ser alto y
la jornada laboral debe disminuir pari passu, si se desea que el capital cumpla
su función social. El trabajo intenso y eficaz es valioso, pero se debe
entender que se trabaja para vivir, no se vive para trabajar. No al menos en
beneficio de otros y provocando la depresión y la desocupación.
El empresario de países como el nuestro suele
mostrar un comportamiento político suicida, salvo en el caso de figuras
excepcionales que son toleradas apenas en sus organizaciones. Se aprueba
enfáticamente la apertura económica indiscriminada, sus empresas comienzan a
tener dificultades y quiebran por lo planes de austericidio, y cuando el ciclo
se restablece y un gobierno popular los rescata, le reprochan los subsidios que
otorga a “los que no quieren trabajar”, omitiendo los subsidios que ellos
mismos han recibido. Obsta decir que el suicidio es de empresas, no de
dirigentes. Ante un nuevo y eventual ajuste, siempre queda el remedio de la
quiebra fraudulenta. Pero este recurso no es constituyente de un empresariado
en evolución.
Si no hay consumo recreativo, lo que supone
tiempo libre y un ingreso adecuado para el conjunto de la sociedad, la
sobreproducción relativa, es decir en relación al poder adquisitivo, genera una
paradoja. Hay producción a la vez que miseria creciente. Para comprender que el
Capitalismo puede funcionar en ocasiones de modo excluyente y retrógrado,
no hace falta ser marxista y quizás sea mejor no serlo. Sólo se requiere mirar
la realidad sin preconceptos. Por el contrario, el capitalismo regulado con
eficacia, en economías mixtas y planificación indicativa, es donde se han dado
los mejores niveles y calidad de vida. Resta saber si eso debería llamarse
Capitalismo.
- La Inflación.
Se tiende a creer, en el imaginario del
populismo neoliberal, que la inflación es un mal de fácil eliminación. Se
trataría de un fenómeno de pura responsabilidad del Gobierno, el que podría
decidir si fuera republicano y no populista (en el sentido de defender los
intereses de los sectores bajos de la sociedad), disminuir la emisión
monetaria, bajar el gasto público y refrenar los salarios (de obreros, no los
jerárquicos y de empleados, por supuesto), obteniendo a cambio la tan deseada
estabilidad monetaria. Lo curioso de este razonamiento es que es correcto, pero
de una corrección quizá no deseable si se piensa con alguna profundidad. Este
tipo de remedios funcionan, pero matan a gran parte de los enfermos. La gracia
reside en bajar la inflación sin matar gente.
En realidad la inflación es un fenómeno de muy
compleja dilucidación en la teoría económica, pero baste señalar aquí que, para
los economistas de tradición clásica (es decir no neoclásicos) primero suben
los precios y luego, como consecuencia, es necesaria la expansión de medios de
pago. Y los precios suben por puja distributiva entre asalariados y
empresarios. Reprimir los aumentos de precios no es fácil y es tan discutible
como reprimir aumentos de salarios en respuesta. El gran problema es que las
políticas antiinflacionarias normalmente consiguen su objetivo a costa de una
baja de la producción y el empleo. Es el caso de la ilusión vivida durante la
gestión del infame (en el sentido de que ya no tiene buena fama) Domingo
Cavallo, y antes del inefable Martínez de Hoz. Tuvieron éxito en su política
antiinflacionaria, pero matando a la criatura.
La alta inflación es un fenómeno del
desarrollo inconcluso, dado que allí las pujas distributivas son mayores y la
competencia interempresaria es débil, y en ocasiones el endeudamiento externo
insostenible lleva a la hiperinflación. Los economistas que buscan una mayor
equidad distributiva, y que trabajan sobre la base de acuerdos sociales,
tampoco lo tienen fácil. Pero lo evidente es que ante un problema complejo no
valen las soluciones mágicas.
4. El Populismo.
Es este uno de los sambenitos preferidos del
sentido común neoliberal.
Sin embargo, al momento de precisar que
significa, se descubre que hay tantas definiciones de populismo como disertantes.
Recientemente, en Argentina, algunos políticos justicialistas caracterizaron a
la etapa kirchnerista como populista. Puede que en ellos la significación del
término alcance una nueva y alta precisión, pero en el lenguaje común el
término es usado para denostar al Justicialismo en todas sus formas, incluidas
aquellas que dichos políticos pregonan. Justicialismo por otra parte, que no arruinó
el país como quieren creer algunos, ni dio solución a todos sus problemas como
quieren creer sus panegiristas acríticos, pero que en todo caso le mostró a la
Nación un Proyecto Nacional y Popular claro, aunque sus dirigentes no hayan
estado siempre a la altura de la convocatoria que movilizaban.
Los procesos populares han sido atacados
haciéndoseles aparecer como culpables de derroches prematuros que evitaron las
inversiones necesarias para llegar a un status “europeo” de bienestar. Esa es
la significación implícita reconocida, fuera de algunos trabajos científicos
que analizan el tema en clave sociológica e histórica. No hablamos aquí, por la
naturaleza de nuestro trabajo, de investigaciones serias como las de Ernesto
Laclau o en su tiempo la de Vera Zasulich en la Rusia zarista. Nos ocupa el uso
del término como acusación a los movimientos populares en general.
Tal uso es injustificado las más de las veces,
pero además hay que aclarar que populismo es un término polisémico. Si por
populismo se quiere significar demagogia, mentira, ilusionismo, soluciones
mágicas, enemigos ficticios, discurso ambiguo y tantos otros males de la
práctica política, el término se disuelve porque tales prácticas se han usado
en movimientos populares con tanta frecuencia como en movimientos
antipopulares. Izquierdas, derechas y centros han sido en ocasiones ineptos y
delirantes y en ocasiones serios y eficientes. Pero lo más dañino reside en que
al centrar la acción de descalificación política en la raíz populus, se
pretende hacer pensar que si hay vicios de la práctica política estos surgen de
haber querido favorecer a los sectores más humildes, al Pueblo. De algún modo
éste no sería capaz de comprender determinados sacrificios, que casualmente
coinciden con los requerimientos de transferencias hacia ciertas fracciones del
capital financiero.
Así serían populistas los tribunos romanos de
la Plebe, cuando en realidad muchos de ellos fueron notables estadistas. Serían
populistas el partido Demócrata de Estados Unidos y la socialdemocracia
escandinava. Y el Partido Popular de España sería no populista y sería en
cambio serio, pese a su nombre. Los déficits fiscales de los gobiernos
republicanos recientes y las emisiones masivas de dinero, demuestran que
tampoco la austeridad fiscal es primacía de las formaciones de derecha y centro
derecha. Tampoco la corrupción es necesariamente mayor en los partidos
orientados a los sectores populares, como demuestra la situación reciente en
España o la propia crisis financiera mundial del 2008 que aun se prolonga.
Si el señalamiento del Populismo hace
referencia al surgimiento de mandatarios sin experiencia en la cosa pública y
sin el nivel formativo suficiente para afrontarla, debiérase decir con toda
coherencia que dichos elegidos se presentan con igual o mayor frecuencia en las
fuerzas de derecha que se supone garantía de buen saber. Ronald Reagan, Silvio
Berlusconi, George W. Bush, en el mundo desarrollado o Carlos Menem, Miguel Del
Sel, Ramón Palito Ortega, Abdalá Bucaram, por nuestros lares, son sólo algunos
ejemplos entre muchos que no son excepción.
Si lo que se desea destacar es que algunos
gobernantes engañan con explicaciones simplistas y soluciones fáciles, es
aceptable que exista un término para esa situación, quizás Facilismo, pero tal término no es populismo, porque en
rigor si éste último algo significa, es favorecimiento del Pueblo, un sinónimo
de Ciudadanía y Comunidad, salvo que tengamos muy distintos diccionarios.
Nuevamente, si de Facilismo hablamos, vale recordar la tablita de Martinez de
Hoz o el Uno a Uno de Cavallo, para comprender que los falsos atajos no son
patrimonio de gobiernos populares. Si bien se lo piensa, el facilismo más
conspicuo es aquel que supone que el mercado resolverá todo como un maravilloso
autómata. Esta errónea creencia se consolida en ciertos políticos por la
sencilla razón de que la construcción planificada está llena de asechanzas.
Además porque son ignorantes sobre los procesos que llevaron al desarrollo
integrado donde éste existe.
El mal uso de tan difuso concepto como es el
Populismo, se propaga gracias a que resulta grato a ciertos oídos que suponen
que las soluciones económicas surgen de la espera distributiva de los
trabajadores, porque de ese modo se puede formar el ahorro que financie la
inversión. Esto es sencillamente una falacia de composición, que supone que la
suma de todos los hogares es covariante con la ecuación de cada hogar. En
realidad un elevado nivel de ahorro puede significar un bajo nivel de inversión
y por ende de producto, si los empresarios perciben que no habrá demanda
suficiente. Además, la distribución ahorro/consumo no es igual a la distribución
salarios/beneficios. Los asalariados pueden, si es necesario, ahorrar, a través
de la participación diferida en los beneficios empresariales. Quien quiera
decir que no es posible, queda a cargo de la prueba.
Las Raíces del Odio y la necesidad de su
desestructuración.
Una sociedad que pretenda sencillamente ser
cohesionada, debe lograr un contrato social implícito en el cual no haya
marginados y postergados aunque estos sean minoría. Menos aun se debiera llegar
a un consenso enfermizo en el cual se suponga que los mismos y sus agitadores o
movilizadores son los enemigos de la Sociedad, como parece ocurrir en México.
Es un hecho no menor que las izquierdas
políticas, que tienden a representar a estos sectores, no encuentran en el
presente un programa que sea convocante, deseable, y asumible por amplios
sectores. Como se dijera antes, su acceso al gobierno parece más bien el
resultado de los excesos de las derechas. Algo es anómalo si las soluciones que
aspiran a favorecer a amplias mayorías son objeto de recelo e incluso temor. Un
factor importante para que esto sea así lo constituye la tradicional enemistad
de las izquierdas con la propiedad y el mercado, cuando en rigor debieran
militar por el reparto de la propiedad y la transparencia de los mercados. Si
la propuesta de las izquierdas es la relación salarial con el Estado como forma
dominante, tienen razón las sociedades en ser recelosas. Muchas veces el
destino de la Reforma Agraria fue para la izquierda una transición hacia la
granja estatal, y la Reforma Urbana un transito hacia la confiscación del
propietario sin crear nuevos propietarios.
Pero los movimientos populares que no incurren
en este tipo de errores, son también objeto de ataque. Hemos escuchado en las
últimas décadas la admonición de que el Estado del Bienestar está en crisis,
que no es sostenible y que quien insista en él es un atrasado intelectual. Por
fortuna, los países que lo aplicaron radicalmente no lo han desmontado y
precisamente por eso por la crisis del 2008 y su revival actual los afectan en
menor medida. Nadie debiera pensar que una evolución hacia economías de
propiedad personal moderna difundida, participada y garantizada, será objeto de menos conspiraciones que un
gobierno de secta izquierdista. Bien podría ser que los ataques sean mayores,
cuando se comprendan los reales alcances de la misma. Pero la reacción
encontrará una ciudadanía consciente defendiendo sus derechos y será más
difícil torear a las clases medias con el trapo rojo o invitarlas a la
tentación neofascista.
Los movimientos populares deben trabajar con
el corazón y la mente en forma sostenida para que los sectores que ya han
alcanzado los niveles medios de la sociedad, se articulen a coaliciones amplias
que disuelvan las tendencias excluyentes y retardatarias del Capitalismo cuando
pretende ser autorregulado, es decir anárquico.
La condición de factibilidad de una nueva
política pasa por una programática que difunda el avance técnico en las
actividades humanas. Esto es mucho más que industrialización, aunque la
incluye. Como decíamos en otro lugar, se trata de tecnificar para lograr el
Desarrollo. Pero la tecnificación vale si es incorporada a la propia cultura,
es decir si es dominada. Se sabe que cuando esto ocurre, el propio ser humano
evoluciona y con ello su moral. Pero difundir significa disolver
progresivamente la división entre el trabajo manual y el intelectual, a través
de la rotación de tareas, y la división jerárquica del trabajo. Nada de esto es
una utopía, por el contrario, es la base de la nueva organización del trabajo,
la que ha dado en llamarse toyotismo, por la empresa automotriz Toyota que la
implantó en un primer momento. Por otra parte, la propia tecnificación exige un
productor más integral, en contra de la creencia errónea de Adam Smith, según
la cual la división no consciente del proceso de trabajo era la causa del
progreso. El gran escocés tenía en este sentido una confusión que el gran
Chaplin supo caricaturizar magistralmente.
En el caso de la Argentina, todas estas falacias
juegan su rol distorsionador, como es lógico. Además, su particular estructura
social y su historia inconclusa, agregan equívocos específicos. Pervive en
nuestro país una importante cuota de racismo sólo confesado en privado. No se
dirige hacia una raza bien definida, dado que nuestros “negros” son en realidad
blancos, aunque resultado del mestizaje con los pueblos originarios. Los
emigrantes europeos dieron origen a segmentos sociales que tuvieron alta
propensión a la alianza matrimonial con otras etnias igualmente europeas, con
una frecuencia mayor que con el nativo mestizo, éste a su vez relegado a las
clases más bajas. Esta selectividad en las estrategias de alianza es
verbalizada como búsqueda de la belleza, pero es más la búsqueda del fenotipo
europeo. Esta circunstancia condiciona a su vez la mirada hacia la integración
latinoamericana. Significativos segmentos de las clases medias suponen
calladamente que el Desarrollo es un atributo de la calidad racial. Con menos
racismo que en otras sociedades, lamentan sin embargo la falta de una
emigración centro o noreuropea, que se imagina solucionaría todos los problemas,
a la vez que se olvida que nuestra emigración fue sureuropea. Esta es la cruda
realidad que el discurso público trata de ocultar. Tampoco aquí hay que adoptar
una visión ingenua. Si se interpela a este cuasi racismo, callará pero no se
convencerá. Es fruto de la ignorancia de que no hay razas evolucionadas, sino
pueblos y sociedades evolucionadas, y aun así sólo en un determinado tiempo y espacio.
Los alemanes eran los despreciados del imperio romano, los españoles bárbaros
frente a los andalusíes y los coreanos hasta poco tiempo atrás nos parecían
inferiores. Hoy por cierto no lo son.
La integración económica y política en que
pensaron Bolívar, San Martín, y tantos otros próceres no es un hecho tan claro
para todos. Muchos sueñan con una integración con Estados Unidos y Europa,
ignorando la realidad geográfica e ignorando también que la integración deseada
por estos sectores puede ser asimétrica e inconducente como lo muestra el caso
de México. En el deseo de huir del subdesarrollo, puede introducirse
sibilinamente el deseo de ser anexionado y abrazado por el centro poderoso. La
cercanía creciente de lo latinoamericano puede ser sentida como ominosa.
También aquí se verifica que el camino al Desarrollo es cuesta arriba. Imaginar
a los integrantes de nuestros pueblos más altivos, más creativos y autónomos es
algo difícil en lo inmediato cuando todos los estereotipos se organizan para
evitar dicha mirada.
La huida del fantasma de la pobreza hace que
muchos razonen como cierto personal de servicio ante la nobleza. Desean y les
gusta que les mientan, para al menos tener alguna relación con ésta, aunque la
relación sea imaginaria o indecorosa. Pero se ignora que la nobleza ya no
existe o es grotesca y que su lugar lo ocupa una farándula petulante. Esa es la
explicación de cierto Odio que hay que atemperar con paciencia y a como dé
lugar. Habrá que aceptar que, en las
etapas iniciales del paso del Subdesarrollo al Desarrollo, esta falsa
conciencia opera como lastre. Su disolución se facilita con la concreción de
avances visibles, en especial aquellos que desmienten con toda evidencia las
falacias de la cultura reaccionaria. De poco valen en esto, aunque sean elocuentes,
los discursos.
Bibliografía Recomendada:
- Ver Chang H.J. -El fin del Buen Samaritano-Ed. UNQuilmes.
- Álvaro García Linera. La Potencia Plebeya. CLACSO Ediciones.
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