Por Amable López Martinez - Abril-Mayo 2017
Antecedentes. La preocupación por el futuro del Trabajo ante la tecnificación es tan antigua como el
Capitalismo, aunque en rigor debiera estar dirigida, al menos con el mismo
énfasis, a la desapropiación de medios de
producción que este sistema consagra en la vida del trabajador. Por estos
días la Organización Internacional del Trabajo está realizando seminarios sobre
el tema, lo que demuestra que la preocupación se ha renovado. El temor se
asienta tanto en las nuevas formas de organización del trabajo, que han creado
nuevas formas de precariedad e incertidumbre social, como en la aceleración
posible de este fenómeno en razón del avance tecnológico ahorrador de trabajo.
Carlos
Marx creyó ver en la tecnificación creciente el germen de la disolución del
sistema capitalista. Suponía que el aumento de la “composición orgánica del
capital” haría desaparecer la ganancia, la que, en su particular visión solo
podía surgir del “capital variable” o sea del trabajo. Todavía hoy las
distintas sectas marxistas discurren sobre este tema, que no es más que el
resultado de un uso incorrecto de los conceptos de costos y de su relación
algebraica. También es discutible el señalamiento de la “acumulación del capital”
como inexorable tracción del capitalismo. La explotación del trabajo ajeno no
tiene porque ser siempre creciente. Basta que sea constante, para permitir la
dominancia y el status de la clase propietaria.
La
tecnificación del Capitalismo era y es una amenaza para los trabajadores más
que para los capitalistas. Es el desempleo del capitalismo salvaje o no
regulado lo que ensombrece el futuro, no la caída nunca verificada de la tasa
de ganancia. Los luditas eran torpes, por cierto, pero reflejaban una realidad
dolorosa que solo se aquietaría con la jornada laboral de 8 horas.
Las
“tendencias contrarrestantes” que según Marx retrasaban el fin del Capitalismo
no eran temporarias. En realidad formaban parte del propio sistema y de su
forma de funcionar. Cuando la tecnificación desplaza trabajo, el capitalista
simplemente gana más que antes. Su nuevo problema es a quien vender la
producción, cuando esta no es para el autoconsumo de lujo del propio
capitalista (los palacios, el lujo en general, el consumo conspicuo de Veblen[1]. Surge entonces el problema, para nada
insuperable, de la Demanda Efectiva o el Subconsumo, que casi un siglo después
pusieran en discusión Michal Kalecki y John Maynard Keynes y antes Tugan
Baranowski.
Pues
bien, la producción puede quedar en parte sin vender, en contra de lo que cree
y nos quiere hacer creer la economía neoclásica[2].
El equilibrio de los mercados no existe pero tampoco esto constituye el fin del
sistema. El capitalismo, no el teórico sino el de la realidad, encontró muy
pronto una salida. Esta la proporcionaron las clases medias, destinatarias de
los bienes de producción masiva. Funcionarios, comerciantes, intermediarios,
administrativos, intelectuales, militares, fuerzas de seguridad, constituyen
una masa general de consumidores que realizan la ganancia sin mayores
dificultades, junto con el consumo de los trabajadores efectivos, cuando estos
tienen trabajo. No es que esta masa media no trabaje. Entrega su tiempo para
una actividad, pero esta es en muchos casos una ficción. Su verdadero rol es
amortiguar la conflictividad entre el Capital y el Trabajo y posibilitar la
realización del beneficio a través del consumo.
Es
cierto que, cuando el sistema capitalista se desboca, puede ocasionar tal caída
de la Demanda Efectiva que se genere una crisis de sobreproducción. Pero esta
anomalía no es incurable como suponía Marx. Basta que el Gobierno arbitre para
forzar un temporario incremento de gastos de inversión y consumo, para que el
desempleo disminuya al menos lo suficiente como para que la conflictividad
social no sea del todo aguda. Es el Capitalismo Regulado, vacunado contra sus
propios vicios.
Además,
no es necesaria una revolución tecnológica para que haya desempleo creciente.
Basta que los capitalistas ahorren en exceso sin invertir y que los escasos
salarios no puedan dar salida a la producción, para que el desempleo cunda.
Pero claro, si a un capitalismo no regulado por el Estado se le suma un rápido
cambio tecnológico ahorrador de trabajo, los efectos perniciosos sobre el
empleo se multiplican entre si y se potencian.
La
Revolución Keynesiana se nos aparece hoy como progresista frente al escenario
del Neoliberalismo imperante desde los años 70 del siglo XX. Pero su objetivo
no era la igualdad sino el pleno empleo, sin
discutir en verdad la distribución del excedente. Aunque es innegable que
con pleno empleo el salario tiende a aumentar por mejor poder de negociación de
los trabajadores. Keynes era conservador pero muy inteligente y la mejora de la
clase trabajadora no le molestaba como sí ocurría y ocurre para otro tipo de
conservadores muy habituales en los países periféricos. Con esta revolución
keynesiana y el New Deal, que en realidad fue instituido por la Escuela
Institucionalista de Economía[3],
más que por los keynesianos, fue como en EE UU hasta los años 70, cuando
termina la llamada Edad de Oro, el salario relativo representaba entre el 60 y
el 70% del excedente producido. De modo similar en Europa, laborismos,
socialdemocracias, socialcristianismos y liberalismos progresistas impusieron
una agenda de seguridad social y protección del trabajo, que en nuestros
tiempos se resquebraja día a día. Al fin de esa Edad de Oro, no exenta de
conflictos, se debe aclarar, resurge la reacción del conservadurismo más
reaccionario, que busca destruir el compromiso social y el estatuto salarial poco
a poco, y se consolida como Neoliberalismo a nivel mundial. El debilitamiento
del trabajo asalariado protegido y sindicalizado- y su participación en el
excedente- es un hecho, pero la interpretación de las causas por las cuales se
manifiesta es aun objeto de controversia. Al parecer lo impulsó la dominancia
del capital financiero rentístico sobre el industrial, lo facilitó la
deslocalización productiva que reemplazó al anterior esquema basado en el
Intercambio Desigual [4],
La
caída de la URSS, finalmente, al no existir ya un sistema alternativo que
amenazara al Capitalismo, habría facilitado, según algunos autores el avance de
la desprotección del trabajador, necesaria para prevenir revoluciones
sociales.
El Comunismo por su
parte había pretendido suprimir el sistema capitalista, pero al parecer la
propiedad estatal generalizada de medios de producción en un marco de
planificación centralizada tuvo serias dificultades. Señalaremos solo dos: La
planificación falló en satisfacer las demandas de los consumidores y el sistema
creó una capa burocrática que reemplazó a las clases medias del capitalismo, y
estas, cumpliendo sus anhelos inconfesables, se apropiaron de los medios de
producción, ahora ya como nuevos capitalistas, disolviendo el sistema. No
existía en este modo de producción el desempleo, pero al parecer era cierto
aquello de que no solo de pan vive el hombre. La lección no pasó desapercibida
para el régimen comunista chino, que decidió hacia 1978 apoyarse en un
capitalismo dirigido y desarrollista para mantener su hegemonía, a partir de
usar a su favor la deslocalización como lo habían hecho antes potencias
menores, pero acompañándola con una acumulación de capacidades tecnológicas que
sorprende día a día y parece constituir el ejemplo más importante conocido del
paso del subdesarrollo al desarrollo.
Paralelamente,
el mundo vive una nueva revolución tecnológica, con eje en la informatización
de procesos industriales y administrativos, nuevos materiales y en menor medida,
nuevas fuentes de energías. Pero no debería dejar de considerarse que frente a
este cambio de las tecnologías como artificios productivos se desarrolla una
nueva tecnología de la organización empresarial y productiva. Emerge en este
tiempo a su vez una conciencia mayor sobre el deterioro ecológico del planeta
Tierra.
Todas
estas novedades han renovado el debate sobre el futuro del trabajo. Las nuevas
formas de automación, cuyo paradigma es el robot pero que son mucho más
amplias, son en general ahorradoras de
trabajo. No hay en esto una novedad absoluta. En realidad todas las
tecnificaciones significaron ahorro de trabajo por unidad de producto. Un robot
es una máquina, tal como lo es una tejedora industrial y un cajero automático
es un robot sin movilidad. Pero es cierto que las nuevas formas que se avizoran
plantean con justicia una renovación del gran interrogante ¿está desapareciendo
el trabajo?, o bien ¿desaparecerá el trabajo en el futuro próximo? ¿El trabajo
remanente, qué carácter tendrá?
Trataremos
de resumir lo que de significativo se ha dicho hasta ahora para sobre el final
analizar las propuestas de mitigación y remediación que se han dado a conocer,
las que a nuestro entender implican también cambios trascendentes que quizás
pongan en cuestión al propio sistema capitalista que hoy conocemos.
Diagnósticos y Profecías.
Distintos
autores han profetizado el fin del trabajo.
Los más notorios en
éxito editorial han sido Jeremy Rifkin (El Fin del Trabajo) y Viviane Forrester
(El horror económico).
Rifkin, cuyos pronunciamientos han motivado a numerosos gobiernos e
instituciones a convocarlo, postula una muy próxima desocupación masiva si no
se toman prontas medidas. Alguna de ellas compartida con otros pensadores como
es la reducción de la jornada laboral. Pero lo que lo distingue a este autor
son otras propuestas vinculadas a nuevas formas de gestionar la Economía, que a
su entender suponen la superación del Capitalismo. Economía colaborativa,
compartimiento de bienes, producción sustentable de energía a través de los
hogares, producción de bienes por impresoras 3D, son algunas de sus ideas que
supuestamente modificarían radicalmente y para bien, la sociedad futura. Esto
redundaría en una sociedad ecológica y con trabajo. Rifkin ha tratado de
impulsar sus ideas con distintas personalidades, y ha indicado que su
pensamiento es convergente con el del Papa Francisco. Como en aquel
señalamiento de Voltaire, según el cual se podía matar a una persona con una
pequeña dosis de veneno y algunos encantamientos, creemos que lo valioso de
Rifkin reside en la proposición de reducir la jornada laboral. Sus otras
propuestas, muy loables, podrían incluso, por sustitución, reducir las fuentes
actuales de trabajo.
Viviane Forrester ha desarrollado una lúcida descripción de la desolación del desocupado
y del excluido reciente, aunque sin el carácter sistemático de los trabajos de
Robert Castel y sus discípulos. Sus trabajos son anticipatorios de lo que con
la crisis del 2008 se haría patente. Miseria y desamparo aun en el mundo desarrollado,
donde por definición, tales fenómenos parecían superados. Más aún, son la
denuncia de las soluciones de la crisis en melodía conservadora, destinadas a
domesticar a la clase trabajadora organizada y alejar cualquier atisbo de
keynesianismo. Complicidad ahora de las socialdemocracias en esta cura que cura
o que mata. Más aun, ajuste cruel sin la excusa de la inflación. Razón y mucha
tenía Kalecki cuando decía que los capitalistas prefieren una masa de ganancias
algo menor, por la recesión y la crisis, a fin de tener siempre a mano el
desempleo para mantener la brecha social, que no es sólo de dinero sino de
status. Mantener la brecha social sirve además para que continúen comandando la
organización de la producción, y por tanto apropiándose del resto del excedente
una vez pagados los salarios [5].
Los autores poskeynesianos [6]
por su parte y aun algunos ortodoxos “heterodoxos” como Stiglitz y Krugman han criticado las
falsas soluciones de austeridad e incluso en algunos casos anticiparon la
crisis del 2008 causada por la desregulación financiera. Su mensaje fue diluido
por los medios de comunicación que, de un modo diferente al pasado, militaron
fervientemente en la justificación del neoliberalismo, aun en su catástrofe. La
llamada posverdad vino a delinear el nuevo discurso hegemónico. La crisis del
2008, causada por la deserregulación financiera quiere ahora ser curada con más
desregulación del trabajo y el salvataje del sistema financiero.
Autores
como Piketty, de difícil
encuadramiento teórico pero también con éxito editorial, enfatizaron la
emergencia de una desigualdad creciente desde el fin de la Edad de Oro del
capitalismo, analizando por primera vez no sólo la distribución de los ingresos
(flujos) sino también la de las riquezas (stocks), ingresando así en una
metodología, la del estudio de formación de activos familiares, que deberá ser
profundizada en los estudios destinados a superar la pobreza y la desigualdad.
Algunos hechos.
Cuando
se apele a la creciente pobreza y a la mayor desocupación para describir el
Mundo económico, se deberá tener alguna precaución.
En
realidad la pobreza, al menos en sus valores absolutos, es decir de disposición
de ciertos bienes y servicios elementales, la llamada pobreza extrema, ha
disminuido notablemente en los últimos tiempos, no sólo en el análisis de una
tendencia secular sino también en las últimas décadas, pese a la prevalencia
del Neoliberalismo.
La
desocupación, por su parte, se ha incrementado, sobre todo a partir de la
crisis del 2008, su recaída en 2012 y presenta una recuperación positiva aunque
sin volver al nivel inicial. De todos modos, los números fríos parecen no ser
espectacularmente negativos. Según la OIT la desocupación mundial evolucionó de
un 6% de la PEA a un 8%, en números gruesos, entre 2008 y la actualidad.
La
desigualdad, en cambio, se profundizó notablemente desde 1970, aunque la
desigualdad entre países tendió a aminorarse.
Los
indicadores de Pobreza y en parte los de Empleo han permitido al llamado
Liberismo [7],
o sea a los ideólogos de la total desregulación económica, argumentar que en el
Mundo nunca ha estado mejor. Estos divulgadores no hacen mucha referencia a la
Desigualdad, que nos les favorece, pero es evidente que la suponen algo así
como el aliciente para el trabajo esforzado, del mismo modo que consideran que
la protección del trabajo es un aliciente para la molicie y la baja
productividad.
Señalemos
algunas circunstancias que ayudan a interpretar correctamente estas
estadísticas:
1.
El crecimiento económico en el
Mundo, con su consiguiente disminución de la pobreza absoluta, no así de
la relativa, parece ser un hecho, aunque estadísticas de tal magnitud podrían
ser revisables. Se focaliza en el enorme peso que tiene la población china en
esta mejora y más recientemente la población india, que impulsaron crecimiento
en otros lugares del Mundo como Latinoamérica. Antes de eso el llamado desarrollo por invitación [8]
del sudeste asiático había actuado de modo semejante aunque en poblaciones
menores. Se profundiza en cambio la pobreza en el África Subsahariana y en
otras áreas, entre las que se encuentran regiones de Europa y Medio Oriente. Se
deberá analizar si el desarrollo de estas naciones, las que tuvieron éxito, es
neoliberal o por el contrario keynesiano. La atribución de los méritos del
capitalismo regulado y con intervención estatal y comunitaria, al capitalismo
desrregulado, es una de las manifestaciones de la eficiente tergiversación
mediática que nos abruma. Baste citar los notables trabajos de investigación de
Ha Joon Chang para ver que el desarrollo en Asia ha estado fuertemente
comandado por el Estado. Allí sí la “acumulación de capital” ha sido al mismo
tiempo acumulación de Capacidades Tecnológicas. [9]
2.
La desigualdad sin duda ha
aumentado. La concentración de riqueza (stocks) en pocas manos ha sido señalada
desde distintas fuentes. En algunos casos, como en la mayoría de las economías
occidentales esto es un hecho sólo negativo, que en EEUU adquiere rasgos más
crueles. En otros casos como el de China, se deberá ser cautos sobre el avance
de la desigualdad, por cuanto la misma es el resultado de la salida de la
pobreza de cientos de millones de personas.
Uno de los aspectos de la vida, como es la salud y la expectativa de
vida consecuente, han tenido mejoras notables que parecen ser el resultado del
avance de las tecnologías médicas y de las políticas sanitarias.
Paradójicamente en algunos países, al no ser acompañado este progreso con la
mejora de las condiciones socioeconómicas, presentan ahora nuevas formas de
conflictividad social [10].
3.
La ocupación y el empleo no
habrían mostrado en las últimas décadas una caída significativa, si nos
atenemos a las estadísticas de la OIT, con la excepción de aquellos países
afectados por las crisis locales de deuda externa de los años 1995 a 2002 y por supuesto
por la crisis del 2008. Esto quiere decir nada más y nada menos que, el tan
temido desplazamiento de trabajadores por máquinas y otros artefactos de
producción, no es al menos generalizado y masivo, por el momento. Los shocks de
desocupación, inaceptables como resultan, parecen más vinculados a las
políticas neoliberales y sus desmadres, que a la evolución tecnológica. Sin
embargo, sí han caído la calidad del trabajo, su permanencia, su certidumbre a
punto tal que más allá de los números se percibe un claro deterioro de la
calidad de vida para numerosos colectivos sociales. Es la instalación en la precariedad de que nos habla Robert Castel.
4.
Las nuevas tecnologías han significado
desplazamiento de trabajadores a la vez que aumento de la productividad. Esto
significa que, a la tendencia a expulsar trabajadores se la debe netear contra
la incorporación de trabadores en nuevas actividades, posibilitadas por la
mayor productividad. Quizás en esto resida una de las explicaciones de que los
indicadores de empleo no resulten tan alarmantes por ahora.
5.
La duración de la Jornada Laboral
no ha disminuido de acuerdo a los avances de la productividad. Es esta quizás la anomalía más grave aunque
poco visible del sistema capitalista actual. Esto implica que los
incrementos de productividad son escasamente trasladados a los ciudadanos.
También que, en el futuro, si el desplazamiento de trabajadores por las nuevas
tecnologías se acelerase, la solución de fondo, que no es otra que la reducción
de la jornada laboral, es escamoteada de la opinión pública.
6.
En concordancia con las peticiones
de una sociedad más sustentable, menos consumista [11],
más ecológica y con una mejor calidad de vida efectiva, se debe por cierto
discutir el modelo económico social, la organización del trabajo y las propias
tecnologías empleadas. Sin embargo, no debiera olvidarse en ningún caso que
todo lo anterior es en realidad parte de la pugna de los trabajadores por el justo
compartimiento del producto social del trabajo. La realidad de la explotación
no desaparece con el logro de algunos estándares mínimos, sino que se desliza
en nuevas formas de miseria humana en la medida que persista la desigualdad no
justificada y compulsiva. No se trata sólo de combatir la “desigualdad
irritante”, aunque se comience con ella, por cuanto una sociedad sustentable
requiere homogeneidad social. Así como los bienes de la salud parecen llegar
cada vez más al conjunto de las sociedades y a casi todos sus componentes, la
pauperización de la vida y el alejamiento de la vida digna que reinaba, al
menos para muchos, en la sociedad
salarial, puede estar creciendo aunque se atiendan más necesidades básicas.
Las soluciones propuestas.
Distintas
medidas se han propuesto para aventar el riesgo de la desaparición o
disminución del trabajo. Las mismas no constituyen opciones excluyentes y por
cierto pueden aplicarse en forma combinada.
1. Imposición tributaria sobre
tecnologías denominadas robóticas.
La
creación de un fondo de mitigación social a partir de este impuesto cuenta con
destacados adeptos. Entre otros Bill Gates y Robert Schiller (Premio Nobel de
Economía 2013).
Por
cierto este impuesto puede tener un valor positivo, pues como todo impuesto
contribuye además a financiar el gasto social. Debe considerarse empero que en
realidad la tecnificación que desplaza o destruye trabajo va más allá de los
robots que identificamos como tales y, además, que un robot es en última
instancia una máquina. Una máquina siempre ahorra trabajo humano y la cuestión
principal es quien se beneficia de ese ahorro. Un trabajador propietario de sus
medios de producción no tendría ningún inconveniente en usar robots en su
beneficio. Esa es la cuestión, pero mientras estemos en una sociedad
capitalista, es muy cierto que el referido impuesto puede jugar un rol
temporario de mitigación, si se lo aplica con inteligencia. Subsistirá el
problema de definir de modo eficaz que artefactos señalaremos como robots y
cuales no.
2. Reparto del Trabajo.
Se
ha propuesto y se ha puesto en marcha en algunos acuerdos laborales la
solidaridad intralaboral, de modo que un colectivo de trabajadores evite
despidos reduciendo la jornada laboral de cada operario y en consecuencia su
salario. Esta solución no merece siquiera comentarios por su carácter perverso,
salvo quizás en casos en que la misma tenga una duración muy acotada y
fundamentada, es decir casos en los que sirva de puente hasta que se
restablezca la normalidad. Hay que decir además que la idea es hija de una de
las falacias centrales de la teoría económica neoclásica, que como se sabe,
presupone la existencia de sustitución factorial entre capital y trabajo, según
el precio de cada uno de ellos. (Ver llamada (2)).
3. Flexibilización del Trabajo.
Esta
es en realidad la terapia que predomina. Mala terapia por cierto, dado que
instala la precariedad y la desaparición del compromiso social entre trabajo y
capital. Sólo diremos aquí, intentando disminuir la presunta legitimidad
fáctica de esta solución, que la misma confunde intencionalmente dos hechos
diferentes y que pueden ser independizados. Por un lado, es cierto que la
producción se ha vuelto más versátil y
fragmentada. Es lo que persigue la constitución de las llamadas cadenas globales
de valor y lo que exigen en ciertos casos las técnicas de trabajo temporario,
intermitente y no encuadrable en una jornada típica.
Sin
embargo, nada indica que esto deba conducir ineludiblemente,
a precarización de las condiciones laborales y baja del ingreso del trabajador.
La adaptación de las condiciones gremiales a los requerimientos tecnológicos de
eficiencia no tiene porqué ser pensada en perjuicio del trabajador. En todo
caso requerirá mayor ingenio en la negociación convencional, pero lo que en
definitiva se discute es la distribución del excedente. Sólo es cierto, en
cambio, que las nuevas técnicas han dado mayor oportunidad a las elusiones por
parte de los patronos, pero no es ese un problema diferente al del trabajo no
registrado, cuya ocurrencia no por frecuente debe ser aceptada.
4.
Salario social universal.
Esta
propuesta tiene adeptos y detractores. Los primeros señalan que su implantación
supone dotar al trabajador de una mayor fuerza para negociar su salario, dado
que no se incorporaría al mercado de trabajo como vulnerable sino como
trabajador opcional, por tanto en verdadera libertad.
Quienes
se oponen lo hacen tanto desde posiciones progresistas como conservadoras.
Entre los primeros Randall Wray señala que de este modo se pretende ocultar el
problema de la justa distribución del producto social, a través de un subsidio
degradante que permita amenguar la conflictividad social. Para Wray el trabajo
es una necesidad del ser humano y por tanto un derecho insustituible por un
subsidio. Se sabe además, que la supervivencia del trabajador con subsidio en
lugar de salario, suele provocar alienación y estigmatización social.
Los
conservadores, como es fácil imaginar, alegan en cambio que este tipo de
emolumentos contribuye a la baja productividad, la escasa disposición para el
esfuerzo, el ausentismo y demás “pecados” del trabajador.
Es
difícil tener un juicio taxativo sobre esta medida. Por un lado está claro que
refuerza el poder negociador del trabajador y que el impuesto con que se
financie debiera ser, si todo es normal, extraído de la ganancia del capital.
Si se lo extrajera de las nóminas laborales activas, estaríamos en una
situación semejante a la del reparto del trabajo y no podría ser universal.
Se
suele argumentar, en contra de esta propuesta, que los empresarios la usarían
para encubrir los efectos de la precarización laboral. Esto es posible por
cierto, pero la precarización laboral es por definición negativa en si misma,
antes del salario universal, y no debiera existir. Otra vez, cabe analizar
quien financia el supuesto salario universal, cuan universal resulta y si se lo
puede introducir de modo no degradante para el status social del beneficiario.
5.
Aplicación de Tecnologías
Adecuadas y Convenientes.
Encontramos
aquí las bases de una política de profundo alcance social y cultural, no sólo
para alejar el fantasma de la desocupación, sino también para que una nueva
economía desaloje al sistema actual intensivo en energía a base de recursos
fósiles y contaminantes. A su vez, estas tecnologías pueden eventualmente
mejorar la relación del trabajador con su actividad y su producto social
(desalienación). El concepto de Tecnología debe entenderse no solo en lo
instrumental sino también en el tipo de proceso, la estructura organizacional
de división del trabajo, el grado de concentración de la propiedad de medios de
producción y en definitiva el producto a obtener.
Se
han realizado cálculos alarmantes sobre la situación en que quedaría el planeta
si las actuales tecnologías se extendieran a toda la población humana, o sea si
ésta alcanzara los niveles y formas de consumo de los países desarrollados.
Las
condiciones para que este cambio de paradigma se concrete son muchas y
difíciles aunque no imposibles. Veamos someramente algunas de dichas
condiciones.
5.1. Debe existir más de una tecnología
para el proceso en el que se desea optar y reemplazar. La existencia de tecnología
alternativa digna de tener en cuenta exige que esta sea eficiente en algún
sentido. La agricultura ecológica por ejemplo, puede ser escogida porque es
eficiente en relación a un objetivo de calidad de producto y no contaminación,
pero no por algún extraño afecto por el arcaísmo.
5.2. El carácter mano de obra intensiva
de una tecnología no la convierte en virtuosa. En efecto, volver a formas manuales de
producción en lugar de mecánicas constituiría un mal entendido fatal. Si se
desea mayor empleo es preferible encarar actividades que en su mejor tecnología son producciones
mano de obra intensivas, como la construcción naval, y no retroceder a
tecnologías que impiden liberar tiempo de trabajo para nuevos proyectos. La
desocupación en última instancia es resultado del capitalismo y no de las
técnicas.
5.3. Los procesos no contaminantes
pueden ser eficientes a largo plazo aunque no lo sean a corto plazo. Es claro que la rentabilidad resultante de afectar el ecosistema está
mal calculada, pues no tiene en cuenta los costos futuros de reparación, si
esta fuese aun posible.
5.4. La organización no jerárquica
y no mecanicista de la producción puede ser eficiente para el desarrollo del
ser humano. La producción automotriz en ciertos países
se desarrolla con un elevado involucramiento intelectual del trabajador y en
este caso los robots son extensiones de la mente del operario. Curiosamente,
aquí el avance técnico permite superar la división alienante del trabajo que
tanto ensalzaba Adam Smith y que tanto criticaba Chaplin en Tiempos Modernos.
5.5. Las escalas de producción se
han vuelto en muchos casos modulares. La producción a
gran escala ahorra costos fijos. Sin embargo tiende a concentrar la propiedad,
como en el caso de la tierra. Hoy día, gracias a los avances científicos, es
posible la producción de menor escala y sin embargo eficiente y por tanto posibilitadota
de la desconcentración de la propiedad.
5.6. Nuevos productos pueden
implicar tecnologías más convenientes. Las formas
consuetudinarias de consumo suelen ser conservadoras, aun cuando existen
posibilidades de utilizar productos más inteligentes en relación a su fin. Sobran
los ejemplos, pero es claro que el transporte urbano, tanto público como
privado podría ser eléctrico y quizás lo sea a corto plazo.
5.7. Los gobiernos deben planificar
producciones y tecnologías convenientes. El Mercado,
que es muy útil indicando las preferencias de los consumidores e introduciendo
hasta cierto punto la competencia, no tiene sin embargo horizonte de largo
plazo. En muchos casos es incapaz de introducir modificaciones pues su lógica
es la repetición ciega. El Estado puede introducir e inducir nuevos productos y
procesos socialmente más convenientes, a través de su actuación sobre la
demanda, porque tiene o puede tener
horizonte de planeación. La expansión estatal del transporte en China es un
ejemplo de magnitud.
5.8. El perfil de consumo debe ser
determinado por la propia cultura. La Globalización de
la economía mundial da lugar a la dominancia de productos de baja calidad, y
donde gran parte del valor agregado se realiza en los centros del sistema
mundo. Caso emblemático lo constituye la industria audiovisual. En los países
periféricos en particular, deben fomentarse producciones locales pero estas
deben alcanzar calidad internacional en algún momento. Productos, procesos y
técnicas nacionales de excelencia son conceptos que no implican más aislamiento,
sino por el contrario proyección al mundo.
5.9. La magnitud del consumo puede
reducirse, gravando consumos superfluos y perjudiciales. Pero se deberá tener en cuenta que en caso de lograrse esto en lo
inmediato reducirá los puestos de trabajo, si no se acompaña dicha política de
un esquema de resguardo del trabajador o sea de reducción de la jornada laboral.
5.10. La modernidad de una tecnología no define per se su carácter positivo
ni negativo. Lo
mismo vale para una tecnología tradicional. Resulta evidente que ciertas
novedades técnicas son el resultado del afán de ganancia a cualquier costo,
pero también es cierto que tecnologías tradicionales pueden destruir un entorno
ecológico e incluso una cultura, como es el caso de la agricultura de rozas. Lo
mismo vale para la falsa oposición entre natural y artificial postulada por
algunas pseudo ecologismos. Más aún, gran parte de la remediación del daño
efectuado a la Tierra ha de provenir de nuevas tecnologías diseñadas al efecto.
5.11. La magnitud del consumo debe readecuarse a la protección de la Tierra. La crítica a la denominada “sociedad de consumo” es válida por la
innegable existencia de consumos que nada agregan a las verdaderas necesidades
humanas. Sin embargo nadie en particular puede reglamentar los gustos personales,
(lo prohibido genera atracción), siendo más conducente generar estilos y modos
de comportamiento donde el prestigio sea obtenido a través de un comportamiento
armonioso y comunitario. Pero el Desarrollo Sostenible se proyecta hacia el
Futuro y no hacia el Pasado. La mayoría de las Edades de Oro del pasado con que
a veces se sueña, no fueron tales, si somos rigurosos en su examen.
5.12. El uso intensivo de energía a base de recursos fósiles y contaminantes
es insostenible [12]. Proyectar al conjunto de la Humanidad el modelo de los actuales
países desarrollados permite vislumbrar una catástrofe. Vale decir, empero, que
lo más alarmante no es la tecnología en si misma, sino su uso sin limitaciones
y resguardos. La sustitución de las actuales formas de consumo de energía,
habida cuenta de la población humana, su proyección razonable y sus necesidades
justificadas, puede exigir no sólo la reducción de uso de combustibles fósiles,
sino también su rápida sustitución por otras formas de producción de energía
así como acciones de alta ingeniería para mitigar el cambio climático.
6.
Reducción de la Jornada Laboral.
John
Maynard Keynes pronosticó que sus nietos trabajarían 15 horas a la semana. Esto
no ha ocurrido pero hoy vuelve a discutirse.
La Humanidad
produce hoy los bienes que usa y consume con un incremento tal de la
productividad, que torna insostenible la actual jornada laboral de 8 horas o
más, si se desea que la Población Económica Activa esté empleada en su
totalidad. La aplicación de tecnologías más adecuadas para la sostenibilidad
económica, así como la evolución científico- técnica que se avizora,
conducirían también al incremento de la productividad, que como sabemos, es el
cociente entre producto y tiempo de trabajo socialmente necesario para
lograrlo, y no otra cosa, como ocurre cuando se confunde productividad con
rentabilidad.
Los
decrementos del tiempo de trabajo socialmente necesario no provocan solo
amenaza de desempleo como ocurre en muchos países capitalistas. Pueden ser
también fuente de desasosiego y aislación. Por lo mismo, el uso del creciente
tiempo libre puede y debe ser analizado como un tema en sí mismo. El trabajo
comunitario, voluntario y colaborativo, ajeno al ánimo de lucro pero dador de
realización humana, puede suplir en parte la disminución del trabajo rentable.
O bien como sostienen algunos autores, se debe pensar en tornar remuneradas
ciertas tareas que hoy no lo son.
La
reducción de la jornada legal de trabajo enfrenta dificultades severas pero aun
así constituye el eje sobre el cual ha de vertebrarse la solución cabal del
problema de la ocupación. En primer lugar, se presenta la oposición mayoritaria
de los empresarios, aunque existen lúcidas excepciones. Un análisis muy
primario les lleva a suponer que de este modo reducirían sus utilidades, lo que
parece ignorar que la jornada laboral ha venido disminuyendo a lo largo de la
historia sin consecuencias negativas para la economía en su conjunto y para las
ganancias empresariales. A su modo, son marxistas. Más aun, es probable que la
reducción de la jornada haya operado como un redistribuidor de ingreso que
facilitó la realización de la oferta de bienes a través de una demanda con
poder adquisitivo y tiempo libre para gastos en servicios de consumo cultural..
Otro
condicionante de importancia, aunque no insuperable, está dado por el hecho de
que la jornada laboral tiene diferente duración efectiva en diferentes países.
Es evidente que la competencia en el comercio internacional no es leal si
existen distintas jornadas laborales. Temporariamente, los países con jornada
reducida pueden compensarlo por su cuasi monopolio en bienes sofisticados y
complejos y a través de la deslocalización productiva hacia países con jornada
extendida. En algún momento, los aranceles aduaneros deberán considerar la
diferente explotación del trabajo humano en cada país (concepto ampliado de
dumping social), si es que se desea una verdadera solidaridad de los
trabajadores del mundo.
Un
último señalamiento en este apartado vale para decir que la reducción de la
jornada laboral debe estar acompañada de una actitud de compromiso ante el
trabajo y su producto. La jornada reducida, expurgada ya de su duración
innecesaria en la que se paga por la mera permanencia, debiera contener menos
tiempo muerto e improductivo que la jornada extendida.
7.
Trabajo estatal garantizado.
El
trabajo financiado por el Estado, que no es necesariamente trabajo de
funcionarios redundantes y es mejor que no lo sea, es una alternativa tan
factible que fue parte de la clave del éxito del New Deal de Roosvelt y el
comienzo de la llamada Edad de Oro del Capitalismo. Algo semejante, aunque por
otra vía, ocurre en Japón, donde las empresas privadas no despiden como
resultado de un rasgo cultural basado en códigos de honor comunitario. También
hay que decir que en la actividad privada hay trabajo “garantizado”, de
discutible productividad en particular a través del comercio redundante y de
servicios de intermediación y legalización impuestos por la costumbre o el
Estado. Cuando este tipo de actividades es humilde se le llama desocupación
encubierta. No así cuando es símbolo de status como en el caso de las
capacidades de certificación delegadas por el Estado a diversas profesiones de
dudosa imprescindibilidad.
La
sensación de que una política de este tipo sería ruinosa para las cuentas
públicas es muy relativa y discutible. Países como Uruguay en la práctica han usado
con gobiernos de distinto signo el trabajo estatal como amortiguador del
desempleo.
Pero de lo que se
trata en rigor es que el trabajo garantizado sea productivo, lo cual redunda en
beneficio del ciudadano por el doble efecto de tener un ingreso y de aportar
bienes a la sociedad. Si se acepta que el trabajo es un derecho, esta solución
no debiera subestimarse.
Claro que, como en
tantas otras decisiones políticas, el grado de éxito dependerá en gran medida
de la virtuosidad de su ejecución. Hay formas y formas de hacer las cosas, dice
el saber popular, y en este caso con razón. Si la corrupción política y social
conduce a que el empleo garantizado estatal resulte un simple subsidio, sólo
quedará como beneficio el sostenimiento de la demanda efectiva por la suma de
los pagos que se realicen, y por cierto sería aceptable la crítica conservadora
con su señalamiento de la desmotivación para la eficiencia y de la injusticia
relativa hacia el trabajador con actividad intensiva. Si en cambio agregara
bienes y servicios tangibles a la sociedad, el presunto vicio se tornaría en
virtud de ciudadanía.
Digamos también,
que el trabajo estatal garantizado debe caracterizarse, en alguna medida, por su subsidiaridad. Esto es, cuando el
mercado de trabajo se recupera, el Estado reduce su demanda de trabajo, al
menos en parte.
8. Políticas económicas, keynesianas, poskeynesianas y Estado de Bienestar.
Antes
de suponer algún inminente Fin del Trabajo, se debe tener en cuenta que gran
parte de la desocupación actual y probablemente de la que sobrevenga en el
futuro inmediato, tiene que ver con la perniciosa moda de suprimir los
resguardos keynesianos, que encomendaban a los gobiernos y los bancos centrales
la doble misión de cuidar de la economía pero también del empleo, como dice aun
el mandato de la Reserva
Federal de los EE
UU.
Junto
con este inopinado levantamiento, fruto según algunos del triunfo geopolítico
del bloque occidental capitalista, se fue desmantelando en muchos países el
Estado de Bienestar. Peor aun, se impuso la moda de decir que el mismo “estaba
superado”. Sin embargo, existen aun países que mantienen esos instrumentos y
son, curiosamente los que mejor han sorteado la crisis del 2008. No cabe por
tanto decir que sea imposible la restitución de alguna suerte de New Deal
modernizado y profundizado si la conciencia política de la ciudadanía lo
demanda e impone. La suposición de que la así llamada Globalización lo impide
en razón de la creciente deslocalización del trabajo mundial, es sólo eso, una
suposición, en la que se ignora que el comercio mundial es en definitiva
administrado.
El
Poskeynesianismo, por su parte, va más allá del objetivo del pleno empleo. Al
considerar que la distribución del excedente (el valor agregado de la economía)
es una convención social ajena a cualquier “productividad marginal de los
factores trabajo y capital”, y demostrarlo científicamente [13],
está postulando que la distribución, la ocupación y las decisiones de
inversión, no son una atribución excluyente del capitalista, si que quiere algo
así como el equilibrio con paz social.
9.
Superación de las formas de producción capitalistas.
Nos
adentraremos aquí en un tema que quizás no tiene una aplicación programática
inmediata, pero que constituye el horizonte sobre el que proyectamos nuestro
pensamiento. ¿Es el Capitalismo el sistema definitivo de la Humanidad? ¿Si no
lo es, porqué es tan notoria su prevalencia?
El
desempleo, aun cuando hayamos reconocido el error de algunas predicciones
marxistas, es un rasgo inherente al Capitalismo. Como muy bien supieron
destacar los mejores economistas clásicos (en oposición a los neoclásicos), el
Capitalismo no está en equilibrio más que por azar y durante breves lapsos. Si
se acerca al pleno empleo es por la acción de los gobiernos que, pese a todos
sus errores, pugnan en general porque el “ejército industrial de reserva” no
sea mayoritario, en razón de la conflictividad social que esto generaría.
Superar
las formas de producción capitalista puede
parecer un objetivo lejano en los tiempos presentes. Pero esta visión es
simplemente un caso de falsa conciencia social.
Vivimos imbuidos de
ciertas definiciones de Capitalismo en las que se supone que este sistema se
define a partir de la propiedad privada de los medios de producción y el libre
mercado. Solemos creer por tanto que salirse del Capitalismo requiere la
“socialización” de los medios de producción, dicho lo cual se salta además a la
inmediata idea de que la propiedad estatal generalizada de medios de producción
con planificación imperativa, es la única antítesis del viejo sistema. Como las
experiencias que se supone aplicaron este sistema de propiedad colectiva no
dieron los resultados deseados, pareciera que lo no capitalista encierra un
futuro poco auspicioso. De ahí al desaliento en la idea de transformación hay
menos que un paso.
Si en cambio consideráramos una definición del Capitalismo más rigurosa
que la tradicional, las esperanzas renacerían. El Capitalismo no muestra su esencia en la propiedad privada de los
medios de producción, sino en su concentración excluyente que reduce a la
mayoría a dependiente de la relación salarial[14], en condiciones
de asimetría de poder de negociación..
Marx
creyó inexorable este proceso y su particular visión impregnó incluso al
pensamiento antimarxista. Confundió el tamaño de la explotación industrial o
agraria, que por su tiempo era creciente, con la propiedad unificada del
capitalista concentrado, que por supuesto no es inexorable. Confundió el
carácter instrumental del capital, o sea el artificio productivo, con los
derechos de propiedad sobre el mismo y supuso que siempre coincidirían.
Si
el Capitalismo, visto ahora históricamente, consistió en la expropiación de los
trabajadores propietarios de sus medios de producción, merece ser pensada la
posibilidad de revertir dicho proceso creando una nueva sociedad que restituya,
de modo progresivo e inducido al ciudadano como propietario, es decir la
formación de activos de trabajadores. La redistribución de la riqueza
(stock de bienes de uso y de producción) deberá en algún momento ser bandera de
lucha como hoy lo es la distribución del ingreso (flujo de ingresos). Esta
nueva sociedad se instituiría en forma progresiva y con gran adhesión, adhesión
que por otra parte sería sistémica e irreversible, por el apego que el ser
humano tiene a la propiedad tangible. La redistribución en cuestión no
necesariamente pasaría por las expropiaciones de los capitalistas y rentistas. Tampoco
significaría la disolución de las diferencias de ingresos y riqueza, pero se
trataría de diferencias entre ciudadanos libres no dependientes. La
intensificación del propio esfuerzo acumula dinero y capital, es indudable y
legítimo. Lo que no es tan legítimo es que en una segunda instancia permita
vivir, al intensificador o sus herederos, de rentas. Bastaría que una parte del
ingreso de los trabajadores adquiera la forma de participación en la propiedad
de medios de producción y de propiedad inmueble. No es condición para lo que se
postula que la propiedad de medios de producción tome formas sociales o
cooperativas, aunque tampoco sería un impedimento si tales formas funcionaran
con eficiencia y estabilidad. Lo verdaderamente social es la propiedad
difundida a toda la ciudadanía. Las sectas marxistas dirían que se están
creando trabajadores burgueses, pero hay que resignarse a aceptar que las
sectas y sus miembros no se caracterizan por su sentido crítico y la renovación
del pensamiento.
El
Ahorro/Inversión de trabajadores refuta asimismo la propaganda que arguye que
los altos salarios minar la acumulación de capital necesaria para alcanzar el
Desarrollo. Si lo que se necesita, en determinada circunstancia, es más
ahorro/inversión nada indica a priori que el trabajador no pueda participar en
dicha inversión y en sus frutos.
Como
además parecía que el Mercado era una creación del Capitalismo y la Mercancía
su criatura por excelencia, el estatismo generalizado fue visto como la única
contratara del sistema. Gran favor se hizo así a las derechas mundiales, que
pasaron a contar muchas veces con mayorías electorales inesperadas. El Mercado
y el Estado son en realidad complementarios, dependiendo de cada producción concreta
y de cómo se dé su proceso de implantación. Hay mercados y mercados, unos de
competencia, otros de dominación monopólica. El actual mercado de trabajo es,
en general, asimétrico a favor del empresario. Sería competitivo si las
necesidades del trabajador no fueran inmediatas. Si algo debe afirmarse en
contra del Mercado es que esta institución tan antigua como el hombre, no debe
regir sin regulación comunitaria de la relación salarial. El trabajo no debe
ser visto como una mercancía más, y en esto Marx tenía razón en la lucha que
sostenía.
El
Derecho ofrece muchas formas de compartir la propiedad, cuando esta es
indivisible por razones técnicas. No otra cosa está detrás de la lucha
creciente por la participación en las utilidades, instituto éste que además de
la equidad y el incentivo al trabajo, tendría la virtud de morigerar la puja
distributiva cuando esta es destructiva.
Pero
además, si bien se mira, la lucha política ha dado lugar a conquistas que, al
limitar la libertad absoluta del capitalista excluyente, ya significan el
germen de nuevas formas sociales. Es decir, lo poscapitalista no es un lejano
anhelo, sino que penetra a la realidad capitalista y la metamorfosea. Karl Polanyi
hablaba del Capitalismo Autorregulado como una Utopía irracional y totalitaria
donde el trabajador quedaría reducido a una condición subhumana. El Capitalismo
Regulado (por la sociedad y el Estado) resulta ser poscapitalismo por mor de su
regulación. No es una utopía sino todo lo contrario. Eso fue lo que asomó en el
New Deal, en la Sociedad Salarial protegida, en los Estados de Bienestar y en
el Justicialismo en la Argentina. Se trata de profundizar y defender ese
avance. Estado de Bienestar, planificación indicativa, keynesianismo,
regulación urbanística, reforma agraria y urbana, limitación de la jornada
laboral, política tributaria progresiva, soberanía monetaria del Estado, son,
entre otras, irrupciones que van restando espacio al Capitalismo y que
eventualmente pueden dejarlo como un resto despreciable.
Un
tema no menor debe ser tenido en cuenta si se trabaja y se lucha por una
sociedad mejor. Las clases medias son cooptadas en ocasiones por las derechas
políticas a través de la desestabilización y la erosión mediática de procesos
políticos con impronta social.
Resulta muy
efectivo para esta cooptación el factor identitario y aspiracional. Al poseer los
hombres y mujeres de las clases medias una clara tendencia a la identificación
vicaria con los exitosos, al tiempo que un marcado pánico a recaer en la
pobreza de la que alguna vez salieron, es fácil hacerles olvidar la explotación
a la que también ellas están sometidas objetivamente,
y que se disimula porque se los hace receptores de ingresos en alguna
medida suficientes. Se constituyen así con frecuencia mayorías de derecha a las
que contribuyen ciertas izquierdas, dejando a los trabajadores aislados. Verdaderas
sociedades donde dos tercios se oponen a otro tercio compuesto por los
trabajadores no calificados, los desocupados estigmatizados y los precarizados,
en gran medida jóvenes. Cualquier transformación o superación sostenible del
sistema capitalista habrá de dar solución al desafío de esta falsa conciencia
de clase. La aporofobia es más real de lo que estamos dispuestos a reconocer.
La
función social de la propiedad (uso social del excedente y de los stocks), por
otra parte, puede ser garantizada de mejor forma cuando además de la regulación
estatal, hay en cada rama de la producción un involucramiento del colectivo
laboral, que intensifique la oferta de productos y su calidad, previniendo usos
antisociales del capital. Aquí encuentra el Sindicalismo una tarea que le
permite superar, sin renunciar a ella, la mera reivindicación salarial.
A
su vez este involucramiento ha de derivar en rotación de las especialidades, dando lugar a trabajos menos
alienantes, al restituir la unidad de lo manual y lo intelectual.
Algunas
nuevas tecnologías, que aparecen como amenaza para el trabajo humano y que en
ocasiones los son, brindan también por contraposición, si se las usa con
lucidez, la posibilidad de liberar del trabajo alienante y de la explotación
capitalista, a la vez que posibilitan la reapropiación del capital, devolviendo
al trabajador su plenitud como ciudadano.
Lo
decisivo es, en este aspecto, el uso en función
social de la propiedad. Pero para que dicha función social se concrete
sistémicamente, y por tanto se pueda hablar de una sociedad moderna no capitalista, se deben verificar algunos
signos, los que pueden ir apareciendo en
el proceso de lucha de los trabajadores en forma progresiva, acumulativa y
evolutiva, más allá de que una revolución bien conducida pueda acelerar los
cambios. En el caso de los países subdesarrollados o de desarrollo intermedio,
esta tarea se despliega en paralelo con la concreción del Desarrollo, el que a
su vez debe ser proyectado y esperado como
Sostenible.
Esos signos parecen
ser:
·
Amplia desconcentración de
la propiedad de medios de producción, sea por división, sea por compartimiento.
En definitiva, reapropiación de los medios de producción (y distribución) por
los trabajadores productores, en economías de mercado socialmente
reglamentadas.
·
Privilegio de tecnologías,
procesos y productos socialmente
definidos, en un marco de planificación flexible y no totalitaria. Esto
puede implicar un consumo más racional y ecológico.
·
Promoción y garantía del Trabajo
de alta calidad, donde el hombre conduzca al artificio técnico-productivo.
·
Sistema de Tributación y Gasto
Público compensador, en particular de las
desigualdades generadas por la herencia.
·
Producción estatal o pública en donde se verifique eficiencia y se justifique la necesidad.
Eficiente provisión de bienes públicos. Administración pública de excelencia.
·
Autonomía en Ciencia, técnica,
tecnología y organización productiva. La integración
al Mundo debe ser no dependiente y autónoma, a partir de la plena participación
en el conocimiento universal. Esto implica que todas las sociedades deberían
contar con un alto índice de Capacidades Tecnológicas.
·
Jerarquización cualitativa del
Trabajo Asalariado. En una sociedad no capitalista el
trabajo asalariado debe ser verdaderamente libre, es decir no dependiente de
las necesidades imperiosas de la vida.
·
Políticas Económicas con
objetivos comunitarios. La macroeconomía (grandes
agregados monetarios y productivos), la mesoeconomía (producción sectorial) y
la microeconomía (diseño de empresas) han de ser objeto de planificación
indicativa en función social, desarrollando los sectores cuya ausencia provoca
pobreza y atraso.
·
Acción Social y Urbanización
para una sociedad de semejantes. La acción social debe ser promotora de homogeneidad social. Sería
imposible definir aquí todos sus contenidos, pero es claro al menos que la
lucha contra la pobreza y la exclusión debe tener como mira la plena inserción
en la vida social, y no sólo la asistencia. Tarea difícil en la sociedad
actual, pero más que factible en una sociedad que se lo proponga con coherencia
Como
es fácil constatar, los atributos de una economía no capitalista están
presentes en mayor o menor medida en muchas sociedades modernas, pero
constituyen un subconjunto subordinado. Si se erradica la idea de que lo no
capitalista es irreductiblemente la eliminación del mercado y de la propiedad
privada y su reemplazo por el estatalismo generalizado y uniformador, es
probable que se entienda que gran parte de los avances logrados y los que aun
están pendientes, son el resultado de confrontar con el Capital en tanto que
dominador sin límites del proceso de trabajo y producción.
[1] Thornstein Veblen. La Economía de la Clase Ociosa. FCE.
[2] La Economía Neoclásica es el sustrato teórico, junto con la
llamada Escuela Austríaca de Economía, del llamado Neoliberalismo. Supone que
los factores de la producción (trabajo y capital) reciben ingresos según su aportación al
proceso productivo, en una equidad automática que genera el Mercado. Claro que
su razonamiento es siempre a posteriori, es decir si el salario es bajo por
algo será, y esto es que es poco productivo. Falla además dicho razonamiento
por varias razones. No existe algo así como una sustitución continua y
reversible entre capital y trabajo, para arbitrar entre sus respectivos
precios.
No existen por tanto las
“productividades marginales de los factores” más que en la imaginación del
economista neoclásico. No existe además el “equilibrio general” de los
mercados, ni las dotaciones iniciales de los factores (trabajo y capital de
cada concursante en el mercado) son tales que permitan la simetría entre
trabajadores y capitalistas. La Economía Clásico-keynesiana, en oposición,
niega que la distribución del ingreso dependa de dicha productividad y la
considera una construcción social empírica a constatar en la práctica. De
hecho, Austria no ha aplicado las recomendaciones de la Escuela Austríaca de
Economía, como se percibe con su sistema de seguridad social.
[3] El New Deal fue implementado por economistas de la Escuela
Institucionalista como Veblen y Galbraith, pero por supuesto sus objetivos eran
coincidentes con los keynesianos. Básicamente creían en que los mercados no se
regulan por sí mismos y que el Estado debe garantizar el Pleno Empleo. Todavía
hoy ese es el mandato de la Reserva Federal de EE UU, el Banco Central de dicha
nación, a diferencia de la mayoría de otros bancos centrales que sólo deben
preservar el valor de la moneda.
[5] El capitalista obtiene su ganancia porque, al comandar el
proceso productivo en la empresa, abona como salario lo mínimo necesario para
que el trabajador continúe en su labor, y esto depende del grado de necesidad
en que éste se encuentre. Al apropiarse del resto, resto muy apetecible, por
cierto, configura su ganancia. El pleno empleo conspira contra su posición
dominante porque el trabajador puede autonomizarse o exigir mayor salario. Una
recesión le disminuye ganancias inmediatas al capitalista, pero le permite
sostener sus ganancias de largo plazo.
[6] Los economistas poskeynesianos son aquellos que han seguido
investigando el legado de Keynes y Kalecki. Curiosamente han tenido que luchar
contra la denominación de Neokeynesianos que se atribuyen algunos economistas
neoclásicos como Samuelson y Hicks, por haber realizado una presunta y
discutida síntesis entre economía neoclásica y keynesianismo. Esto induce a
error (en el que incurría inconscientemente el ex presidente Néstor Kirchner)
por la semejanza de los términos, pero en realidad se trata de escuelas con muy
fuertes diferencias. Entre los economistas que anticiparón la crisis del 2008
se destacan Randall Wray, Steve Keen y Marc Lavoie de EE UU, Australia y Canadá
respectivamente. Atribuyen la desregulación financiera irresponsable a la
necesidad de ganancias a toda costa para compensar la caída del salario y la
demanda luego de concluida la Edad de Oro del capitalismo.
[7] Se denomina Liberismo a la corriente política que expresa
las ideas de la Escuela Austríaca de Economía, que se funda en la obra de
Friedich Hayek y Ludwig Von Mises. Postula la total libertad económica y la
mínima intervención del Estado. Se diferencia de la Escuela Neoclásica en que
no realiza formalización matemática de sus postulados y se apoya más bien en la
crítica a las regulaciones que han resultado negativas. Más allá de su nombre,
no tuvo ninguna aplicación en la Austria de posguerra, donde en cambio se
instauró uno de los regímenes de concertación empresario-sindical más
acentuados. Sus admiradores más determinantes fueron Ronald Reagan y Margaret
Tatcher.
[8] Se ha dado en llamar “desarrollo por invitación” al proceso
acaecido en Japón, Corea del Sur y algunos países del sudeste asiático donde la
transformación habría sido posibilitada por las confrontaciones de la Guerra
Fría al favorecer inversiones en zonas geográficas que de otro modo podrían
haber caído bajo la influencia soviética y china. Creemos que dichas teorías
pueden explicar algunas condiciones necesarias y solo en ciertos casos. Pero no
parece que expliquen la excelente performance productiva y sobre todo la
autonomización tecnológica posterior y tampoco la notoria propiedad local del
capital.
[9] Las recientemente estudiadas Capacidades Tecnológicas (de
procesos, de productos, de organización empresaria) parecen explicar
estadísticamente la concreción de economías desarrolladas, con superioridad
sobre otros factores que se han postulado como la buena gobernanza, la libertad
de los mercados o la educación. El economista argentino Daniel Steinghart ha
realizado importantes investigaciones en ese sentido.
[10] En algunos países las mejoras sanitarias y la provisión de
bienes básicos para la vida han coincidido con explosiones demográficas, sin
modificar la estructura productiva y la distribución del ingreso. Es notable el
caso de ciertos países árabes como Egipto, que gracias a la represa de Assuan y
otras mejoras llevó su población de 25 millones en 1958 a 100 millones en 2015.
La amplia mayoría de esa población no tiene ocupación efectiva, lo que contribuye
a los conflictos que todos conocemos. Por supuesto, no se trata de disminuir la
población sino de adaptar el sistema. La profecía de Robert Malthus, la muerte
de los pobres por miseria y catástrofe, ha sido superada pero no del todo.
[11] Las alegaciones contra la Sociedad de Consumo son
atendibles, pero deben ser congeniadas con el sostenimiento del Consumo
macroeconómico, que es la base del buen funcionamiento del empleo. Se trata de
categorías válidas ambas, pero en ocasiones se las confunde. La crítica a la
Sociedad de Consumo es correcta en tanto y en cuanto se plantee al mismo tiempo
un sistema económico que garantice el empleo, pese a la menor producción de
bienes.
[12] No todos los recursos fósiles son contaminantes y algunos
recursos muy “naturales” sí los son. La energía atómica no goza de buena prensa
pero en rigor sólo emite vapor de agua. El manejo de sus residuos es un
problema de seguridad, pero no de ecología. A su vez el ganado produce más
contaminantes que los automóviles. Nuevamente, lo natural contra lo artificial
es un falso razonamiento que olvida que todos los elementos que conocemos son
iguales en la Tabla de Mendeleyev, sea que se encuentren en la Naturaleza o
sean productos de artificios humanos.
[13] Véase al respecto la obra de Piero Sraffa, Producción de
Mercancías por medio de Mercancías, así como la llamada Controversia del
Capital que tuvo como contendientes a los economistas de Cambridge,
Massachusetts (Samuelson, Solow) y a los de Cambridge, Gran Bretaña,(Sraffa,
Kaldor y Robinson)
[14]También
aquí hay que adelantarse a un posible equívoco. La relación salarial ha sido
descripta con connotaciones positivas o negativas dependiendo del contexto. Se
ha elogiado la seguridad y bienestar de la sociedad salarial garantizada
del New Deal y de los Estados de Bienestar europeos y es justo que así sea,
porque proporcionaron en general inclusión social y realización personal.
Cuando se habla de relación salarial en sentido crítico se alude a la
dependencia que tiene el trabajador sin medios de producción del empleador que
los posee. Ambos conceptos son válidos en su correspondiente contexto.
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